Néstor Eugenio Ramírez fue otra de las personas que marcó mis primeros años en este camino profesional. Con él viví una anécdota que, sin saberlo entonces, conecta directamente con lo que se convirtió en mi propósito en la segunda mitad de mi vida y con lo que hoy exploraremos. Estábamos en un almacén buscando un souvenir, cuando la vendedora nos preguntó si la persona destinataria era joven o mayor.

Respondimos simultáneamente: él dijo “joven” y yo “mayor”. Néstor me miró y comentó: “Joven es toda persona igual o menor que uno”. Nos reímos los tres asintiendo a esa frase. Entonces, ¿la edad es cuestión de percepción? Esa reflexión me acompaña desde esa época y hoy cobra especial relevancia para entender cómo percibimos la edad.

Justo eso es lo que quiero visibilizar; algunas percepciones, creencias y clichés frente a la edad. En reuniones recientes, cuando conversamos sobre longevidad y futuro laboral, he notado un patrón, la creencia de que después de la jubilación las personas deberían dedicarse a “oficios varios” como hobbies o, en el mejor de los casos, a lo mismo que han venido haciendo. “A esa edad no deberían cambiar de rol”, “a esa edad, yo ya debería estar en mi casa descansando”, me dijeron hace poco.

¿A esa edad? Si consideramos que hoy una persona podría jubilarse alrededor de los 60 años, ¿se han puesto a pensar que podría tener 20 o 25 años más de vida productiva por delante? ¿Realmente se nos ocurre pasar dos décadas llevando en la maleta sabiduría acumulada para relegarla exclusivamente a pasatiempos?

Este par de ejemplos nos revelan una incomprensión sobre lo que significa la edad en el siglo XXI. La edad no es un contador regresivo hacia la irrelevancia; es un banco de conocimientos, perspectivas y conexiones que puede convertirse en ventaja competitiva extraordinaria. Harland Sanders tenía 65 años cuando cobró su cheque de 105 dólares de la seguridad social y decidió comercializar su receta de pollo frito que se convertiría en KFC. Laura Ingalls Wilder publicó su primer libro a los 65 años (La casa de la pradera), creando una obra que sigue inspirando generaciones. Ray Kroc transformó McDonald's en un imperio global a los 52 años, después de décadas acumulando experiencia como vendedor.

Estos no son casos aislados de “suerte tardía”, son ejemplos de lo que sucede cuando décadas de aprendizaje encuentran el timing perfecto. El tiempo vivido no es solo calendario transcurrido; es capacidad refinada de leer contextos, redes de confianza tejidas, y esa intuición que solo otorga haber navegado múltiples crisis y oportunidades.

En Colombia tenemos 8.17 millones de personas mayores de 60 años que representan el 15,4% de la población total, según datos del DANE. Globalmente, las personas 50+ controlan el 60% de la riqueza mundial, y representan un segmento creciente en emprendimiento global. Estos datos revelan algo contundente: la nueva longevidad no es carga demográfica, sino el motor económico menos explorado de nuestra generación.

¿Cómo nos transformamos para que décadas de sabiduría acumulada sean motor de innovación? La respuesta está en cambiar nuestra percepción sobre lo que significa envejecer. No solo se trata de jubilarse para descansar, sino de reinventarse. Nunca es tarde. La edad puede ser nuestro mayor activo si sabemos longevizarla estratégicamente.