San Pedro Claver y los derechos humanos
Señor director:
Cada año, el 9 de septiembre, la Iglesia celebra la memoria de este jesuita, “el apóstol de los negros”, patrono de quienes trabajan en pro de los derechos humanos. Por este motivo la Conferencia Episcopal de Colombia ha venido motivando, organizando y llevando a cabo la Semana Nacional de la Paz, que tiene ocurrencia alrededor de la fecha mencionada.
Un hermano perteneciente a la Compañía de Jesús, San Alonso Rodríguez, portero del colegio Monte Sión en Palma de Mallorca, entusiasmó al joven Pedro para viajar al Nuevo Continente y dedicarse allí a la evangelización. Esto fue providencial en la misión del “esclavo de los esclavos”. También fue obra de la providencia divina que en la casa jesuítica de Cartagena de Indias, puerto donde los barcos negreros terminaban su travesía iniciada en las costas de África, viviera y trabajara el padre Alonso de Sandoval, S.J.
Era este un teólogo preocupado por la cristianización de aquellos de quienes se llegó a pensar y a sostener que eran seres carentes de alma. El padre Alonso de Sandoval escribió el libro que le sirvió a Pedro Claver de plataforma teórica para adelantar su admirable apostolado: De instauranda AEthiopum salute.
El título de la obra requiere explicación. Primero, puede traducirse por “De (o acerca de) la instauración de la salud (salvación) de los etíopes”. Segundo, ¿por qué de los etíopes? Resulta que los españoles, y los europeos en general, tenían un conocimiento muy limitado de las naciones africanas, dado que el norte de ese continente estaba poblado por bereberes y árabes, que no son negros, y que para llegar al centro y al sur del continente negro había que atravesar en dirección al sur el inmenso desierto del Sahara (Sájara, se pronuncia en árabe), algo imposible en la práctica, o bordear la costa atlántica africana. Los europeos sí estaban bien enterados de que, remontando el Nilo a partir de Egipto, se llegaba a Etiopía, país famoso desde los tiempos bíblicos.
La parábola vital de San Pedro Claver transcurre entre los años de 1580 y 1654; antes, de 1492 a 1546, se extiende la de fray Francisco de Vitoria, dominico, profesor en Valladolid y Salamanca, quien dio pie al renacimiento teológico español del siglo XVI, e importantísimo sobre todo porque se le considera el padre del Derecho Internacional. Nunca he pisado los claustros de la Universidad de Salamanca -de las más importantes a lo largo y ancho de la geografía y de la historia universales-; no obstante se me enseñó que en el patio principal de semejante instituto se levanta la estatua, magnífica, de fray Francisco de Vitoria.
Pasó el tiempo y se produjo la Revolución Francesa, que dio a luz la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, expedida en 1789 por la Asamblea Nacional Constituyente. Esta Declaración fue traducida y publicada en el Nuevo Reino de Granada por el Precursor de la Independencia, Don Antonio Nariño y Álvarez, quien pagó su osadía en la cárcel de Cádiz, a donde fue deportado en 1795.
Ya en el siglo XIX, Benito Juárez (“el Indio Juárez”), presidente de Méjico, sentenció con frase lapidaria: “El respeto al derecho ajeno es la paz”, pensamiento evangélico que hunde sus raíces en los profetas del Antiguo Testamento. Y terminada la Segunda Guerra mundial, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en 1948.
Fuertemente influido por el pensamiento de Gandhi, el pastor protestante Martin Luther King, líder de la integración racial, imprimió a su lucha un carácter pacífico con el objeto de lograr la igualdad de derechos civiles para los negros de Estados Unidos. En 1964 recibió el premio Nobel de la Paz. Estuvo encarcelado varias veces y murió asesinado en 1968, a la edad de treinta y nueve años.
Acercándonos a la época actual, el papa Juan Pablo II se constituyó en adalid de los derechos humanos con su abundantísimo magisterio y los innumerables viajes apostólicos que realizó. Este pontífice fundamenta los derechos sobre el cimiento firme de la dignidad de la persona y los encuadra en un marco doctrinal construido sobre la triple verdad de Jesucristo, el ser humano y la misión de la Iglesia.
Precisamente la dignidad humana y la verdad sobre Cristo, sobre el hombre y sobre la misión de la Iglesia se transparentan y se realizan en la figura y en la obra de San Pedro Claver porque el derecho es una concreción de la ética -como enseñó en la Antigüedad el célebre jurisconsulto romano Ulpiano-, y esta se desprende en último término de la religión.
Jaime Pinzón Medina, presbítero