Beatriz Chaves Echeverry

La mágica Estambul, no podría llamarla de otra manera, tiene el encanto de dos continentes, eso la hace única, su historia es una de las más interesantes entre las ciudades del mundo, pues fue la capital del imperio Bizantino, Romano de oriente y también del Otomano, se ubica entre dos mares, el mar de Mármara y el mar Negro; quienes hemos tenido el privilegio de visitarla y navegar por el estrecho del Bósforo, hemos sido testigos de las marcas que le han dejado la historia y las dos culturas que este estrecho separa.

Estambul ya no es la capital de Turquía, el fundador de la república, Mustafá Kenal Atatürk, decidió fundar una ciudad moderna, para que fuera el centro administrativo y político del país, es Ankara, un poco monótona en su arquitectura, se destaca en ella el mausoleo que resguarda los despojos mortales del líder, verdaderamente reverenciado por su pueblo.

Pero la bella Estambul sigue siendo el centro cultural y económico del país. También es la ciudad más poblada de Turquía y una de las más pobladas del mundo.

Describir las joyas que contiene esta ciudad es difícil, pues son tantas, pero si uno respeta las religiones y los lugares sagrados, definitivamente disfruta la visita a las mezquitas, como la de Süleymaniye, todo el complejo es hermoso, además contiene las tumbas de él, algunos de sus hijos y de la famosa sultana Hurrem, que es más bonita que la del propio sultán, diseñada por el mismo arquitecto que construyó todo el complejo.

Algo que me pareció hermoso en Estambul, es el respeto que tienen por los animales, perros y gatos “callejeros” viven alegremente en lugares como este complejo; allí vi a una gata con sus gatitos, muy bien acomodada y cuidada, en la parte exterior de la propia tumba del sultán, resguardada de la intemperie y muy bien alimentada.

El Palacio de Topkapi es majestuoso, con su intrincada arquitectura, que mezcla lo político con la secreta vida del harem, permite al que lo visita tener un atisbo de lo que fue la vida de las odaliscas, cuidadas por los eunucos y sometidas a una vida de prisioneras, aunque su prisión fuera en un lugar tan hermoso como este palacio. Pero lo que más me gustó de este lugar fue el salón de las reliquias, donde se puede apreciar algo tan único como el bastón de Moisés o una huella del pie de Mahoma.

Visitar la iglesia de Santa Sofía, joya del arte bizantino, ahora convertida en mezquita, ver los frescos que aún se conservan, a pesar del tiempo, es conmovedor, pero hay un lugar tan interesante como escondido, la Cisterna Basílica, es una construcción en el subsuelo de esta ciudad, es la más grande de las cisternas que se construyeron durante el periodo bizantino, para que la ciudad no se quedara sin agua a pesar de ser sitiada, pues Estambul era una ciudad asediada por su posición estratégica y por ser la ruta obligada para el paso desde Europa hacia Asia y África.

El lugar tiene un encanto casi indescriptible, tal vez sea la simetría de sus columnas, la iluminación cambiante, los vestigios del agua, las cabezas de Medusa o la columna de las lágrimas. Si va a ir a esta ciudad, no deje de visitarla.

No me alcanza el espacio de esta columna para hablar de todo lo que vi, pero este pequeño abrebocas será una invitación para que la conozca