Si hay un espacio físico en el que los seres humanos vivamos todas las emociones posibles, es un hospital. El imaginario de un hospital es un edificio encapsulado, controlado, limpio, con paredes blancas, espacios obligados de silencio y otros de espera, de angustia, de tranquilidad. Las paredes blancas fueron (siguen siendo) sinónimo de asepsia.

Historias hay muchas, historias de esperas agotadoras, de horas de caminar por pasillos blancos, algunas veces atiborrados de gente y otras solitarios. Recuerdo aún con desconcierto cómo me imaginaba mi parto y cómo fue. Fue frío, tosco, con preguntas sin resolver. No nos fue bien, pero lo supimos después, cuando caímos en la cuenta de que dar a luz merecía un ambiente menos hostil.

Atreverse a transformar algo de esa realidad resulta de por sí innovador. Habrá muchas personas que consideren inapropiado una pared con un bello pájaro y una exuberante flor en la sala de espera de las quimioterapias. Habrá gente que no considere bueno que haya esquinas con libros. Habrá gente que no entienda, ni le interese entender, lo que hacen varios lienzos en una pared cerca de consulta externa.

Habrá gente que cuestionará que la inauguración de un laboratorio de patología tenga un performance que nos recuerde de lo que estamos hechos: de tejidos.

Afortunadamente, hay otras personas que creen que ese mural, esos libros, esos lienzos aportan a la salud mental del personal médico y administrativo del hospital y de sus pacientes. Afortunadamente, hay visionarios que le apuestan a la innovación social como posibilidad de transformación. Afortunadamente, hay quienes creen que la cultura no solo la hacen quienes se dedican al arte, sino que es una arista fundamental de nuestras vidas que debería impregnar nuestra cotidianidad de manera más firme.

Los caldenses siempre se han sentido orgullosos del SES Hospital Universitario de Caldas, porque ha sido una institución pionera desde el campo científico, porque ante la historia ambigua del sistema de salud ha logrado un interesante equilibrio. Ahora también, además de todo eso, nos podemos sentir orgullosos de una institución que piensa en aportar al espacio público que lo rodea, que busca aliados para colorear sus paredes y para contar historias a los pacientes. Orgullosos de una institución que, por una noche, abrió sus puertas como siempre a las emergencias, pero también a la Noche de los Museos.

Gracias a nuestro Hospital por seguir la senda que hace unos siglos algunos soñaron de esa alquimia perfecta entre arte y ciencia y recordarnos que la innovación no es solo tecnológica sino también social.