Hablemos de lealtades y conveniencias en la ruta del poder. En el complejo mundo de la política alternativa los conceptos de lealtad y conveniencia son pilares fundamentales, aunque a menudo generen tensión. La lealtad se refiere a la fidelidad hacia principios, causas o partidos; es un valor ético que construye confianza y coherencia. La conveniencia alude a lo útil, práctico o ventajoso de las decisiones, algo no necesariamente criticable. Gobernar exige un equilibrio maduro entre ambos: una política sin lealtad es oportunista y una política sin conveniencia, ingenua.

Para consolidar un proyecto político con vocación de poder el gobernante progresista se rodea de diversos actores que influirán en sus decisiones: Los amigos, que apoyan la esencia del proyecto desde la confianza de la cercanía personal o desde las bases sociales. Los aliados, necesarios para construir gobernabilidad, que respaldan iniciativas clave a cambio de reconocimiento o influencia, aunque no siempre coincidan ideológicamente. Y los socios, que operan con una lógica de mutuo beneficio, compartiendo parte del proyecto, pero esperando retribución política condicionada.

También llegarán los oportunistas, que se acercan solo mientras existan poder y ventajas que les beneficie, con una lealtad inestable y cambiante, generando riesgos para la confianza en el proyecto. Y aparecerán los infiltrados, quienes actúan desde adentro para sabotear, debilitar o desviar el proyecto, camuflándose como parte del equipo, aunque su agenda sea contraria. En política algunos se disfrazan tan bien de aliados que terminan invitándolos al brindis... sin notar que se están adueñando del descorche.

Para aquellos que vemos el Gobierno de Gustavo Petro como un proyecto de transformación, su desafío es mantener la coherencia. Esto lo compromete con la lealtad incuestionable hacia el proyecto progresista y hacia la ciudadanía que confía en él. Esa coherencia le permite negociar sin claudicar, y ceder sin traicionar, manteniendo una visión clara del rumbo, incluso si los medios para lograrlo cambian.

El costo de atreverse a ganar poder suele ser alto para un político alternativo. El cambio desacomoda, y los “poderes fácticos” (aquellos que mandan sin haber sido elegidos) emplean diversas estrategias para desestabilizar los gobiernos progresistas: recurren al poder económico que impacta realidades, a las élites políticas que bloquean procesos y conspiran a su favor, y a los medios de comunicación que distorsionan los hechos.

La estrategia de la politiquería tradicional es sencilla, pero contundente: falta de transparencia, priorización de intereses particulares y uso del miedo como herramienta de control social, inventando enemigos y estigmatizando a quienes apoyan las reformas estructurales.

Sin embargo, y a pesar de las traiciones y deslealtades de oportunistas e infiltrados -muchos de ellos posando como amigos, aliados y socios-, un gobernante progresista puede ser exitoso. La política no es solo gestión, es transformación. El éxito se evalúa por la transparencia y el compromiso con los principios progresistas y los avances transformadores.

La verdadera fuerza del poder transformador se basa en que la ciudadanía se dé cuenta de lo que ocurre, y conozca su propia capacidad para actuar con responsabilidad, tanto personal como colectiva, frente a los relatos mediáticos manipuladores.

POSDATA: Al parecer el tiempo le está dando la razón al presidente Gustavo Petro respecto a las lealtades.