Por estos días de precandidaturas presidenciales vemos a toda clase de políticos sonriendo sin querer sonreír y saludando hasta a los postes. Tienen que aparentar las ganas de comerse ese salpicón trasnochado o de abrazar al niño sucio. Independientemente de esto, como mentir es algo que se nos da muy bien a los humanos, me pregunto hasta qué punto un político miente, hasta qué punto sabe que miente e, incluso, hasta qué punto se cree lo que miente.
Pongamos el caso del presidente Petro. Oímos sus discursos estratosféricos —o por lo menos logramos entender lo que dicen sus trinos amanecidos— y no es claro si se está volviendo loco, enfermo o si lo que dice se lo cree. Diez millones de toneladas de lechonas vendidas, esa idea abstracta y gaseosa de la paz total, el jurar que todo acontecimiento en el mundo gira en torno de él. Parece que mucho de su brillante pasado como senador y representante se le ha perdido en los laberintos del poder.
Ni hablar de las mentiras de sus opositores de derecha, muchos de ellos a la derecha de la derecha. Alguna vez me he preguntado si eso que llaman derecha no es otra cosa que una lista de prejuicios. Temo que en su caso saben que mienten y se lo creen. Que el rayo homosexualizador, que la perfecta familia nuclear, que el mercado se regula solo, que el comunismo como Dios está en todas partes, que el castrochavismo, que los progres están acabando con el país. Los candidatos a la derecha de la derecha se esfuerzan por cada día ser más una caricatura de sí mismos. No sería preocupante si no fuera porque cualquiera se puede ganar la lotería de la Presidencia (si no me creen, ahí está la lumbrera de Iván Duque).
Veamos el caso de Abelardo de la Espriella, un tipo entre fanfarrón y de mal gusto, a quien se le ven las ganas de ser una especie de Bukele colombiano. Hace unas semanas dejó caer sobre la mesa sus intenciones, de llegar a ser presidente: dijo que los “señores de izquierda” en él tendrán un “enemigo acérrimo” que hará todo lo que esté a su alcance para “destriparlos”. Él es la representación física de las nostalgias fascistas de muchos “colombianos de bien”. Todo en él es falso, impostado, hasta los mocasines que usa con los tobillos a la vista.
O la senadora María Fernanda Cabal, siniestra y risible; parece no querer ser presidente sino algo así como la Trump latina. Pero para ser Trump solo le hace falta ser hombre, pintarse el pelo de amarillo y broncearse la piel de naranja: tienen más carisma las carillas del neoemperador gringo. Esto no sería importante si sus propuestas fueran serias. Es más, si tuviera alguna, como no sean las conspiraciones que repite sobre el Foro de São Paulo, George Soros y Juan Manuel Santos. Porque eso sí: estos personajes de ultraderecha están más preocupados por vengarse de Santos por la traición a Uribe que de gobernar a Colombia.
Ni hablar de las Paloma Valencia y de las Vicky Dávila. Cómo será que hacen ver a Mauricio Cárdenas y a Enrique Peñalosa como candidatos moderados. De verdad me lo pregunto: ¿habrá alguien de derecha que no sea un replicador de sus propios prejuicios, un esgrimidor de sus propias mentiras? ¿Habrá alguien de derecha que por lo menos no le eche la culpa de todos los males del país al presidente actual?