Mejillas ruborizadas, risas nerviosas, ojos esquivos, pupilas dilatadas, voz baja y pulso acelerado. Parece que estuviera hablando de una enfermedad, pero me estoy refiriendo a los cambios físicos y fisiológicos que tenemos los seres humanos cuando escuchamos esta corta palabra de tres letras: “sex”.
¿Te has preguntado qué sientes o en qué piensas cuando escuchas la palabra sex?
Esta corta palabra nos puede trasladar a diferentes mundos según las experiencias, las creencias, el conocimiento y las enseñanzas. Tal vez nos conecta a algo divertido o a algo muy doloroso; también nos puede conectar a fantasías, a enfermedades, al morbo, a la vergüenza, a la culpa o al mundo de lo prohibido; y, porque no, nos puede simplemente desconectar, porque aprendimos a esconderla, a negarla y a satanizarla.
La palabra sex generalmente está relacionada con el sexo desde la genitalidad o desde las relaciones sexuales. Es muy común que, cuando promociono mi taller Sexcúbrete sobre sexualidad femenina, las parejas de las mujeres que asisten lancen comentarios como: “Van a aprender muchas cositas”, “me la vas a mandar calientica”, “me encanta este taller porque yo seré el más beneficiado” y, en fin, muchas frases que no escribo en esta columna por respeto. Pero, como pueden ver, en ninguna de estas palabras se resalta la importancia de que la mujer aprenda sobre la verdadera sexualidad.
Sex no es solo sexo; es sexualidad desde la experiencia humana, que abarca aspectos biológicos, físicos, psicológicos, sociales y culturales. Sex es el cuerpo, es la historia de cada persona, es la identidad, es la dimensión humana en su totalidad. Sex es lo que sentimos, lo que callamos, lo que creemos. Sex es la afectividad, los derechos, la salud. Sex es cómo cada individuo se relaciona y se
comporta con su propio cuerpo y con los demás; y, por supuesto, sex también es placer, deseo y
pasión.
Cuando tomamos conciencia de la importancia de nuestra sexualidad nos educamos con fuentes
serias y responsables. Entramos en el universo en el que se eligen alternativas informadas y asertivas
sobre nuestro cuerpo y, por lo tanto, sobre nuestra vida. Tomamos buenas decisiones de salud y buscamos ayuda idónea para resolver traumas o simplemente dudas sobre nuestra sexualidad.
Hablamos sin tabúes de lo que siempre callamos, aprendemos de amor propio y dejamos a un lado
los estereotipos sexuales de la cultura y la sociedad. Como consecuencia de todo esto también
tendremos una vida sexual sana, experiencias sexuales placenteras y seguras; evitaremos abusos, relaciones tóxicas y aprenderemos a escoger a las personas correctas que estarán a nuestro lado.
Desmitificar la palabra sex como sexo y trascenderla a la sexualidad, debe ser una acción colectiva. Es una responsabilidad que comienza en las familias y continúa en las aulas. Exige el compromiso de las instituciones públicas, de los profesionales de la salud y de los medios de comunicación.
Todas las personas adultas somos responsables de resignificar la palabra sex, para que las nuevas
generaciones no se ruboricen, no se incomoden, no la vuelvan morbo y no la distorsionen al escucharla.
De ahora en adelante, sex no es solo sexo; es dignidad, es respeto, es la voz de lo que tanto se ha
callado. ¡Hablar de sex no es una provocación, es una necesidad!