¿Qué sientes cuando te miras al espejo? ¿Te gustas o te criticas? Muchas veces el espejo no refleja lo que somos, sino la voz de lo que la sociedad opina: “muy delgada”, “muy gorda”, “muy alta”, “muy baja”. El espejo deja de ser un lugar de reconocimiento y amor, y se convierte en un tribunal implacable que juzga.
Crecimos priorizando las expectativas externas sobre nuestro cuerpo antes que las señales internas. Ese hábito de valorarnos a través de la mirada ajena nos arrebata autonomía. Y es ahí donde la inteligencia somática cobra sentido: la capacidad de escuchar el cuerpo, interpretarlo y responder a sus señales. Activarla nos permite reconocer cómo funciona nuestro organismo y atender signos tan claros como la tensión en el estómago, la calma en la respiración, la incomodidad en la piel o la chispa del deseo. Al desarrollar inteligencia somática recuperamos nuestra autonomía corporal.
¿Y qué significa autonomía corporal? Es la práctica íntima de confiar en lo que sentimos más allá de lo que otros opinen. Es saber que solo yo decido sobre mi cuerpo. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) publicó en 2021 el informe Mi cuerpo me pertenece, con hallazgos inquietantes:
* Apenas el 55 % de las mujeres en el mundo pueden decidir de manera plena sobre su salud, su anticoncepción y sus relaciones sexuales.
* Una de cada cuatro mujeres no puede rechazar una relación sexual no deseada con su propia pareja.
Estas cifras muestran que millones de mujeres aún viven su cuerpo como territorio ajeno y evidencian brechas profundas de conocimiento sobre el cuerpo femenino y la desigualdad en la toma de decisiones en torno a la sexualidad.
De ahí que la autonomía corporal no sea solo la base de la autoestima y del amor propio: es un derecho humano, porque constituye una condición esencial para la salud, la dignidad y la felicidad.
Una forma sencilla de empezar a construir autonomía corporal es practicar la escucha diaria del cuerpo: dedicar unos minutos para notar la respiración, registrar tensiones, identificar qué actividades generan calma y cuáles provocan incomodidad. Esa observación, acompañada de la valentía de poner límites —decir “no” cuando algo incomoda y “sí” cuando lo que sentimos se alinea con lo que deseamos—, nos acerca a la inteligencia somática.
También la ejercemos cuando elegimos la calma sobre la culpa, el respeto sobre la presión, el amor propio sobre la aprobación externa.
La autonomía corporal, vista así, no es un eslogan lejano de Naciones Unidas: es una práctica diaria que empieza en el espejo, en la cama, en la mesa de trabajo y en cada decisión que involucra nuestro bienestar físico y mental. Mujeres: el reto que hoy les propongo no es solo legal ni social, es íntimo. El gran desafío es reconectar con nuestro cuerpo, atrevernos a leerlo, reconocer su voz y responderle con amor propio. El reto es identificar nuestros deseos y nuestros miedos, y no ceder nuestro placer para satisfacer al otro. Es no esperar a que alguien más nos valore, nos apruebe o nos reconozca.
Tenemos que escribir la historia de nuestra felicidad con la tinta de la dignidad. Porque cuando dejamos de esperar que otros nos definan, descubrimos que la verdadera libertad nace del poder que da el autoconocimiento.