Recientemente estando en Moscú mis amigos no eran optimistas sobre las relaciones entre Rusia y los EE. UU. Hacía una temperatura de 14 grados, comenzaba septiembre y la novedad fue que el otoño se prolongó más de lo esperado.

Sorpresas te da la vida.

Y ahora todo el mundo está hablando de Alaska que dejó de ser un remoto estado norteamericano a tan solo 3.650 metros de Rusia, para convertirse en una pregunta: ¿Por qué la cumbre entre Putin y Trump se va a celebrar en esta tierra al extremo oriente de Rusia pegada a Alaska a esta frontera oriental?

No se trata sólo de una curiosidad geográfica. Mi tesis es que se trata de un mensaje geopolítico y de un inesperado giro en la política exterior actual con secuelas desastrosas para las capitales europeo-occidentales y para Zelenski apadrinado de estas.

La temperatura de Alaska de 15 grados ahora envía un mensaje sobre la temperatura de las relaciones entre Rusia y los EE. UU. Se trata del acercamiento sorpresivo con la cumbre de los dos mandatarios en la remota Alaska. ¿Por qué se van a conversaciones al estado más lejano de la unión americana, que está pegado a 3 kilómetros y medio de Rusia?

Así pues, los dos, el nacionalista Putin y su homólogo también nacionalista van a conversar en oriente. Siberia fronteriza de Alaska es el lejano oriente de Rusia. Y Alaska no es exactamente occidental en su sentido ideológico y eurocentrista.

¿Cuál clave se podría conjeturar sobre el sentido de esta cumbre en Alaska?

La elección no es un capricho. Alaska pertenece a los EE. UU. por un trato comercial de venta. En 1867 Rusia vendió a los EE. UU. por el equivalente a 1.500 millones de dólares, entonces una gigantesca cifra, este territorio nevado, helado y de osos polares. Fue un trato comercial en que cada parte hizo un cálculo pragmático y comercial sobre las utilidades para ambos.

Alaska significa así, en términos políticos el precedente de una transacción calculada entre ambos estados. El mensaje no puede ser más brutal para Europa occidental. En esta cumbre no habrá ni participación, ni agenda, ni doctrina de ninguna capital europea. El trato sobre una cuestión europea, en parte, (Ucrania) se hará en el oriente ruso y en tierras norteamericanas. La elección del lugar de una negociación y sobre todo una como esta que corresponde a una cuestión geopolítica, tiene un significado simbólico. La cumbre se hará en un territorio que en distintos momentos ha pertenecido a los dos estados: A Rusia y a EE. UU. Aquí hay un sentido psicológico de confort emocional tanto para Putin como para Trump.

De un lado se halaga a la opinión de los EE. UU. La cumbre se hará en territorio gringo. Y para la población de Rusia, en un territorio que hizo parte del imperio ruso durante el zar Alejandro II, el gran reformador de Rusia. Hay un bofetón geopolítico. El presidente de Rusia llega a un territorio vecino donde no se extiende la jurisdicción del tribunal de La Haya. De otro lado la razón de que sea en Alaska es que la política exterior de Rusia está orientada al vector de oriente, territorio de sus alianzas, mercados y estrategias geopolíticas.

Para Trump el conforte estará en que esta cumbre en Alaska, de parte de Rusia le tiende la mano al mandatario de EE. UU., que pasa por un mal momento y con el tiempo respirándole en la nuca para conseguir un éxito en su política exterior.

Éxitos esquivos par Trump. Logra ruido mediático positivo: decido sobre Zelenski, en un gesto imperial me deshago de cualquier intromisión europea, de sus intrigas y sus presiones de que siga empantanado en el fracaso monumental de la campaña en Ucrania.

Es un confortable trato sobre la cumbre en un suelo familiar tanto para Trump como para Putin, que hábilmente desde Rusia, sin ceder nada, le envía un espaldarazo a Trump. Y al tiempo, Putin cuya campaña avanza en Ucrania, logra lo que siempre exigían la diplomacia de Lavrov y el propio Putin, luego del fracaso de las negociaciones de Minsk que tuvo como garantes a Francia y a Alemania: “No aceptamos ningún interlocutor distinto de los Estados Unidos”.

Así que la remota Alaska donde son vecinos Rusia y EE. UU. deja por fuera a Macron, a Mertz y a Sterner. Ningún acuerdo de instituciones europeas, ninguna diplomacia del viejo continente. Nada. Sólo Alaska y Putin con Trump. Y en el peor de los mundos posibles, Zelenski, un comediante sin libreto, presidente de un país cuyo destino se resuelve cerca de Siberia, en Alaska que ha sido territorio antes y ahora de Rusia y de EE. UU.