Desde principios del siglo pasado (1912), el edificio que albergó el Instituto Universitario, la Universidad Popular, génesis de la Universidad de Caldas, y hasta hace poco la Escuela Juan XXIII, ha sido parte de la vida cotidiana de los manizaleños. Su deterioro, aunque paulatino, se ha vuelto paisaje para una población que se mueve indiferente al pasar frente a su fachada desueta.

Una acción popular del 2011 abogó por su recuperación, anteponiendo como argumento el hecho de ser la obra en bahareque más grande de América Latina y parte sustantiva de la identidad cultural de la Nación. La apasionada discusión entre los pros y los contras, terminó con la decisión del juez que dirimió la demanda ordenando su restauración.

La Alcaldía, conforme a lo regulado en el Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP), destinó el edificio para actividades culturales, en consecuencia asignó sus instalaciones a la Secretaría de Cultura y al Museo de Arte de Caldas.

Como resultado de la ingente inversión académica, política y económica que, requirió la decisión de traerlo al presente, se hicieron diversas reflexiones y propuestas orientadas, en el caso del Museo, a su acogida.

La riqueza plástica de la estructura en madera, hoy al desnudo, considerada uno de sus potenciales más sensibles, estimuló la propuesta de mantenerla expuesta. Una manera audaz de alternar con las obras modernas y contemporáneas que constituyen los fondos del Museo e igualmente, dotar la edificación de los requerimientos técnicos y ambientales inherentes a una exhibición de arte. Rasgadas las vestiduras, como si se tratara de un acto de vandalismo o una banalización de la obra, las delegadas del Ministerio, voceras de la escuela de restauración más recalcitrante del momento, conceptúan que el edificio debe volver, rigurosamente a su estado original, el de 1912.

En la “conversación” con dichas funcionarias, se utilizaron como argumento dos intervenciones exitosas del ámbito regional; primera, el hecho de que la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional funciona en la Estación Motriz, La Camelia, del Cable Aéreo Manizales-Mariquita, (1921). Su recuperación orientada a atender las necesidades de la Escuela y, con el beneplácito del Ministerio, consistió en incorporar, en las otrora bodegas de carga, una estructura metálica compuesta por vigas y columnas (IP), pintadas de amarillo.

Y, también, el caso de la Catedral de La Pobreza en la vecina ciudad de Pereira que, luego del terremoto de 1999 y, una vez retirados los escombros y las láminas de zinc que constituían su piel causaron una “emocionada” sorpresa al permitirnos un encuentro, cara a cara, con la riqueza de la estructura que le sirve de soporte. Ese fue también, con la asesoría del Ministerio, el Leitmotiv de su recuperación.

Los edificios como las ciudades tienen historia, esta hace parte de su trasegar en el tiempo e incluyen la búsqueda para adaptarse a las exigencias, siempre cambiantes, de la civilización. Ahí radica la verosimilitud de su permanencia en la vida de una sociedad.

De atender las exigencias del Ministerio, a todas luces inconvenientes por regresivas, para adecuar el edificio a las exigencias de la actualidad se corre el riesgo de convertirse en un otro adiós al Museo de Arte de Caldas.