Uno. Hace dos semanas me fui a motilar. Mi peluquero me preguntó cuando me vio: “¿Tú qué harías si tiraran plata al lado tuyo?”. La pregunta me pareció rara, claro. No lo vi reírse, me dijo que me sentara y remató: “Eso me pasó ayer”. Con las tijeras en la mano me contó la siguiente historia: un señor fornido, de gafas y de gorra, gritaba: “¡Es un millón de pesos!”. Caminaba por el pasillo que da a la entrada al Éxito del centro comercial Sancancio. Sacó unos fajos de billetes y los tiró. Siguió diciendo frases raras como que “¡Hay que barrer bien el piso!”, mientras buscaba una escoba y esperaba la reacción de la gente.
Las personas alrededor lo dudaron. “¿Qué tal que fueran falsos?, ¡qué pena que me vean cogiendo plata de mentiras!”, pensó mi peluquero. En la entrada del Éxito, una mujer joven estaba parada con su perro yorkshire. Al principio también lo dudo, pero se arriesgó, y entonces fue como en una piñata. Ella tomó unos quinientos mil pesos y salió corriendo, en el piso había más de un millón y medio. Incluso una señora encopetada disimuló para guardarse uno que otro billetico. La mujer del perro necesitaba una plata para comprarle medicamentos al perro. “Yo también necesitaba completar una platica”, me dijo mi peluquero. La gente de los locales aledaños recuerda todavía la historia del loco altruista y su rara justicia poética.
Dos. Por estos días vi un video en Facebook, publicado en abril del 2024 en un portal llamado “Corazón del Valle”. En el video un policía cuenta otra historia: una pareja de esposos camina, es de madrugada. Dos ladrones en moto llegan a robarles. Un ladrón se baja, le roba a la señora, la hiere y luego forcejea con el esposo. Mientras pelean, la señora aprovecha y se les roba la moto a los ladrones. Ellos la persiguen, ella le da la vuelta a la cuadra, recoge al esposo, se lleva la moto a un CAI y denuncia lo que pasó. Cinco minutos después, los policías reciben una llamada. Es otra denuncia: unos sujetos dicen que un hombre y una mujer les robaron la moto. La policía reconoce a los dos tipos e identifica que tenían las pertenencias de la esposa herida. Es fácil la inferencia: son los ladrones robados los que piden justicia. En el momento los capturan. Otra forma rara de justicia poética.
Tres. Había una vez un presidente con tanto poder que pensaba que todo el país era su finca. Juraba ser el elegido por Dios. Los políticos le rendían pleitesía; muchos periodistas se le arrodillaban. Solo él representaba al pueblo y solo él podía decidir, con la democracia de su dedo, quién sería su sucesor. Se saltaba las formas institucionales, escribía como un loquito en Twitter y no desaprovechaba oportunidad para hablar de sí mismo en tercera persona. Algunos ciudadanos se le opusieron y denunciaron persecuciones, seguimientos, corrupción. A ellos los llamaron enemigos de la patria.
A uno en particular lo denunció por supuesta manipulación de testigos, pero se sabía que era una reacción porque se había atrevido a exponer su pasado oscuro, los delitos de sus familiares, las persecuciones a magistrados. Ese presidente lo vemos mucho por televisión. No es Gustavo Petro, amable lector derecho. Es Álvaro Uribe Vélez, quien está a punto de ser condenado por manipulación de testigos, entre otros delitos. Última rara justicia poética.