El ritual de pararnos frente al armario para elegir qué ponernos al día siguiente es algo que todos hacemos. Algo que repetimos casi de manera automática para vernos "bien". Pero, ¿cuántas de esas veces somos conscientes de que al vestirnos no solo podemos vernos bien, sino empoderarnos de nuestra identidad?
Y es que, ¿qué significa vernos bien? Lo "aesthetic" ha acaparado la conversación en redes sociales desde hace algún tiempo. Ser aesthetic significa verse de una manera en particular en la que todo encaja y responde a las tendencias: todos los elementos siempre están en su lugar y todo parece perfectamente puesto. Lo bueno es lo correcto, lo adecuado, lo favorable. ¿Por qué no elegir vernos arriesgados, provocadores, cautivadores?
En las redes sociales los creadores de contenido promueven la tendencia de lo aesthetic al satanizar prendas y promover una sola forma de verse. La correcta, por supuesto. Pero no se queda en lo digital, al salir a la calle se evidencia que la réplica y le repetición son las que hoy dominan el ritual del vestir y nos perdemos en siluetas sin interés.
Pasamos mucho tiempo en silencio en actividades que también hacen parte de la repetición de nuestra sociedad como estar en el transporte público o pasar horas sentados frente a un computador para que nuestra ropa también se sume al silencio.
La manera en la que nos vestimos debería ser la primera declaración de libertad y autenticidad. Los colores, texturas, formas y tejidos deberían hablar por nosotros: qué pensamos, qué sentimos, cómo vemos el mundo. La moda es un acto político que no debe darnos miedo ejercer.
La moda es grito, manifestación, oposición. La minifalda en los 60 como símbolo de independencia, el punk con el cuero para mostrar el descontento juvenil de los 80, los 90 y el saco ‘grunge’ de Kurt Cobain en todos los jóvenes. No han sido solo prendas, han sido manifestaciones de cambios culturales.
Si lo político en la moda es lo aesthetic y esto significa usar elementos que no cautivan ni provocan, que no llaman la atención, que cumplen las reglas y no se salen de los límites, quiero estar en el lado de los políticamente incorrectos, de los que no están bien.
En una sociedad en la que el futbolista mexicano Chicharito Hernández nos dice que el lugar de la mujer es el hogar y que honrar la feminidad es cuidar al hombre, mientras que honrar la masculinidad es proveer, estoy del lado del ejecutivo que cruza su pierna en su reunión para mostrar que usa medias de arcoíris; o en la que una reconocida marca de ropa usa la imagen de una actriz rubia, blanca y de ojos azules para vender jeans al jugar con la pronunciación en inglés de las palabras jeans y genes (suenan igual) para que ella pueda decir que sus jeans (¿genes?) son los mejores, estoy del lado del hombre que usa falda y de la mujer que no usa brasier.
La moda como acto político está siendo atravesada por tendencias que disfrazan la eliminación de lo diferente con adjetivos como limpio, atemporal, clásico, sencillo.
Que la uniformidad no se convierta en un lugar común para acallar nuestras posturas y principios. Que nuestras posturas tomen forma cuando rompemos la tendencia de lo estético para gritar, reír, incomodar.