¿Sí existe eso? ¿Si hay un tipo de hombre y mujer que se diferencien del resto de los colombianos y sean producto de los 2.150 metros de altura de Manizales; los 19 grados de temperatura promedio y haberse convertido en parroquia en 1849?
Durante años creí que el Centro Histórico era la clave para ubicar una respuesta y, evidentemente, ese conjunto urbano con su historia ensalzada por llamas y abnegación, muestra hitos en los que se condensan rasgos de lo que yo creo es lo manizaleño.
Me llama la atención la diferencia que existe entre la Catedral como edificio y símbolo y sus dos templos vecinos: La Inmaculada y la Parroquial. La primera es producto de una urbe grande, lo superlativo lo sentimos en su tamaño y tal vez rebasa el rango político de la ciudad, que solo es capital de una región que sufrió una desmembración. Ocupa toda una manzana, caso único en el país, donde los templos asumen una parte de una manzana, pero nunca se abrogaron el espacio entero de toda una. Sus constructores fueron ambiciosos contratando su diseño en París y trayendo ingenieros italianos para su construcción y eso justo después de sufrir un devastador incendio en el que las llamas dejaron un espacio vacío como el que encontraron los fundadores a mediados del siglo antepasado y había que comenzar casi de cero con armar la ciudad.
Los Agustinos es una bella iglesia de pueblo, construida en un estilo extranjero, pero decorada por dentro con fina ebanistería local, logrando que la balanza se incline hacia lo autóctono y regional. Fuera de que, al ser su estilo único en la ciudad, el neogótico británico, no se constituye en una fuerte expresión arquitectónica.
Durante la misa los vecinos se ven y reconocen, fenómeno que no se da en la Catedral, donde el ser humano, corre el riesgo de convertirse en parte de la minimalista decoración de ese templo. La voz del presbítero se percibe clara y cercana. Su rostro se reconoce desde la última fila como en un pueblo donde no hay distancias. Los Agustinos está perfectamente decorado, iniciando con el altar lateral dedicado a San Nicolás de Tolentino, santo patrón de las almas en pena, las cuales el nuevo papa redimió de un plumazo, dejando de existir, ahora sí, el purgatorio, tiene un guión teológico que se desarrolla a lo largo de las paredes y techo del templo, recalcando que este templo pudiera estar en cualquier pueblo de provincia.
Pienso que eso somos los manizaleños: visionarios de catedrales y a la vez gente que le gusta verse, que tenemos un corazón anclado en lo posible y también capacidad para soñar. Que sufrimos esos contrastes, los cuales somos capaces de convertirlos en una pose vacua, carente de fuerza.
Y solo en pocas ocasiones, y al parecer bajo una gran presión, logramos conciliar al montañero nutricio, esa raíz, que nos une con el origen, con ese hombre civilizado, consciente del mundo que ve más allá del terruño.