Cuando los asuntos de interés general se manejan con egoísmo y revanchismo político demuestran quienes así obran que no son dignos del cargo que ostentan, que seguramente consiguieron doblando la rodilla ante cualquier político destacado, con el poder suficiente para crear a su alrededor una corte de serviles que, como en un efecto de cascada, hacen lo propio con otros burócratas de menor rango.
Lo más nocivo de este proceso es que finalmente quienes salen afectadas son las comunidades, que contemplan atónitas cómo, obras de gran utilidad pública, en las que se invirtieron largos períodos de tiempo en estudios y debates aprobatorios, cuantiosas sumas de dinero en materiales, obra de mano y honorarios profesionales, quedan inconclusa (“elefantes blancos”), como monumentos a la ineficiencia y, por supuesto, la corrupción, cuya participación en cualquier asunto oficial donde haya dinero de por medio, es un rubro más en los presupuestos.
Esta figura (la corrupción) es tan reconocida, que países europeos, reputados como modelos de honestidad y transparencia, admiten como deducibles de impuestos las coimas que sus exportadores pagan a los países compradores del tercer mundo, como se identifica a los que están en vías de desarrollo, con sistemas financieros frágiles, vulnerables a los malos manejos.
“Elefantes blancos” son también obras absurdas, sin ninguna utilidad práctica, que tuvieron altísimos costos, como un estadio de fútbol en la capital de uno de los territorios nacionales Arauca, donde no hay equipo, mientras la localidad carece de servicios públicos esenciales, o son deficientes. Una plaza de toros promovida por un senador, dueño de los votos de una localidad caldense, pequeña, cafetera y lechera, sin ninguna vocación taurina. Y una carretera inconclusa en Caldas, entre Palestina y Chinchiná. Para no hablar de los “famosos” carrotanques de la Guajira, en los que se invirtieron miles de millones, para dotar al departamento de agua, según el Gobierno, sin definir de dónde iba a sacar el agua. Finalmente, los carrotanques no fueron más que monumentos a la corrupción. Como solía decir un locutor deportivo de los partidos que iban 0-0. “Y de aquello, nada”.
Para reseñar los casos de elefantes blancos que existen en el país sería necesaria una antología en varios volúmenes. Con la necesidad de hacer constantes ediciones complementarias, porque los administradores de los bienes públicos son cada vez más ineficientes; y la corrupción más recursiva.
Contrastan los casos reseñados, en los que se despilfarran recursos de presupuestos nacionales y regionales, especialmente relacionados con la infraestructura y los servicios públicos, con programas que merecen atención oportuna y suficiente, porque son de sensibilidad especial para todas las comunidades, no obstante lo cual sufren de la misma ineficiencia y corrupción, como la alimentación escolar, la educación superior y obras de gran impacto social, como el transporte urbano y las interconexiones viales, que no tienen por qué ser instrumento para la politiquería. Pero lo son.