Recientemente, como parte de mi ejercicio como profesora universitaria, visité con algunos estudiantes una reconocida organización. Diferentes profesionales hablaron sobre sus experiencias y los estudiantes tuvieron la oportunidad de conversar con ellos. Entre las preguntas que más llamaron mi atención estuvo la de una estudiante que le preguntó a una mujer que lleva más de 20 años en la organización sobre los retos que había tenido para consolidarse como mujer en el mundo laboral. Mi pensamiento sobre lo acertado de la pregunta se disipó en el silencio de esta profesional que no encontraba qué responder. Tras unos segundos, la respuesta fue una generalización sobre no haber enfrentado obstáculos, retos o mayores dificultades para haber llegado a su destacada posición empresarial.
Las mujeres que acompañaban esta presentación, también colaboradores de la misma organización, secundaron la respuesta hablando de que esa, precisamente, era una de las mejores características de trabajar allí. La respuesta no satisfizo a mi estudiante, ni a mí tampoco. No porque no me alegre ver mujeres que alcanzan altos cargos sin haberse tenido que preocupar por techos de cristal o porque haya empresas que llevan más de 20 años con tanta claridad sobre la equidad de género. Sino porque considero que esa respuesta desestima la preocupación genuina de una mujer joven que está en la búsqueda de referentes femeninos que la fortalezcan para salir a trazar su propio camino.
Celebro que mujeres alcancen altos cargos sin que esto represente una lucha (ojalá esto cada día suceda más), pero con lo que no concuerdo es con que esto se convierta solo en una casilla más que marcar para esas mujeres. Un ‘check’ en una larga lista de logros por cumplir como los tenemos todas, algo menos por lo cual preocuparse.
Sinceramente, no sería capaz de mirar a una estudiante universitaria y decirle que todo me salió bien, así haya sido así, porque no puedo desconocer los problemas estructurales de la sociedad que, justamente, son los que llevan a esta estudiante a preguntar por los retos que tenemos las mujeres, mientras que no vamos a escuchar a un estudiante hombre preguntando por los retos relacionados con su género.
Considero que, entre más altos sean esos logros y más orgullosas nos sintamos de haberlos alcanzado, más debemos abrazar esa responsabilidad de hacer eco de nuestra voz, esa que ahora podrá escucharse más y mejor dada nuestra posición.
Antes de esta experiencia pensaba que las mujeres en cargos de liderazgo muy altos a veces son reducidas a dos narrativas: la mujer que juega el papel de ‘hombre’; que replica esas conductas que consideramos masculinas, pues es lo que reconocemos como liderazgo. O la mujer ‘luchona’, ‘sacrificada’, que lo ha dejado todo por llegar hasta allá, lo cual es reduccionista y no quita la mirada de la mujer como víctima.
Hoy, espero que esa tercera narrativa no se reproduzca y que todas, independientemente del camino que elijamos, no olvidemos que, en algún momento, podemos ser esa mujer experimentada a la que una joven mira para sentirse menos sola en un camino que nosotras ya recorrimos y en el que, seguramente, buscamos esa voz que hoy debemos ser y debe llamar a nuevas narrativas sobre quienes somos.