En una columna de julio mencioné que Carlo Cipolla definió la estupidez como las acciones que dañan a otros sin beneficio alguno, incluso causándose daño propio.

Bertrand Russell dijo que los estúpidos están llenos de certezas, mientras los inteligentes, de dudas; y el teólogo Dietrich Bonhoeffer afirmó que la estupidez no es falta de inteligencia, sino falta de voluntad para pensar críticamente, y advirtió que cuando un estúpido tiene poder, su capacidad de hacer daño se multiplica de manera exponencial.

Albert Einstein dijo que solo había dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y que no estaba seguro del universo.

En 1970, Cipolla fue más allá y clasificó a las personas en cuatro tipos, según su comportamiento: los estúpidos, que perjudican a otros sin obtener beneficio propio; los desamparados, que se perjudican para beneficiar a los demás; los bandidos, que se lucran del daño ajeno, y los inteligentes, que buscan el beneficio propio y colectivo.

Sobre los estúpidos formuló cinco leyes que todos debemos conocer: 1) subestimamos su número real; 2) la estupidez no depende de características sociales o económicas, ni de creencias: aparece en cualquier contexto y persona; 3) el poder amplifica la capacidad destructiva del estúpido; 4) quienes no son estúpidos tienden a subestimar el daño que el estúpido pueden causar, y 5) una persona estúpida es más peligrosa que un delincuente, pues actúa sin lógica ni propósito claro.

El control que ejercen los estúpidos no se explica solo por su cantidad, sino porque los inteligentes, cansados, se vuelven desamparados o bandidos, y la resignación reemplaza la resistencia. El colapso social suele atribuirse a mala información, a falta de educación o a manipulación mediática; sin embargo, la causa real es haber cedido el control a la estupidez.

Esto explica fenómenos políticos y sociales como la persistencia del uribismo, pese a los falsos positivos y la corrupción; el rechazo al plebiscito de paz (2016) y su desprecio actual; la elección y reelección de congresistas corruptos, con procesos abiertos; la aprobación de reformas que empobrecen las mayorías; la defensa del glifosato, con sus daños en la salud y el ambiente; la privatización de empresas públicas con el argumento de “eficiencia”; la criminalización de la protesta social, en lugar de escuchar demandas legítimas; y la paradoja de que las víctimas sean candidatos en los partidos de los victimarios.

La estupidez es, entonces, una perversión social (cuando actuar sin pensamiento crítico y causar daño se vuelve una costumbre instalada), una sociopatía (decisiones dañinas para millones, tomadas sin conciencia ni responsabilidad social) y una hegemonía cultural (aceptación pasiva de un sentido común impuesto por los poderosos).

Cipolla, además, nos propone alternativas para superar la estupidez: reconocer que el estúpido no se corrige, hay que neutralizar su impacto; es necesario identificarlos y minimizar el contacto con ellos; hay que privilegiar la cooperación sobre la competencia; construir redes entre personas inteligentes; fomentar el pensamiento crítico; elegir la inteligencia sobre la estupidez, y fortalecer todo aquello que contribuya a transformaciones constructivas de la realidad.

Posdata: Note incómodo al presidente Gustavo Petro teniendo que respaldar la inversión en el aeropuerto de Palestina, solo porque así lo decidió el diálogo regional caldense. ¿Esta imposición participativa es una lamentable forma de validar la estupidez colectiva?