Después del ridículo que hizo Petro el martes con sus balbuceos, desvaríos, mentiras e incoherencias, concluimos que este individuo es un caso perdido. Es un ser movido por el rencor y el odio que, sin lugar a dudas, terminaron convertidos en una gravísima enfermedad. Pobre. Y por su agresividad y la forma en que dispara ofensas, insultos, diatribas y acusaciones infundadas, podemos afirmar además que representa un peligro para la sociedad y para la estabilidad del país. Porque se ha convertido en el hazmerreír de ese cosmos que él aspira a salvar, y está convirtiendo a Colombia en un paria ante el mundo.
Pero, en últimas, el real problema ya no es Gustavo Petro. En su calidad de enfermo bastaría con un tratamiento siquiátrico o médico, con aislamiento social y alejamiento de redes, para que recupere lo poco del sistema neural que aún debe tener, y entre a responder judicialmente por los daños causados y los ilícitos cometidos.
Los grandes problemas ahora son dos: Quienes aún defienden a Petro, y los candidatos de oposición. Los primeros son esos desadaptados que, a pesar de las evidencias y de la vergüenza ajena que nos invade, siguen poniendo al sátrapa como el paradigma de buen gobierno y el adalid de banderas de libertad, cuando están cayendo en las mazmorras de la ignominia. Porque a pesar de ser una minoría, tienen gran capacidad de destrucción, carecen de escrúpulos y están amparados en los dineros, las armas, la complicidad y la ayuda que les da el propio Gobierno, además de estar rodeados de la impunidad pactada desde la campaña electoral. Son los petristas bárbaros que, viendo cómo se destruye el país, tratan de sostener en el poder a una clase corrupta que roba sin reatos y desconoce las instituciones abiertamente. Los terroristas de corbata que saquean el erario delante del pueblo y violan la Constitución, la ley, y desconocen fallos judiciales sin temor alguno.
Los vagos que encontraron millonarios ingresos en la defensa de quien tasa la posibilidad de empleo y el ejercicio de grandes cargos en el prontuario del individuo y en la cantidad de aberraciones cometidas. Los petristas que están desangrando a Colombia.
Y los segundos, los candidatos de oposición, son un problema igual. Porque se dejan manipular de los primeros y se encuentran atomizados en un océano de más de 70 individuos, en medio de los cuales pasarán, triunfantes, los que imponga el pacto de bandidos que hoy gobierna. Porque es una oposición llena de egos, individualismos, orgullos y soberbia que no se da cuenta de que Petro subió al Gobierno a través de los delincuentes, y son ellos quienes lo sostienen allí. Y mientras no haya seriedad, decisión, cohesión y lucha unificada, no se podrá enfrentar a una delincuencia que, en medio de todo, tiene la gran cualidad de trabajar organizada y con líneas de mando definidas. El Gobierno se quitó la piel de oveja y nosotros perdimos la capacidad de reacción. ¡Qué vergüenza!