Corrían los años 1990 y el miedo era el único sentimiento con el que nos levantábamos todos los días. Ser policía era una sentencia de muerte; decir la verdad costaba la vida; la política no era un camino de ideas sino de sangre. Ir a los centros comerciales no era seguro, ni siquiera abordar un avión. La violencia se sentía en la piel. No sabíamos si al despertar iba a estallar otra bomba o si nuestros hermanos y padres llegarían sanos del trabajo.
Fueron tiempos difíciles que logramos superar con estrategias de seguridad y justicia, acuerdos de paz con grupos armados en contra de la ley y procesos de reconciliación y reparación de víctimas.
Bien decía el filósofo George Santayana que quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Y de ahí, la necesidad de que los jóvenes estudien nuestra historia para nunca más repetirla.
Estamos viviendo tiempos difíciles, la violencia ha regresado a tocar nuestra puerta. Los jóvenes menores de 35 años están empezando a sentir el miedo que nosotros los adultos vivimos en los años 90.
Según la Defensoría del Pueblo han aumentado los asesinatos a firmantes de paz. Se han registrado 22 masacres que han cobrado la vida de 67 personas y continúa el asesinato de líderes, 69 casos en lo que va del 2025.
Estoy convencido de que el pasado 7 de junio todos nos paralizamos con la noticia del atentado al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay. Fue como si el tiempo se hubiera detenido. Comenzó un clamor general por su vida, con velatones, oraciones y hasta una marcha en la que se rechazó todo acto violento, no solo contra actores políticos sino también contra nuestra ciudadanía.
Como padre de tres jóvenes y de una pequeña niña quiero a través de estas líneas invitar a la juventud a que empiece a actuar para que la historia no se vuelva a contar. Los necesitamos participando activamente en las elecciones para Congreso y Presidencia de la República. Pero no instrumentalizados, sino con pensamientos propios, teniendo claro la importancia de la democracia y de la libertad.
No se pueden dejar engañar con falsas promesas como sucedió con el Icetex y el empleo formal. La esclavitud sistemática no es una opción. Hay que ser libres para estudiar, para tener criterio y capacidad de disenso.
No podemos permitir que la actual casta política se apropie del Estado y que sigamos pagando con nuestros impuestos el despilfarro de nuestros gobernantes. Aunque no lo crean, la deuda del Gobierno no es solo de ellos, es de todos y cada uno de nosotros. No firmamos ningún préstamo. Recuerden: el que paga para llegar, llega para robar.
Por último, quiero rememorar las palabras del presidente de la Corte Constitucional a la magistrada Liliana Escobar Martínez: “La independencia judicial es esencial para el Estado de Derecho, pero también es profundamente vulnerable a los ataques: si la sociedad a la que sirven los jueces no se empeña en resguardarla, esa independencia puede hacerse añicos. Es decir, la presión indebida -política, mediática o incluso violenta- pueden minar la capacidad del juez de decidir conforme a la ley y su conciencia. Por eso debemos defender celosamente la autonomía de nuestra Rama Judicial y con ella, la autonomía de la Corte Constitucional”.
Jóvenes, para garantizar su futuro se requiere democracia y libertad. Solo la independencia del poder legislativo y judicial lo permitirá, evitando el autoritarismo del gobernante de turno.