Fotos | Freddy Arango | LA PATRIA
En el nuevo Río Claro estudian en el colegio Fortunato Gaviria Botero cerca de 200 niños, niñas y jóvenes.
Es 16 de septiembre del 2025. Han pasado poco menos de 40 años desde que la institución educativa de Río Claro, vereda de Villamaría, se convirtió en un recuerdo.
Aquí, en donde aún se puede señalar el lugar que alguna vez ocupó el centro educativo, son las 7:00 a.m. El sol ya pega, pero suave; el cielo está azul, el río murmura y el verde, que absorbe el reposo de la mañana, se roba la certeza de que el 13 de noviembre de 1985 cerca del 70 % del pueblo quedó cubierto de un café turbio.
Jorge Enrique Jaramillo Toro, coordinador de la Brigada de primeros respondientes de Río Claro, está aquí desde hace 19 años. Él no conoció el colegio, sin embargo los trozos de memoria que han pasado de boca en boca sobre andenes que dan a la única vía -de tierra- que tiene la vereda, le dan el dominio para hablar de lo que fue y ya no es. De la escuela que estuvo, pero ya no está.
“Los relatos orales que han comentado es que había una escuela normal, con varios profesores. Y como la población fue evacuada hacia el nuevo Río Claro que se fundó, las edificaciones que existían: las de la Policía, Defensa Civil y escuela fueron vandalizadas. Es decir, las tumbaron, y la educación se comenzó a efectuar en el nuevo Río Claro. En el colegio Fortunato Gaviria”, relata Jorge Enrique en un andén contiguo a su casa.
Reconstruyen su comunidad y el colegio
Son las 9:00 a.m. y este relato ahora sucede en el nuevo Río Claro, en donde está la sede principal de la Institución Educativa Fortunato Gaviria y a donde llegan cerca de 200 niños, niñas y jóvenes a formarse.
No hay, con base en los testimonios de los habitantes del lugar, fecha de cuándo empezó a erguirse el plantel educativo. Lo que sí se sabe, por una placa que conmemora el pasado sobre la fachada de la institución, es que fue inaugurada en 1988, construida por la Cruz Roja de Caldas y financiada por Cruz Roja de Holanda mediante el programa de reconstrucción para áreas afectadas por la erupción del volcán Arenas Nevado del Ruiz.
Luz Estela Arias vive al frente de la Fortunato Gaviria. Ella, quien dice que un día fue líder, pero ya no porque se cansó, da testimonio de lo que sucedió el 13 de noviembre de 1985 y dio paso a un nuevo Río Claro, y con él, a un nuevo colegio para su comunidad:
“Vivíamos allá (Río Claro). Era una veredita muy buena, había muchas cosas, como tienda, gallera, cantinas, puesto de salud. Vivíamos muy contentos. Cuando llegó el momento (13 de noviembre) yo escuchaba un ruido muy tremendo. Pensábamos que era un camión o algo muy grande que estaba volteando en la vía. Y cuando menos pensé, escuchamos truenos, cosas horribles, horribles”.
Luz Estela Arias está describiendo un fragmento de lo que se conoce como la Tragedia de Armero, que dejó 22 mil cadáveres y 392 casas destruidas. Una fue la de Juan Carlos Vargas Idárraga, quien perdió a sus padres y seis hermanos esa noche del 13 de noviembre.
Juan Carlos es habitante del nuevo Río Claro. También lo fue del viejo. Y él, a diferencia de Jorge Enrique, sí conoció y vivió la antigua escuela, pues alcanzó a estudiar allí hasta el bachillerato.
En su mente la institución educativa de Río Claro no es solo un recuerdo de un edificio que existió, sino que se puede ver a través de sus palabras.

El colegio nuevo
En el relato de Juan Carlos la institución educativa del viejo Río Claro no tiene color. Lo que sí tiene es que “era muy grande y muy bonita”; con cerca de 150 estudiantes en la primaria; con un “salón grandísimo y dos primeros". Además, contaba con otros cinco salones pequeños, corredores y patios, y las profesoras Gladys, Teresita, Cecilia y dos más a quienes Juan Carlos no les recuerda los nombres.
A esta escuela llegaba caminando. Se demoraba unos 20 minutos desde donde estaba ubicada su casa -la que se llevó la avalancha con su familia adentro.
Entonces, de regreso al viejo Río Claro, ya no se señala un lugar, sino los recuerdos. Aquellos que sucedieron detrás de la iglesia (en la sede de primaria) y al frente (en la sede de la secundaría). Allí la jornada, cuenta Juan Carlos, iba de 8:00 a.m. hasta las 12:00 m. Luego, regresaban a la 1:00 p.m. y salían a las 4:00 p.m.
Crecieron en estudiantes
Ariel Giraldo, docente de la Institución Educativa Fortunato Gaviria, menciona que antes del 2000 cada vereda tenía una escuela, las cuales funcionaban aparte. “Esto era pues una finca y debido a esa emergencia fue necesario reubicar a los sobrevivientes. Al reconstruir toda la vereda, también era necesario reconstruir un lugar donde los muchachos fueran a estudiar, y así es como surge esta edificación”.
No obstante, como fue en un comienzo, las sedes de primaria y secundaria están separadas. Ambas reúnen a aproximadamente 200 alumnos, que se distribuyen desde preescolar hasta once.
Sara Liset Atehortúa Gómez, de grado once, habla de la jornada: “Yo me despierto a las 5:45 de la mañana, me arreglo normal y espero el carro que pasa a las 7:10 a.m. por mi casa. Acá llego a las 7:20 y estudio hasta después de las 2:00 p.m.”.
Luz Calderón, docente de primaria, añade que en primaria se trabaja por multigrado, con unos 50 niños y niñas, y recuerda cómo han vivido las recientes alertas de erupción del volcán.
“Nos ha tocado enviarle el trabajo a los niños para la casa, y es mucho el retroceso. No aprende lo mismo, que con el docente en el aula de clases. Nos tocaba venir y entregarles los trabajos en las casas o con los papás que viven muy lejos nos reunimos en la escuela”.
El temor es constante, dice la profesora. Y confiesa que hay gente que vive con mucho miedo. “Todas las escuelas tienen alarma”.

Regresan al lugar de la tragedia
José Humberto Caicedo Hernández lleva 70 años entre el viejo Río Claro y sus alrededores. Se acuerda que “había muchos estudiantes y una vez pasa la avalancha desaparece la escuela”.
Y quienes ahora habitan la vereda pertenecen a una nueva generación. “Cuando yo llegué solo había dos familias (seis años después de la avalancha) y de ahí para acá empezaron a ir llegando gentes”.
Ellos tumbaron casas y levantaron otras, y ahora reconstruyen su comunidad otra vez. Se ven edificaciones en guadua, madera y cemento. Del 13 de noviembre de 1985 aún queda la infraestructura de una iglesia en la que ya no se reza y el recuerdo de una escuela y muchos estudiantes y más.
Hecho en Armero (Tolima)
La tragedia ocurrida la noche del 13 de noviembre de 1985, se presentó cuando una avalancha de lodo, piedras y escombros, causada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz, sepultó a un pueblo entero (Armero, Tolima) y provocó la muerte de 22 mil personas.
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