¿En algún momento han tenido la oportunidad de hablar sobre emprendimiento y emprendedores? En esa conversación, si hablan de quién está al frente de esta iniciativa, ¿en quién piensan? Apuesto que se viene a la mente “los jóvenes”, “los muchachos” y a lo mejor tecnología. En estos años he visto recurrentemente que pareciera que emprender se enfoca a cierta edad, cierta etapa de la vida y ciertos sectores. Esta percepción no solo es incorrecta, sino que está invisibilizando un talento invaluable.
En estas conversaciones siempre digo: el emprendimiento no tiene edad. Estudios del MIT publicados en Harvard Business Review demuestran algo sorprendente, los fundadores de empresas con mejores posibilidades de triunfo son aquellos que arrancan su negocio alrededor de los 45 años. ¿Por qué? Porque recogen conocimiento, experiencia y trayectoria que ponen al servicio de su empresa. La investigación encontró que quienes tienen al menos tres años de experiencia laboral alcanzan 85% más probabilidades de lanzar una empresa exitosa. Lo que estos emprendedores aportan va más allá de lo que dice una hoja de vida.
Es “conocimiento consolidado”: saber leer contextos, hacer las preguntas correctas (incluso a la IA), contar con redes de confianza tejidas a través de años, y tener esa intuición que solo da haber navegado crisis y oportunidades (muchos raspones de rodilla en el camino). No es solo experiencia acumulada; es sabiduría que anticipa desafíos e identifica oportunidades donde otros ven obstáculos.
Los emprendedores mayores tienen una diversidad de enfoques que obliga a que los programas de apoyo se “longevicen”. Su forma de entender crecimiento y aceleración depende del momento de vida. Están más cerca de su propósito, tienen claridad sobre qué quieren y qué no negocian para su bienestar. Algunos buscan escalar globalmente, otros prefieren impacto local sostenible, otros estar activos sin agobiarse. Esta diversidad no es debilidad, es riqueza estratégica.
Además, estos emprendedores se vuelven mentores naturales para emprendedores más jóvenes y entre pares, creando ecosistemas intergeneracionales en los que el conocimiento se transfiere y multiplica. He visto cómo un emprendedor de 55 años aporta perspectiva estratégica e incluso potencial de inversión a un equipo en promedio con 25, mientras estos últimos aportan agilidad digital y nuevas formas de conectar con mercados. Incubar lo probó con un programa enfocado a jóvenes denominado YSA, financiado por el gobierno Coreano y con una alianza de una comunidad denominada “Ganas y Canas” gestada por Livi Betancur.
En nuestra región, donde tenemos un alto porcentaje de población mayor de 60 años más un ecosistema universitario robusto, esta convergencia es oportunidad única.
No se trata solo de que las personas mayores emprendan; se trata de construir puentes en los cuales la experiencia potencia la innovación juvenil y viceversa.
Emprender no tiene fecha de vencimiento. La experiencia no caduca; se convierte en ingrediente secreto del éxito empresarial. La pregunta no es si es tarde para emprender, sino cuándo vamos a aprovechar completamente esta ventaja competitiva que llamamos longevidad.