Diana Lorena Jiménez, junto al monumento a Omayra Sánchez, su mejor amiga del colegio la Sagrada Familia de Armero. Foto en el Parque Temático Omayra Sánchez, en Armero-Guayabal, municipio de reubicación luego de la avalancha del 13 de noviembre de 1985.

Fotos y fotorreproducciones I Freddy Arango I LA PATRIA

Diana Lorena Jiménez, junto al monumento a Omayra Sánchez, su mejor amiga del colegio la Sagrada Familia de Armero. Foto en el Parque Temático Omayra Sánchez, en Armero-Guayabal, municipio de reubicación luego de la avalancha del 13 de noviembre de 1985.

Les propongo, para comenzar, que imaginen un colegio, de dos pisos con muchos salones y corredores largos, con monjas que van y vienen. Fachadas, de ladrillo rojo a la vista, con ventanales. Un bosque, zonas verdes, árboles y jardines siempre florecidos. ¿Listo? Ahora, un teatro y una capilla. Ya en el patio acérquense a uno de los kioscos, al frente del bloque administrativo. Esperen un momento. Justo ahí: Unas estudiantes, entre los 10 y los 13 años y apoderadas del kiosco desde principio de año académico, juegan al Reinado Nacional de la Belleza de Cartagena. Evocación.

Visten blusa blanca, falda a cuadros azules y blancos, medias azules y zapatillas negras. Son de un primero de bachillerato de la institución educativa la Sagrada Familia. Uniforme.

Cada niña, en el reinado, representa a un departamento. Hay una que dirige y a la vez es jurado. Ella propuso el juego, habla y sonríe. Es feliz, como lo relatará más adelante quien fue su mejor amiga. Ella dirá que Omayra Sánchez Garzón irradió y compartió felicidad, durante sus años de vida. Los 10 meses del primer grado de secundaria los disfrutó cada minuto. Añoranza.

Fotorreproducción I Freddy Arango I LA PATRIA. Omayra Sánchez (28 de agosto de 1972-16 de noviembre de 1985).

Las palabras jardines, capilla, teatro, kiosco, uniforme, Sagrada Familia, feliz... y todas las que leímos en los párrafos anteriores, salen de la voz de Diana Lorena Jiménez Carrillo. Ella fue compañera de estudio de Omayra, desde febrero de 1985 hasta noviembre de ese mismo año. Términos.

Foto I Freddy Arango I LA PATRIA. Diana Lorena Jiménez, mejor amiga de Omayra Sánchez en el colegio: “Quiero que también la recuerden como la niña feliz que yo conocí”.

Las dos niñas compartieron durante esos meses, semanas, días y horas. Y también en la mañana de ese imaginario reinado nacional de belleza, en el kiosco escolar. “En la tarde teníamos ensayo de danzas, pero lo cancelaron porque el agua del acueducto supuestamente estaba contaminada”, recuerda Diana Lorena. Amistad.

Foto I Freddy Arango I LA PATRIA. Esta señal indica la ruta hacia el sitio donde funcionaba el colegio la Sagrada Familia.

Todo sucedió previo a la noche del fin del mundo en Armero, que le arrebató 22 mil vidas al país, destruyó cinco mil 392 viviendas, dejó pérdidas por 246 millones de dólares (datos de la Sociedad Colombiana de Geología). ¿Qué quedó del colegio de la Sagrada Familia? Se le pregunta a una señora, de piel tostada por el sol, quien prefiere que solo le digan María. Ella vende helados de guanábana, guayaba y mora en las ya boscosas ruinas de Armero. “Miren, allí era el colegio Americano y sigan por acá (señala una carretera destapada) y llegarán a unas vallas. Detrás verán un pedazo de planchón. Eso fue lo único que quedó de la Sagrada Familia”. Guía.

Foto I Freddy Arango I LA PATRIA. Un pedazo de plancha, lo que quedó del colegio de la Sagrada Familia.

 

Mi protectora

Los flujos de lodo de la erupción del volcán Nevado del Ruiz llenaron de dolor a Colombia con el mayor desastre del que se tiene registro. También se salvaron miles de familias y con ellas millones de recuerdos y detalles. La sonrisa de la Omayra colegiala, entre ellos. Diana Lorena, salvo en algunas entrevistas esporádicas y rápidas, poco prefiere hablar del tema. Sin embargo, sus ojos brillan y la conversación fluye cuando le dicen que esta vez es para recordar a Omayra y sus días maravillosos de estudiante. Emotivo.

Hubo química desde el primer momento en esa amistad”. Es lo primero que dice. En eso encuentra una razón. “Nuestro grado de primero de bachiller era el de las niñas más pequeñas. Y entre ellas yo era la menor, tenía 10 años. Como Omayra era muy protectora, me acogió de inmediato”. Bienechora.

Omayra nació el 28 de agosto de 1972, hija de Álvaro Enrique Sánchez (muerto en la tragedia) y Aleida Garzón. A los 12 años la matricularon en la Sagrada Familia luego de ser la mejor alumna de la escuela Dominga Cano Rada, también de solo mujeres y ubicada en la popular calle 12. Diana Lorena nació el 15 de enero de 1975 e hizo la primaria en la Santofimio Botero. Destinos.

La idea de abrir un colegio femenino en Armero la impulsaron las hermanas terciarias Capuchinas María Ignacia y Rosa Margarita, de acuerdo con lo que se lee en el cartel, hoy rodeado de follaje.

Al párroco José Jesús Fernández y al coronel Miguel J. Rodríguez (alcalde) les sonó tanto la idea que apoyaron la construcción de unos improvisados salones en 1956”. Comienzos.

María Ignacia aprovechó una ley de expropiación de quienes tuvieran predios aledaños a la entonces zona urbana. Le solicitó un terreno al ciudadano Álvaro González Sierra, quien lo concedió 15 días después en la carrera 12 del barrio Santander. Allí construyeron canchas de baloncesto, voleibol y microfútbol. Tesón.

 

En clases

Parte del ejercicio de imaginación, sugerido al comienzo de este escrito con un colegio de dos pisos con muchos salones y corredores largos, ladrillo a la vista, con ventanales, zonas verdes y demás, la pueden ver los visitantes en una foto que acompaña las reseñas en la pancarta. Plasmado.

En un salón del ala derecha, en el segundo nivel, estudiaban Diana Lorena y Omayra. Allí recibían clases como las de matemáticas, con la profesora Marlen; de biología, con la maestra Ruca, y de literatura, con la profe Carlota. Instrucción.

La jornada comenzaba a las 6:50 de la mañana y terminaba a las 12:30 de la tarde. “... A la hora del descanso, las alumnas grandes eran las primeras en la congestionada fila de la cafetería. Omayra nos decía: “Denme la plata y díganme qué quieren. Luego hacía la cola por nosotras y nos traía lo que pedíamos”. Solidaria.

En 1985 el colegio de la Sagrada Familia cumplía 25 años de su primer grupo de graduadas. En ese año Armero llegaba a 140 años de fundación y a 77 como municipio. En su historial la zona ya sumaba dos avalanchas del río Lagunilla por erupción del llamado León Dormido: una en 1595 y otra en 1845. Antecedentes.

Diana Lorena retoma la charla. “El colegio era muy exigente. Omayra presentó las pruebas y pasó todo. Yo era muy pequeña y empecé como asistente ese primero de bachillerato. Ella me apoyó siempre”. Disciplina.

Ambas estaban en todo: danzas, tuna, teatro, concursos de español, de matemáticas. Algo especial ocurría en las tardes de clase de baile. “A mí no me dejaban salir sola. Entonces, Omayra iba a mi casa, en el barrio Tivoli, y me recogía. La condición de mis padres era que yo debía lavar la loza antes de irme. Como siempre me demoraba mucho, Omayra me decía venga yo la lavo. Ella siempre quería ayudar”, comenta. Apoyo.

 

La mejor alumna

María, la vendedora de helados en las ruinas de Armero, improvisa el papel de guía. Sus ojos, como dos rayitas perdidas en sus pómulos, miran entre los árboles. “Y al otro lado está la tumba donde quedó Omayra”. Señales.

Foto I Freddy Arango I LA PATRIA. En puntos como en esta pancarta, instalada en lo que quedó de Armero, detallan aspectos de la vida de Omayra Sánchez.

Allí, con fotografías, cartas, flores, medallas, relatos de milagros y otras ofrendas, recuerdan el padecimiento de tres días de la niña, hoy convertida en santa popular, que tuvo en vilo al mundo. El drama de la pequeña atrapada en un pozo, con socorristas, periodistas y cámaras pendientes, ha sido contado durante 40 años. Devoción.

Omayra murió el 16 de noviembre, atrapada en los escombros de su casa. Diana hace una pausa. Y regresa con dos reflexiones. Una: “Está claro que Omayra es un símbolo para Colombia y el mundo de una dolorosa tragedia en la que perdimos a 22 mil personas”. Dos: “... sin embargo, también quiero que tengan en cuenta que era más que eso”. Meditaciones.

Y se deja venir con otras frases en las que hace énfasis en términos similares al comienzo de esta historia: “infancia, amiga, alegre, amor, solidaria, sonrisa, disfrute, cuidadora”. Y, por supuesto, feliz.

Algo similar leen los miles de turistas que llegan al declarado campo santo. En una pancarta, abrebocas del santuario, escriben lo siguiente sobre Omayra, quien murió a los 13 años, cumplidos el 28 de agosto, es decir casi dos meses y medio antes de la avalancha. “... Los que la conocieron aún la recuerdan con su uniforme a cuadros caminando desde el barrio Santander hasta el 20 de Julio al colegio la Sagrada Familia”. En el escrito añaden que allí era respetada por ser la mejor estudiante, que soñaba con ser arquitecta, siempre aplicada en sus estudios, según sus compañeras de curso. “... También era amante de la música y del baile, amor que transmitía en las danzas y bailaba el bunde tolimense y el sanjuanero”. A un lado de la reseña otra foto llama la atención. Es ella en una presentación de baile, en la que usa un vestido típico del folclor andino, lleva una luz en la mano y la adorna una rosa en el cabello. Esencias.

Volvamos a la mañana del reinado nacional de Cartagena, celebrado en el kiosco de la Sagrada Familia, luego de un examen final. Diana Lorena, María Eugenia, Pilar y otras chiquillas disputan el cetro, ante la mirada de Omayra, la jurado del certamen. Princesas.

Dos días antes, en la vida real, el país se rendía a los pies de María Mónica Urbina, de La Guajira, quien se llevó la corona. Eso fue noticia nacional. Seis días antes el mismo país lloraba frente a la toma del Palacio de Justicia en Bogotá, por el grupo guerrillero M-19: 97 personas muertas y un sinnúmero de desaparecidas. Contradicciones.

 

Más pruebas

Armero. Mañana del 13 de noviembre de 1985. Las niñas terminan su reinado y ahora piensan en el examen final de matemáticas, del día siguiente (14 de noviembre). “Fue un día normal. Presentamos otro examen y a pesar de haber terminado rápido nos debíamos quedar en el colegio completando la jornada. Por eso, nos pusimos a jugar al reinado”, relata Diana Lorena. Rutina.

En la tarde sería la última vez que Diana Lorena vio a su amiga Omayra. “Nos reunimos en la casa de ella para lo del examen de aritmética. Después era la clase de danza, pero nos la cancelaron por lo del agua contaminada. Nos despedimos normal: Mañana nos vemos:..”. Imprevisto.

Esa noche el nevado del Ruiz protagonizó lo que unos presentían, lo que otros obviaron y lo que millones no imaginaron. Flujos piroclásticos interactuaron con el hielo y la nieve del casquete glaciar, originando un deshielo que bajó por los ríos Azufrado, Nereidas, Gualí y Lagunilla. Armero, de 29 mil habitantes, quedó sepultado. Desaparición.

El pequeño pueblo tolimense anocheció cubierto de lodo. Y Colombia amaneció cubierta de llanto por la tragedia natural más grande de su historia, tanto que despertar y sanar aún cuesta. Debastados.

Lo dice Diana Lorena, quien se graduó como psicóloga. “Fue mi primer contacto con la muerte de un ser querido. Indudablemente. Es algo que no se puede sanar. En lo posible no voy a Armero y menos a la tumba de mi amiga, no soy capaz”. Traumas.

La noticia de Omayra la conoció tres días después. Diana es una sobreviviente de Armero. En estas cuatro décadas ha repetido miles de veces la causa de su salvación: Dios. Ella, con su familia, salió de una pesadilla que empezó a las 9:30 de la noche. Mi madre, Ruth Carrillo, nos despertó a mi hermano y a mí, por lo de la avalancha”. Don Germán, un vecino, tenía un taxi. Él lo parqueaba en el sector de Bomberos. Esa noche, sin embargo, lo dejó en su casa, cerca de la vivienda de la familia. Su esposa, Cecilia, estaba enferma y en cualquier momento podría requerir el carro para llevarla al hospital. Alertados.

A esa hora ya el lodo había echó su entrada a Armero y destrozaba edificios, casas, parques, teatros, como si fueran de papel. “Aún me pregunto cómo 10 o 12 personas nos metimos a ese taxi. Y nos salvamos. Fue Dios”. Milagro.

Luego de llegar a una finca de conocidos de la familia y de divagar por viejos senderos, la familia Jiménez Carrillo arribó a Guayabal, que era corregimiento de Armero. Caminos.

Un alto en el relato para conocer el testimonio de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) que llegó a la zona con la misión de dar la mano en diversas tareas. Al cumplirse cuatro décadas del hecho recuerda que en medio de todas las complicaciones de los trabajos de rescate MSF apoyó a hospitales cercanos como el de Mariquita (Tolima) y creó nuevos equipos de salud para trabajar en la zona.

“Una de las cosas más impactantes eran los pacientes atrapados, incluyendo niños, niñas, adultos mayores, muchos con gangrena, tratando de salir del lodo”, dice Pierre Marie, primer coordinador logístico de MSF
en Colombia. Dramático. 

 

Otras voces

Fotorreproducción I Freddy Arango I LA PATRIA. Parte de la fachada de lo que era el colegio de la Sagrada Familia.

Volvemos con Diana Lorena. Con el restablecimiento de la energía eléctrica en Guayabal, se enteró por televisión de lo de Omayra. “La primera imagen que vi fue gente hablando con ella. No fui capaz de seguir mirando. Ese fue el momento en que me di cuenta de lo que realmente había pasado con Armero”. Realidad.

A ella la matricularon en el Jiménez de Quesada, el único colegio que tenía Guayabal. Nada fácil, dice ella. Era un plantel muy pequeño, con algunos salones y una cancha de fútbol. Era para hombres y mujeres. Ella evoca: “Muy diferente de la Sagrada Familia, donde Omayra, mis compañeras y yo teníamos muchos espacios para estudiar y para jugar. Con las exigencias propias de una institución de monjas. Me dio muy duro adaptarme al nuevo colegio”. Extraño.

En los testimonios, plasmados a un lado de lo que quedó de la Sagrada Familia, también surgen añoranzas. Marina Parra, quien a sus 71 años vive en Leticia (Amazonas) escribió: “... Recuerdos muy gratos guardo del colegio la Sagrada Familia y de sus inicios al lado de la acequia... Muchos colaboradores para levantar este templo de la enseñanza, ya que cada ocho días por instrucción de las monjas llevábamos ladrillos...”. Gratitud.

Hay más, Cali Rodríguez: “... Éramos personas con un espíritu de colaboración y avanzada extraordinario para que el colegio siempre fuera estandarte espectacular y el nombre de la Sagrada Familia se destacara en todo Armero. Orgullo.

La misma exalumna: “El uniforme se tenía que llevar de acuerdo a las normas; no se podía llegar con minifalda, no podíamos llevar las uñas pintadas ni usar maquillaje”. Rigor.

Edelmira Cruz recuerda celebraciones. “...También el Día de la Madre, el de la sagrada Biblia en los salones. En ocasiones se hacían convivencias, fogatas, retiros espirituales, sin dejar de lado las izadas de bandera...”. Integración.

 

100 años

En un artículo publicado en el 2022 por la hermana Sylvia Yolanda Muñoz Muñoz, de las Terciarias Capuchinas, se recuerda que las hermanas que regentaban el Colegio habían recibido 1985 con una alegría especial. “Se cumplía el primer centenario de la fundación de la Congregación. Las gentes de Armero, como tantas otras de la geografía mundial, se disponían a unirse gozosas a la celebración jubilar de sus queridas hermanas”. Centenario.

Ella narra que cuando en abril, la superiora Provincial visitó a las hermanas, la situación era ya muy preocupante. “El volcán arrojaba continuamente ceniza que cubría las casas y las calles del pueblo con un manto lúgubre y que obligaba a los habitantes a protegerse con pañuelos en la boca al salir al exterior. La Provincial, viendo el peligro que corrían las hermanas les pregunto: ¿Saben que están en peligro de muerte que piensan hacer?”. Presentimiento.

La comunidad, a cargo de la Sagrada Familia, la integraban las hermanas Bertalina Marín Arboleda, Julia Alba Saldarriaga Ángel, Emma Jaramillo Zuluaga, Marleny Gómez Montoya y Nora Engrith Ramírez Salazar (novicia). “Ellas respondieron unánimes. ‘moriremos con el pueblo... Y si quedamos vivas, acogeremos en nuestra casa a todos los que tengan problemas de vivienda... esta casa es muy grande’ ”. Vocación.

Más adelante cuenta que la superiora, Bertalina, y la novicia Nora Engrith, quedaron sepultadas para siempre en el gran cementerio en que se convirtió Armero. Una tercera, Julia Alba, falleció a los 13 días en Bogotá, víctima de las heridas. Sacrificio.

 

Blanca y educadora

Armero sobresalió por su producción de arroz y sobre todo de algodón, por eso la bautizaron como la Ciudad Blanca. También resaltó por la educación. Próspera.

En el Registro Único de Propietarios Urbanos (RUPU), de la desaparecida ciudad de Armero el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC) publicó el 6 de julio del 2022 que en 1985 la Alcaldía era dueña de la concentración escolar José León Armero, Escuela 12 de Octubre, Escuela Pueblo Nuevo, Colegio Alberto Santofimio Botero.

La publicación del Gobierno de Colombia llamada Armero, un mosaico de imaginarios territoriales, del 2023, registra que la cabecera municipal tenía 9 barrios, 5 parques, 2 bancos, 2 gasolineras, 2 hospitales, 1 sede de la Cruz Roja y 9 centros de ocio.

En relación con centros educativos menciona los mismos de IGAC y complementa con la Escuela-Jardín, Dominga Cano, Instituto Armero y Carlota Armero.

Fuentes humanas, entre ellas habitantes de la zona, refirieron también la escuela Jorge Eliécer Gaitán, los colegios Americano, San Pío, Libertad y la Sagrada Familia. Salones.

FOTO I Freddy Arango I LA PATRIA. En Armero había varios colegios a cargo de comunidades religiosas, como el Americano y la Sagrada Familia.

Freddy Ariel Gutiérrez Mora es en la la actualidad docente de la escuela rural Maracaibo, adscrita a la Institución Educativa Jiménez de Quesada, del municipio de Armero-Guayabal (Tolima). La sede queda a 11 kilómetros de la desolada Armero. Su mente reconstruye parte de lo que fue su vida en el pueblo. “Todos los colegios desaparecieron, incluidos en los que yo estudié”. Nostalgia.

Hasta cuarto de primaria estudió en la escuela Jorge Eliécer Gaitán. Explica que en esa época todos los estudiantes de escuelas públicas al terminar cuarto pasaban a la Alberto Santofimio, única destinada para cursar el quinto.

Sin embargo, por ser tan lejos de su casa, sus padres lo matricularon en el colegio Libertad, de la iglesia Adventista, donde concluyó la primaria. “El bachillerato lo hice de primero a cuarto (hoy sexto a noveno) en el colegio católico San Pío. Y el décimo y el once, en el Americano, cuyo rector, Vicente Rodríguez, y su familia murieron en la avalancha. En todos nos inculcaron muchos valores”. Legado.

El profesor Freddy, sus alumnos y la comunidad de la vereda Maracaibo deben pasar en su diario ir y venir por las huellas de la tragedia de 1985. En sus clases, los chicos le preguntan y él responde: “Lo único que quedó fue el Instituto rural Armero. El lodo le llegó como un metro de alto, pero el Gobierno nacional lo declaró en zona de riesgo. Por eso, lo trasladó a Armero- Guayabal”. Referencias.

Imagen I Tomada de FB Armero cuarenta años I LA PATRIA. Así era el Instituto Armero, el que menos sufrió por la avalancha, pero cerrado por estar en zona de tragedia.

 

Renaciendo

Diana, en su proceso de incorporación a la vida en Guayabal, reconoce que poco a poco sus compañeros le ayudaron a entender que había que seguir la vida. Acompañamiento.

Nunca me hicieron sentir como una pobrecita por lo que me pasó. Eso me ayudó a soñar de nuevo. Como en la Sagrada Familia en el Jiménez de Quesada me metí a danzas, teatro, a todo, como una forma de recuperarme. Estudiar psicología siempre fue mi primera opción. Soy psicóloga en manejo de adicciones”. También ha tratado a víctimas de lo ocurrido en su pueblo natal, como cuando trabajó en la Comisaría de Armero-Guayabal. Restablecer.

La salud mental es indispensable. Mucha gente tuvo que afrontar eso tan fuerte sola, ese desarraigo, llegar a un espacio nuevo, perder su mundo. Ahora se ha mejorado mucho. Por ejemplo, el Servicio Geológico Colombiano trabaja en prevención, pero incluye acompañamiento psicológico a niños, ancianos y a todos”. Aprendizajes.

En un rincón de lo que quedó de Armero hay otras marcas registradas de la personalidad de Omayra, en este caso durante su agonía de 72 horas. “Algo muy especial de la pequeña fue su tesón, alegría y entereza con las que manejó el dolor esos días, habló a los comunicadores, curiosos y gente a su alrededor...”. Valentía.

El libro Armero 40 años, 40 historias, del escritor Mario Villalobos y publicado en este 2025, refiere un fragmento de la conversación de Omayra con Freddy Herrera, del grupo de rescatistas que acompañó a la pequeña en sus últimas horas.

La voz de Freddy: “... En los días previos a la avalancha, Omayra, que tenía 13 años, estaba pendiente del Concurso Nacional de Belleza, uno de los eventos que paralizaban a Colombia por esa época...”.

El socorrista continúa: “Tratando de jugar con ella, le pregunté cuál era su nombre verdadero y ella me contestó que se llamaba Sandra Borda Caldas, la representante de Bolívar que había ganado el reinado en 1984...”. Reinado.

Diana Lorena Jiménez Carrillo pasa sus días en Armero-Guayabal. Si le hablan de Omayra en su mente se dibuja un colegio de dos pisos con muchos salones y corredores largos, con monjas que van y vienen. Fachadas, de ladrillo rojo a la vista, con ventanales. Un bosque, zonas verdes, árboles y jardines siempre florecidos. Y allí un kiosco, donde reina el recuerdo de su amiga y compañera en la Sagrada Familia: Omayra Sánchez Garzón. Feliz, feliz, feliz.

Fotorreproducción I Freddy Arango I LA PATRIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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