Cuando oscurece, no solo cae la noche, también puede caer la tranquilidad. Las calles mal iluminadas se convierten en terreno fértil para el miedo, para la impunidad y, muchas veces, para el crimen. No es solo una sensación, es un hecho respaldado por la evidencia. En Nueva York, un estudio realizado por Crime Lab demostró que instalar postes de luz en zonas vulnerables redujo en un 39% los delitos graves cometidos de noche. El crimen no desapareció, pero se hizo más difícil de desarrollar.
Durante años se pensó que la seguridad dependía de más policías, más cámaras o más patrullajes. Pero olvidamos lo más básico, el poder ver. No es una metáfora, es una estrategia concreta. Iluminar también es prevenir. La luz puede llegar a romper el ciclo de violencia que se reproduce en la sombra y, lo más importante, devuelve a las personas el derecho a habitar el espacio público sin miedo.
Este no es un caso aislado. En Stoke-on-Trent, una ciudad del Reino Unido, se mejoró el alumbrado en varios barrios urbanos y los resultados fueron muy buenos ante la caída en un 26% de los delitos en las zonas intervenidas. Incluso en los barrios vecinos, donde no se hicieron cambios, también hubo una disminución de los crímenes. En contraste, en las zonas donde no se actuó, los delitos aumentaron un 12%.
En América Latina también hay lecciones. Entre el 2015 y el 2019, un programa de modernización de luminarias en 101 municipios de Chile logró reducir robos sorpresivos y conductas incívicas, comparado con 244 municipios donde no se intervinieron los sistemas de iluminación. Presentando así, mejoras evidentes que muestran que la luz (por simple que parezca) puede transformar realidades.
Y en Manizales los datos parecen ir en la misma dirección. Según la Encuesta de Percepción Ciudadana del 2024 realizada por Manizales Cómo Vamos, apenas el 6% de quienes estaban insatisfechos con las luminarias se sentía seguro en su barrio. Pero esa cifra sobre la percepción de seguridad mejoraba al 57% cuando se sentían satisfechos con el alumbrado público. La luz mejora la percepción de seguridad y esta buena percepción cambia la forma en que habitamos la ciudad.
Donde no hay luz, el crimen logra fortalecer sus raíces. Se vuelve invisible. Y lo invisible no se combate, no se investiga, no se castiga. Allí, la delincuencia se vuelve cotidiana y la ciudadanía se encierra. Crímenes que nacen, se permiten y se empiezan a multiplicar. Una ciudad sin luz es una ciudad sin confianza.
Un poste de luz no resuelve todos los problemas. Pero sí puede evitar muchos. Puede ser la diferencia entre una calle viva y una calle peligrosa, entre un barrio que se encuentra y otro que se esconde. Cambiar un foco no es solo una tarea de mantenimiento, es una decisión política, una apuesta por la vida común.
Antes de hablar de tecnología para la seguridad, extrema vigilancia o doblar esfuerzos en patrullajes, empecemos por lo esencial y más “simple”, que cada calle de la ciudad esté bien iluminada.