“La violencia es la partera de la historia”, dijo Marx; con ello dejó planteada una hipótesis que sigue teniendo vigencia: la violencia sigue jugando un papel fundamental en las transformaciones sociales y políticas de los pueblos.
También dijo Marx que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Utiliza esta frase para reflexionar sobre la manera en que los eventos históricos pueden repetirse, pero con una diferencia en la forma como se manifiestan y son percibidos.
El asesinato de Miguel Uribe conmocionó al país. Salvo algunas expresiones individuales de locura moral que pretendieron justificar o banalizar el crimen, la generalidad de los colombianos asistimos adoloridos a lo que fue la larga agonía de un joven asesinado en la flor de la vida: tenía 39 años.
Su juventud, su rápida y exitosa carrera política y el sino trágico que lo acompañó desde muy niño cuando su madre, Diana Turbay, fue asesinada por el Cartel de Medellín, profundizaron ese sentimiento de rechazo e indignación colectivos. E hicieron que surgieran interrogantes en el ánimo nacional. Sí sabremos con certeza cuál fue el origen de este crimen, quiénes sus determinadores y cuáles los protervos fines que buscaban con él.
Cuando mataron a Luis Carlos Galán también hubo detenciones inmediatamente después del atentado; solo que la investigación se manipuló, y terminó siendo sindicado y encarcelado por más de 4 años un hombre inocente, Alberto Júbiz Hazbún. Cuando el Estado decidió indemnizarlo por la injusticia cometida en su contra, ya había muerto.
Magnicidios impunes en Colombia, casi todos.
¿Este acto violento será solo uno más, o de él nacerán ideas nuevas, hechos rotundos e intentos sustanciales de cambiar el rumbo del país?
La violencia exacerbada que vivió Colombia a finales de la década del 80 (asesinaron a Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal y Luis Carlos Galán, todos candidatos presidenciales), llamó la atención del país sobre la necesidad de introducir cambios radicales en nuestra organización institucional para enfrentar la crisis de un Estado que ya se consideraba casi fallido. Fue el presidente Barco quien entendió este clamor y emprendió la tarea de proponer una profunda reforma constitucional que fracasó, e hizo inevitable el movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta que dio origen a la Constituyente de 1991, que es fruto de esos tiempos turbulentos y del intento de superarlos.
En el 2021 Colombia experimentó un significativo estallido social que se saldó con violencia. Según cifras de la Comisión de la Verdad, del estallido a la fecha se identificaron más de 970 víctimas y 595 detenciones arbitrarias. El estallido social parió la historia de estos últimos 4 años: hizo posible la unidad de la izquierda, tradicionalmente dividida; que votó unitariamente por Petro y fue decisiva en su elección como presidente.
Los desaires, réplicas y contrarreplicas, insultos y diatribas fueron comunes entre dirigentes políticos y expresidentes, en los mismos actos fúnebres del senador y candidato asesinado. La crispación no cede, el tono no baja, los enconos no se superan. ¿Será que no somos capaces de entender la necesidad de interpretar con lucidez este momento histórico para intentar construir un verdadero acuerdo nacional, con contenido, más allá de las casi vulgares preocupaciones electorales de estos días?
A esta altura del tiempo y del dolor deberíamos estar recogidos, pensando en qué hay que hacer para que nuestra historia no se repita más como tragedia, pero tampoco, como farsa.