Había escrito hace varios años una columna sobre mi amiga, la poeta María Teresa Ramírez, con ese mismo nombre. Hoy, después de su muerte acontecida el 14 de julio, repito el título, ya que creo que no ha perdido vigencia.
Ha sido definitivo el Encuentro de poetas mujeres de Águeda Pizarro, que se lleva a cabo en el Museo Rayo en Roldanillo, para encauzar la nueva poesía negra. Allí llegaron, entre otras, María Teresa Ramírez, Mary Grueso, Elcina Valencia y María de los Ángeles Popov y pudieron reforzar su vocación, y vieron que la poesía rebasaba el ámbito del folclor y el pénsum escolar, donde estaban acostumbradas a ubicar este oficio.
Los talleres eran inspiradores, me contaba María Teresa; el contacto con otras mujeres poetas del resto del país la llenaba de ideas y proyectos, pero en especial la atención que les prestaba doña Águeda, resaltando sus talentos y orientando sus ejercicios, hizo de esa promoción, un hito en la literatura colombiana.
Cada una de estas poetas, que aprendieron a ser disciplinadas, a leer y no confiar demasiado en su talento, se convirtieron en poetas llenando un vacío en el panorama de la poesía afrocolombiana en la que se destacaban figuras masculinas como Helcías Martán Góngora, Candelario Obeso, Hugo Salazar Valdés o el magnífico Alfredo Vanín.
Con ese impulso dado por Águeda Pizarro, irrumpen esas mujeres en el ámbito literario colombiano hace 23 años, conquistando, con sus frescas voces, cada vez más escenarios. A Manizales las traje varias veces para compartir esa nueva expresión, tan colombiana.
Si a Águeda Pizarro se le debe la formación de esta poesía femenina del Pacífico, a Guiomar Cuesta, se le debe la difusión de la poesía de estas mujeres, porque sin el acompañamiento de Guiomar, el país no se hubiera dado cuenta de esta riqueza.
Dentro de ese grupo diverso, María Teresa resaltaba por ser la más estudiosa e interesada en la condición de la gente negra en Colombia. Ella había, por medio de la poesía, emprendido una búsqueda de sus raíces y de su identidad. Me decía que la poesía era más que hacer versos. De forma valerosa avanzó en sus observaciones, aprendiendo de forma autodidacta la lengua palenquera, a tal grado que escribía poesía en ella, y pudo redactar un diccionario, superior a los que había, como me lo demostró en una oportunidad.
Ella, por su formación, no participaba de las escuelas de pensamiento negro que se orientan con lo que viene del exterior, Fanon no le causaba mayor interés, lo mismo que Malcom X y simpatizaba un poco con el reverendo King, por sus convicciones religiosas. Para ella el camino no la llevaba fuera del país, me decía: lo vivimos todos los días, es la reflexión sobre lo que somos, la que nos ayudará.
Me acuerdo de que agitada me comentaba por teléfono que había logrado hacer retirar una imagen de una iglesia en Cali que representaba a un santo clavándole una lanza a una persona de color que yacía dentro de las patas de su caballo. Ella me señalaba que la palabra moreno provenía de moro.
La partida de esta mujer de fuerte voz al declamar su poesía, trajeada con vestidos de colores vivos adornados con vistosos dibujos, me confronta con el hecho de que todo es efímero y que la poesía, definitivamente, es el aliento más significativo que tenemos los seres humanos.