El asesinato de una niña o niño en casa no termina con el golpe final; en realidad, comienza mucho antes, con cada silencio que la acompañó, con cada grito y con gran dosis de indiferencia. A menudo normalizamos las crianzas basadas en violencias y pocas veces el ser humano se conmueve al ver el llanto desesperado de la niñez detrás de una pared. Ignoramos las señales, el Estado tarda en actuar y cuando se reporta, para la comisaría de familia parece solo es un caso más.

Las familias han perdido la confianza en las instituciones por múltiples razones. Sienten miedo a contar, pero al mismo tiempo sienten miedo de perder sus hijos. Lo que debemos entender es que los niños, niñas y adolescentes no tienen dueños; ellos son sujetos de derechos y corresponde a los adultos garantizar una vida libre de violencias. Denunciar es más que una responsabilidad, es un deber ser y lo mínimo que podemos hacer como adultos.

Como defensora de los derechos humanos, he aprendido que la violencia contra la niñez guarda un silencio doloroso. Muchas madres y/o padres optan por el silencio para evitar conflictos familiares, pero olvidan que este silencio causa un gran sufrimiento, que se traduce en adolescencias sin límites y en etapas adultas llenas de dolor. Los ciclos de violencia se repiten, en los que el ejemplo se convierte en un espejo a lo largo de la vida. Por ello, ignorar no es la solución. El silencio como cómplice no puede ocupar un lugar en la niñez.

Es urgente hablar más sobre crianza respetuosa o positiva. Es urgente buscar ayuda si sientes que tus emociones y sentimientos están desbordados de forma negativa. Cuidar a tu hija o hijo, es un acto de responsabilidad que debes asumir con firmeza. Cuidar tu salud mental también es cuidar de los más pequeños. Cuando los conflictos familiares crecen, la violencia física o psicológica se convierte en el pan de cada día dentro de un hogar. No podemos ignorar. La indiferencia mata.

El hogar debe ser un lugar seguro para la niñez. Afuera el mundo es bastante ruidoso, cruel y despiadado. Esforcémonos por criar una niñez feliz.

Busca espacios que dejen huella en el corazón de tu familia. Rodéate de familias sanas, con buenas prácticas amorosas. Vayan a la mesa en familia, hablen de lo que les gusta, pero también de lo que les incomoda. Las conversaciones difíciles sanan el alma. Pero si definitivamente no pueden ser pareja, sean responsables. Separarse también es un acto de amor con la familia. La niñez es feliz si ve padres y madres felices.

Al final depende de todos y todas que la niñez viva libre de violencias.