Hablemos de eso que nos pica la lengua y nos pone a pensar: la estupidez. No vamos a decir que “todos somos estúpidos”, ¡Dios nos libre! Pero sí podemos decir que la estupidez es nuestra compañera de viaje por la vida y, en especial, por la política.
El economista italiano Carlo Cipolla definió las estupideces como “esas acciones con las que se perjudica a los demás, sin beneficio propio, y hasta causándose daño”. Los estúpidos son más complicados que los bandidos, pues estos son predecibles (buscan lo suyo, ¡y ya!), en cambio los estúpidos son impredecibles, lo que los hace más peligrosos y capaces de arrastrarnos al desastre sin que ni ellos entiendan por qué.
¿Cuánta estupidez pública, elefantes blancos o desfalcos institucionales hemos visto por ahí?
Dietrich Bonhoeffer, aquel teólogo alemán que vio cómo su país, tan culto, se entregaba al nazismo, nos soltó una verdad incómoda: la estupidez no es falta de inteligencia, sino falta de voluntad para pensar críticamente. Se activa cuando la gente, por miedo o por seguir la corriente, deja de usar la cabeza y se traga, sin masticar, cualquier carretazo. Lo peor es que el estúpido está convencido de tener la razón, y es inmune a los argumentos lógicos. ¡Pensemos en esa combinación!
Hablemos de quienes con frecuencia nos meten en líos: Maquiavelo, el maestro de la real-politik, nos habló del "idiota útil": gente que, hasta con buena intención pero sin análisis crítico, termina siendo la herramienta perfecta para el engaño y la manipulación. ¡Cuántas veces vemos personas bien intencionadas defendiendo lo indefendible, por "lealtad" o "convicción" mal entendida!
¿Y por qué caemos tan fácil? Un estudio de la Universidad Eötvös Loránd, Budapest, nos da tres causas clave: La distracción (andar como pollo sin cabeza), la falta de autocontrol o impulsividad (actuar por puro arrebato), y la más peligrosa, la ignorancia combinada con el exceso de confianza (creer que sabe sin saber que no sabe).
Entre nosotros la estupidez es una posibilidad real, distinta de la maldad. Es ese “no querer ver”, esa “ceguera colectiva” o esa “falta de memoria” que se disfraza de narrativa, relato o tendencia; la estupidez es el terreno fértil sobre el que el poder fáctico (no elegidos que controlan a elegidos), con la ayuda de medios corporativos e instituciones controladas, construyen sus relatos para manipular la voluntad de la gente.
No es que “seamos estúpidos”, es que con mucha facilidad hacemos cosas estúpidas. Ejemplo: Si vemos gente haciendo y repitiendo cosas estúpidas, ¿por qué tiene seguidores? ¿Cómo es que tantos de esos son elegidos para representarnos en cargos públicos, incluso en la Presidencia de la república, y más de una vez?
No subestimemos el poder de los estúpidos (son mayoría, decía Facundo Cabral).
La clave para no caer en la red de la estupidez es fomentar el pensamiento crítico, cuestionarlo todo, y no dejarse llevar por las emociones. Porque, como decía Maquiavelo, el que olvida la historia (o la vive sin analizarla), está condenado a
repetirla. Así que, compatriotas, ¡a pensar, y ojalá críticamente, que la lucidez es la mejor defensa!
Posdata: Con razón es tan difícil implementar las transformaciones en Colombia.