Ser padres no es un deber biológico, es una elección ética y amorosa. Es un compromiso con la humanidad que nos mira desde los ojos de nuestros hijos. Marcados por la prisa, el consumo y el olvido de lo esencial, es preciso gritar con ternura: ser madre, ser padre, es un acto de salvación.
Nos han hecho creer que criar es mandar, alimentar, controlar. Pero es mucho más: es acompañar, es responder con conciencia, es modelar con coherencia, es supervisar sin invadir, es aconsejar sin imponer. Es prevenir con sabiduría, no con miedo. Es, ante todo, amar en acción. En cada gesto -una mirada paciente, una palabra que consuela, un límite puesto con firmeza y afecto- se siembra libertad. Porque no hay crianza verdadera sin diálogo. Y no hay diálogo sin respeto mutuo.
El niño no es un recipiente que llenamos, es una persona que construye, que interroga, que transforma. Y nosotros, los adultos, no somos dueños del saber, somos parte fundamental del aprendizaje.
Educar no es domesticar. Es nutrir el pensamiento crítico desde la cuna. Es permitir el error y abrazar la pregunta. Es enseñar a elegir, a equivocarse y a volver a intentar. Es construir juntos un lugar donde cada niño pueda ser plenamente niño, y luego adulto con raíces firmes y alas abiertas.
No se nace sabiendo ser padres. Hay escucha, hay humildad, hay presencia. La ciencia nos ha mostrado, que responder de forma adecuada, con afecto y reflexión, tiene un impacto profundo y duradero en el desarrollo emocional, intelectual y social de los niños. El tiempo que dedicamos a nuestros hijos no es tiempo muerto, sino tiempo fundacional. Es en la interacción diaria -en la conversación mientras cocinamos, en el juego compartido, en el consuelo tras el llanto- donde se hace el tejido invisible del vínculo. Ese vínculo es el que sostiene el mundo interior del niño. Y desde ahí, el mundo entero.
Ser padres es una decisión para toda la vida, no una etapa funcional. Nuestros hijos crecen, sí. Pero la presencia que dejamos en ellos, si es sólida y amorosa, permanece. Como permanece también aquello que faltó. Por eso, el desafío ético hoy es: ¿qué tipo de padre o madre quiero ser? Ser padre es ser coherente, presente, flexible. Es entender que toda educación es una forma de intervención en el mundo. Al criar con amor, respeto y conciencia, estamos construyendo ciudadanía desde el inicio de la vida. En este sentido, la crianza es la mayor de las honras porque es política y afecta lo que seremos como sociedad.
La paternidad y maternidad no son roles: son territorios donde podemos resistir a la deshumanización, donde podemos sembrar libertad, justicia y dignidad desde la infancia. Que nadie les robe la maravilla de criar. Que nadie les diga que es inútil, menor o accesorio. Ser padres es transformar el mundo desde el centro mismo de la vida. Porque toda crianza amorosa es un acto pedagógico, político y poético. Y porque -como Freire creyó siempre- “el mañana está en las manos de quienes tienen el coraje de sembrarlo en el hoy.”