Su nombre se leyó en varios periódicos, se le rindió homenaje en varias ciudades, Señal Colombia emitió un documental sobre su vida, la Universidad Nacional sacó una colección especial de sus libros… y, en la Calle del Tango de Manizales sonaron los vallenatos que él me enseñó (con orgullo) una tarde en su oficina del IEPRI en la Universidad Nacional de Colombia. El pasado 11 de julio se cumplieron 100 años del nacimiento de Orlando Fals Borda.
Hace 25 años estaba terminando mi carrera profesional; habíamos fundado una revista de estudiantes y organizamos los 40 años del Departamento de Sociología. Orlando Fals Borda era, para nosotros, un mito: “el fundador” de la Sociología en Colombia, creador de la Investigación Acción Participativa, Constituyente, uno de los principales científicos sociales del país. Y, a pesar de tener algunas referencias de él, nunca habíamos leído sus libros ni estudiado sus aportes a profundidad, ya que en ese tiempo el pénsum de la carrera priorizaba el pensamiento de autores extranjeros.
Un día de 1999 salió una convocatoria para ser monitora de un curso dictado por Fals Borda. ¡Era de no creer! Fals Borda, luego de años de destierro, volvía a dar clase en el Departamento que él mismo ayudó a crear. Con un buen promedio de notas y algo de suerte, salí elegida. Y allí, en ese momento, en ese primer encuentro con ese ser humano de sonrisa caribeña, mi vida profesional cambió.
Rápidamente nos pusimos de acuerdo en la metodología de su seminario y en qué consistiría el apoyo. Pero lo realmente importante eran esas charlas sobre ser sociólogos, sobre el país post-constituyente, sobre las necesarias transformaciones para disminuir la pobreza, sobre la tierra, sobre el hombre anfibio, sobre el conocimiento que une la razón y la emoción, la ciencia y la vida cotidiana: a lo que él llamaría el “sentipensamiento”.
Fui su monitora en el seminario Colombia vista por sus científicos y, allí, como quien se quita una venda, descubrí el pensamiento social colombiano. Estudiamos a Estanislao Zuleta, Eduardo Umaña, María Virginia Gutiérrez de Pineda, María Cristina Salazar, entre otros. Ellos eran científicos sociales que nos hablaban de lo que vivíamos, de nuestra realidad colombiana.
Fals también fue, para mí, la figura de abuelito bonachón (el que nunca tuve), pendiente de mis avances y mis dificultades. Porque, tras la enseñanza, tras la ciencia, está la humanidad… esa humanidad de la cual él hacía majestuoso derroche.
Cuando murió, yo estaba en otro país. En un cuarto de una residencia universitaria leí la noticia, lloré en esa soledad y le agradecí a la vida por su presencia en la mía. Él quizás nunca supo todo lo que me quedó, que no es poco: el amor profundo por la sociología; la convicción de que esta ciencia debe estar al servicio de las personas; el poder de la cultura para comunicar y transformar; la necesaria devolución del conocimiento a las comunidades y personas, el arraigo a un país que merece una mejor realidad.
Quisiera atesorar con mayor fuerza esos recuerdos. Ojalá las nuevas generaciones de sociólogos/as y de científicos del país lo estén estudiando. Ojalá él sea profeta en su tierra (siempre fue más valorado en el exterior), y construyamos entre todos ese conocimiento sentipensante y transformador que Fals propuso.