Durante siglos la calle fue espacio de encuentro y tránsito. Caminaban personas, jugaban niños y pasaban animales. Luego llegaron bicicletas, tranvías, buses y, finalmente, el automóvil. Pero en algún punto del camino el carro dejó de ser un visitante más y se convirtió en el dueño de todo. A él se le entregó el espacio, la prioridad y hasta el respeto. Lo curioso es que esa decisión no fue democrática, sino producto de una forma de pensar que convirtió la velocidad en virtud y el ruido del motor en símbolo de estatus.
La calle dejó de ser de todos para ser del carro. Se construyeron avenidas anchas, puentes vehiculares, pasos deprimidos y semáforos que casi siempre favorecen su flujo. Mientras tanto, los peatones fueron relegados a cruces peligrosos y andenes rotos. Y cuando intentan reclamar algo de ese espacio, les pitan, los insultan o incluso los atropellan. Pareciera que andar a pie fuera un error, una pérdida de tiempo o un obstáculo para el progreso.
Pero ¿realmente es la calle del carro? La ley en Colombia es clara: la vía es un espacio compartido, jerarquizado según la vulnerabilidad. Primero están los peatones, luego los ciclistas, después el transporte público, y al final el vehículo particular. No porque los otros estorben, sino porque son más frágiles. Porque cuando un carro se equivoca, quien lo paga es casi siempre el que menos protección tiene.
Sin embargo, la realidad contradice la norma. En Manizales, según cifras de la Secretaría de Movilidad, para el 2023 se estimaron 247.523 vehículos, con una tasa de motorización de 545 por cada 1.000 habitantes: 269 carros y 260 motos.
Mientras tanto, el transporte público pierde terreno. Entre el 2014 y el 2024, según el DANE, su uso se redujo en un 30%. Y como mostró la Encuesta de Percepción Ciudadana de Manizales Cómo Vamos en el 2024, la bicicleta y el transporte público son los medios con menor satisfacción, mientras que la moto y el carro particular obtienen las mayores aprobaciones. Es una batalla desigual; los modos que deberían liderar la transformación urbana están perdiendo espacio frente a quienes ya lo dominan.
No basta con hablar de movilidad sostenible si seguimos diseñando ciudades en las que solo se puede “vivir bien” si se tiene carro. Hemos construido ciudades en las que, quienes caminan, pedalean o esperan el bus, se encuentran en una lucha diaria por un espacio que también les pertenece.
Un estudio en Cali, realizado por la Universidad del Norte y la Universidad de la Costa, mostró cómo la calidad del entorno urbano (andenes, cruces, iluminación, entre otros) afecta la seguridad y el deseo de caminar. Revelando cómo la carencia de infraestructura peatonal reduce la movilidad de quienes no tienen carro, reflejando las brechas urbanas en función del privilegio vehicular (ver aquí: https://acortar.link/38vzhJ).
La calle debe ser ese lugar de todos. Donde caminar no sea un riesgo, pedalear no sea un acto temerario y esperar un bus no sea una condena. Devolverle la calle a la gente es también devolverle a la ciudad su humanidad. Porque solo cuando todos tengamos un lugar digno en ella, podremos decir que hemos construido una ciudad para vivir, y no solo para transitar.