La política como disciplina y norma de vida es respetable. La política se ejerce en todos los territorios, bajo las diferentes facetas que las personas adoptan como estrategia de estar en sociedad, pretende distintos objetivos sociales como epicentros de sus anhelos.
Desde cuando el humano adquirió conciencia, y habitaba entre semejantes, fue construyendo una maraña de intereses personales y grupales, ante las adversidades. Y, entendió que solo la unión era el camino para lograr metas, haciendo más fáciles y defendibles las tareas ante las dificultades que enfrentaban.
Desde allá, las políticas son estrategias que han facilitado inmensos logros y también derrotas cuando ella se utiliza contra los demás y los malos procedimientos lo pueden alcanzar sin atenuantes; es decir, se convierte en víctima de sus propias ideas y obras.
Las políticas han adquirido sus propios y relevantes espacios, llegándose a convertir en mecanismos primarios de subsistencia intelectual y, por lo tanto, ideológica, como es natural.
La ideología, cualquiera, viene desde hace siglos, para quedarse más allá de la intrusa y arrasadora inteligencia artificial. Una clase de pensamiento es la política partidista, de las incontables ubicadas en todos los rincones terrenales.
Entre las personas, no pocas esgrimen que no tienen actividad ni tendencias públicas partidistas, se denominan a sí mismos apolíticos; pero, en su interior, salvo anacoretas irredentos, tienen convicciones sobre las diferentes teorías que marcan la vida de las personas.
La política partidista lo permea todo, con resultados benéficos o malignos. La política tiene al menos dos aspectos: la actividad en sí; y la intencionalidad, que puede abarcar el conocimiento de todo.
Aparentemente la academia, en cualquiera de sus expresiones, está distanciada de la política partidista, aunque no es absolutamente cierto ni permanente, ni lo será. Para el investigador, que no es ángel ni bueno ni malo, existe la necesidad de que sus procesos conserven la independencia, para impedir sesgos y utilizaciones desafortunadas.
Tampoco los investigadores son infalibles; toda su producción está sometida a la controversia, en donde la impugnación no es un hecho aislado. Aparece un artículo en el que se confronta democracia y academia, Gretchen Goldman y Erica Chenoweth. Bien, en sentido estricto, la producción de ciencia no puede estar sometida a acciones democráticas.
Las autoras plantean el problema desatado a raíz de las decisiones del actual presidente norteamericano quien ha ordenado eliminar o restringir los aportes financieros a la ciencia en entes estatales, lo que se interpreta como injerencia y se traduce en eliminar líneas completas de investigación, incluyendo las de salud, y someter a los investigadores y sus instituciones a la tarea de obtener recursos privados.
Colombia no está muy lejos de ese panorama. A pesar de los escalafones, hay que reconocer la existencia de grandes vacíos en el liderazgo de la investigación. No es adecuado que con recursos estatales todos investiguen de todo, sin definir claramente metas institucionales, desde locales hasta nacionales.
Con recursos privados todo puede acontecer. ¡Cómo hace de falta la cultura política entre los estudiantes universitarios!