A todos nos gusta que nos digan: “Tú eres una buena persona”. Suena bien, nos acaricia el ego y nos hace sentir tranquilos. Pero, ¿alguna vez te has preguntado si con ser “bueno” alcanza? Porque ser “bueno” es chévere, pero muchas veces se queda corto. El reto de verdad está en ser mejor.
Ser bueno es cumplir con lo mínimo: no robar, no hacer daño, no tratar mal a la gente. Y claro, eso está bien. Pero ser mejor va más allá: es dar un poquito más, pensar en el otro, actuar aunque no te lo pidan. Ser mejor es aportar en serio, aunque sea con gestos pequeños.
Miremos algunos ejemplos del día a día.
El bueno no bota basura en la calle. El mejor recoge la que encuentra tirada, aunque no sea suya.
El bueno respeta la fila. El mejor cede el turno si ve a alguien que lo necesita más.
El bueno cumple con su trabajo. El mejor lo hace con ganas, pensando en cómo su esfuerzo beneficia a otros.
El bueno paga el pasaje del bus. El mejor se lo paga también a alguien que lo necesita.
¿Ves la diferencia? El primero cumple, el segundo transforma.
El problema es que muchas veces nos quedamos pegados a la idea de que ya somos “buenos” y no nos exigimos más. Es como cuando alguien dice: “yo no robo, yo soy buena gente”. Sí, todo bien, pero ¿y entonces? ¿Qué más estás aportando?
Lo interesante es que la GRATITUD juega un papel clave aquí. Cuando uno agradece de verdad lo que tiene —el techo, el trabajo, la comida, la familia, la ciudad que funciona más de lo que creemos—, se despierta una conciencia distinta. Uno deja de quejarse tanto y empieza a preguntarse: “¿yo qué puedo hacer para mejorar esto?”.
Y ojo, ser mejor no es ser perfecto. Nadie lo es. Todos nos equivocamos, todos tenemos prejuicios, todos metemos la pata. Pero ser mejor significa reconocerlo, pedir disculpas, aprender y seguir adelante. Significa no quedarse en la excusa de “así soy yo” o “todo el mundo lo hace”. Ser mejor implica incomodarse un poquito para crecer.
La verdad es que Colombia no cambia solo con gente “buena”. Necesitamos personas MEJORES. Personas que no se conformen con no hacer daño, sino que decidan hacer el bien de manera activa. Que se involucren, que cuiden el espacio común, que no se queden calladas frente a la injusticia, que aporten desde lo que saben y lo que tienen.
Y no se trata de cosas gigantescas. Se trata de detalles que, sumados, cambian la cultura. Desde saludar al vecino hasta respetar al conductor del bus, desde agradecerle al portero hasta devolver un favor con generosidad. Eso es lo que, al final, construye comunidad.
Así que la próxima vez que alguien te diga: “usted es una buena persona”, sonríe y agradécelo. Pero también pregúntate: ¿qué puedo hacer hoy para ser mejor? Porque este país no necesita conformistas de la bondad, sino ciudadanos agradecidos que se esfuercen, todos los días, por dar un paso más.
La diferencia entre ser bueno y ser mejor puede parecer pequeña, pero es la que marca el rumbo de nuestras familias, de nuestros barrios y de nuestra nación. Y esa diferencia está en nuestras manos.