De las transiciones que recorre la humanidad actualmente, además de la energética y la tecnológica (la cuarta revolución industrial), quizás la que más impacto va a tener en nuestra sociedad es la dramática transformación demográfica que encara el mundo de hoy: pasamos de altas tasas de nacimientos y mortalidad, a familias sin hijos o con muy pocos (en Caldas, por ejemplo, dicha tasa alcanza 1.8 bebés por mujer, debajo del nivel de reemplazamiento), y una larga expectativa de vida.
Este cambio, inédito en nuestra civilización, que empezó a notarse hace unas tres o cuatro décadas atrás, coincide con una creciente crisis de masculinidad, que se siente desde el salón de clase donde comparto con jóvenes empezando su vida adulta, hasta editoriales de especialistas en diarios universales.
¿Es acaso la generalizada apatía masculina, la manifestación más sintomática de la crisis que muchos hombres afrontan hoy en día, una de las razones de la baja fecundidad que nos afecta? El evidente cambio del rol masculino en la sociedad actual nos ha llevado a la pérdida de dirección e identidad históricas, causando una ausencia de propósito y significado en la vida de muchos individuos, que tratan de llenar este vacío detrás de la pantallas de videojuegos, viendo fútbol 24/7, evitando socializar o perdidos entre rutinas que poco aportan a sus vidas y a la comunidad, sin olvidar, además, la enajenación y dramática pérdida de amigos que experimentamos los hombres con la edad.
En algunos países de Asia ha llegado a tales extremos dicha apatía que un buen número de hombres llega a los 40 siendo célibes de manera voluntaria (aunque también involuntaria, de allí el problema subcultura incel). Simplemente no hay interés alguno en el sexo, en buscar pareja, en formalizar una familia. Aunque a priori esto parecería no afectar de manera particular a las mujeres, dos artículos recientes en el NY Times (Hombres, ¿a dónde han ido? Por favor regresen, de Rachel Drucker, y ¿Qué les pasa a los hombres? de David French) empiezan a hacer evidente el efecto que esta “huida” masculina está causando en muchas mujeres, que preferirían la maternidad en compañía de un padre para sus hijos.
Ambos artículos coinciden en el inquietante abismo que empieza a surgir entre los dos géneros, cuyos intereses y expectativas parecen mirar hacia horizontes muy distintos, resultando, al parecer, cada vez más difícil hacerlos coincidir. El necesario desarrollo equitativo de las mujeres en las últimas décadas y conceptos como el de masculinidad toxica, han hecho que muchos asuman las relaciones de pareja, de manera errada, como un juego de suma cero, que solo logrará ensanchar más nuestras distancias.
Y si esto parece un fenómeno lejano, les cuento que hace unos días, mientras tomaba tinto en el café de El Cable, un grupo de mujeres adultas del medio académico decidían qué hacer el resto de la noche, descartando la mayoría de las opciones que ofrecía la ciudad por idéntica razón: “Es lo mismo de siempre, un poco de viejas solas”.