Simbólicamente -aunque con efectividad-, existen varias formas de modificar la historia, el pasado, entendidos como aquello que recordamos y la forma en que lo hacemos.
El olvido, y ya no existe ese pretérito. El perdón, y se borra. El arrepentimiento, y se rectifica, por parte del culpable. También, con guasa aseguran que los historiadores son los únicos capacitados para alterar, a su gusto, el pasado, lo que tal vez ni siquiera Dios alcanza. Para otros el pasado es fluido, transformado por nuestras -en el tiempo- cambiantes concepciones de la vida, la ética y la política, que generan distintas valoraciones de aquello que objetivamente fue.
Traigo a cuento lo anterior, porque siendo la historia que se narra en los países un surco de lágrimas, guerras y atropellos contra personas y pueblos, todos deberán aprender a manejar la memoria y el olvido. De lo contrario, la historia será un manantial de rencores, guerras y venganzas.
Caso especial el de Polonia, uno de los países más -si no el más- castigado en la historia universal. Se lo repartieron Rusia, Prusia y Austria; y lo desaparecieron en el siglo XVIII. En el siglo XX atacado, simultáneamente, conchabados, por detrás por la Rusia de Stalin, y por delante, por Hitler. Este, para borrar la nación, le encargó a Rehinard Heydrich, “el violinista de la muerte”, la ejecución de sus élites políticas, académicas, religiosas y sociales. El 20% de su población fue asesinada, el resto esclavizado, Varsovia destruida. Proporcionalmente el país más masacrado por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, ha asumido bien semejante pasado. Igual que en las sociedades orales, que mantienen la ponderación de los recuerdos, descartando aquellos perjudiciales o tóxicos. No olvida todo Polonia, pero sí gobierna bien las injusticias sufridas.
Con rituales de reconocimiento y gratitud a sus muertos. Cada 1 de noviembre, Día de Difuntos, millones van en la noche en peregrinación a los cementerios a reverenciar sus muertos; en faroles les colocan velas para honrar a sus valientes cenizas, transformadas en solidaridad y afecto mediante sus plegarias. Allá, el silencio es diálogo, el dolor es memoria e invocación; esa presencia de los vivientes ratifica la permanencia del amor no obstante la muerte. Czeslaw Miloz, en el poema “Dedicatoria. Varsovia 1945”, se dirige a los sacrificados: “Vosotros, a los que no pude salvar, escuchadme”. Un autorreproche, que sería gratitud si dijese: Vosotros, los que por mí combatieron, escuchadme.
País católico, en un acto pleno de valentía moral, los obispos polacos en 1965 les dirigieron una carta a los obispos alemanes. “Perdonamos y pedimos que nos perdonen”, les dijeron, porque los polacos cometieron algunos desmanes contra alemanes residentes. Arrepentirse, pedir y ofrecer perdón para superar un injusto pasado.
Polonia, sus buenas relaciones hoy con Alemania, correcto manejo de olvido y memoria, ejemplo para los procesos de paz.
Memoria y olvido refieren al factor tiempo, al pasado, traído o no a nuestra presencia en el presente. San Agustín, que reprobó la desmemoria porque impide el amor a Dios, trae buena agenda -de eternidad- para el olvido. Olvido del pasado y también del futuro, así suprimidos, quedará solo el ingreso a un presente eterno en la gloria de Dios.