Aprender a vivir bien 
es la verdadera sabiduría
Señor director:

 Luigi Cornaro fue un notable ciudadano nacido en Venecia, Italia, a finales del siglo XV, y quien, habiendo hecho ostentación pública de su buena salud y larga vida, falleció en Padua el 26 de abril de 1566, superando la edad de 100 años y excediendo en más de 35 años la esperanza de vida, que para la época podría ser aproximadamente de 65 años. La mitad de su vida fue como la de la mayoría de los mortales, pero en la segunda mitad se empeñó en aprender a vivir bien y lo logró, por lo que decidió compartir generosamente ese aprendizaje, primero con quienes fueron sus contertulios, y luego, sin ser un reconocido escritor, con su legado a la posteridad, plasmado en escritos que algún editor agrupó en un texto que tituló “Un tratado sobre una vida sobria”, pero que él concibió como discursos sobre una vida sobria y templada, escritos en su edad madura, a sugerencia de quienes lo rodeaban, y que por separado publicó.
El primer discurso versa sobre una vida sobria, alejada de la intemperancia. El segundo contiene elogios sobre la sobriedad y un conjunto de propuestas para mejorar una mala constitución. El tercero es una exhortación a una vida sobria y templada, “como medio para alcanzar una vejez sana y vigorosa”. Y el cuarto es una carta al Patriarca de Aquileia, escrita, según se dice, a la edad de 95 años, y en la que detalla y pondera los buenos resultados derivados del método de vida sobria y templada que adoptó.
Empieza este autor sus disertaciones declarándole la guerra a la “destructiva intemperancia”, particularmente manifiesta en los excesos de comidas y bebidas, y la cual es necesario enfrentar mediante la sobriedad, que siguiendo las leyes de la naturaleza “nos enseña a contentarnos con poco” y nos ayuda a crear y seguir la costumbre de “comer no más de lo que es absolutamente necesario para sustentar la vida”, corrigiendo los excesos que, en este terreno, son causa de enfermedades y de la muerte. Pero a esa sobriedad en la comida y en la bebida, para que sea consistente, se debe llegar mediante un método que empieza por tratar de  conocer mediante la observación y pruebas (exámenes) nuestra constitución y el estado y funcionamiento de nuestros “humores”- concepto introducido por Hipócrates y Galeno, antiguos filósofos y médicos-. Esos humores, entre los que están la bilis, la flema y la sangre, en términos de un profano, como yo, son como líquidos vitales para el organismo humano.
En el proceso de la sobriedad así entendida, juega un papel preponderante el estómago humano, que solamente debe recibir, de acuerdo con nuestra constitución, nuestros humores y nuestro controlado apetito, alimentos sólidos y líquidos, sanos y nutritivos, ingeridos con total moderación, de tal manera que su consumo y digestión no produzcan ningún malestar en el organismo. De algún interés resulta anotar que Cornaro fue un habitual consumidor de vinos jóvenes, en dosis que sabía que no le causarían ningún daño. Por supuesto que sin incurrir en excesos. Pero Cornaro no se contentó con la sobriedad aplicada al cuidado del organismo mediante el consumo moderado de comidas y bebidas nutritivas y sanas. No. Fue más allá, y en su método incluyó, entre otras cosas, el ejercicio físico, una buena relación con familiares y amigos, la práctica de la buena lectura, el control de las emociones, y el esfuerzo por dominar las insanas pasiones. De esa integralidad derivó -según sus reiterados pregones- una vida sana, placentera y larga, de tal magnitud que entendió la muerte como una bienvenida culminación natural de su existencia.
De estos discursos de Luigi Cornaro hemos contado con una traducción del italiano al inglés y de este al español, un tanto defectuosa, pero que no nos impide acudir a este elocuente texto que nos muestra la especial dimensión que adquirió este personaje:”(...)No soy tan simple como para no saber que, como nací, así debo morir. Pero esa es una muerte deseable, que la naturaleza nos trae por medio de la disolución. Porque la naturaleza, habiendo formado ella misma la unión entre nuestro cuerpo y alma, sabe mejor de qué manera puede disolverse más fácilmente, y nos concede un día más largo para hacerlo, de lo que podríamos esperar de la enfermedad, que es violenta. Esta es la muerte que, sin hablar como un poeta, puedo llamar, no a la muerte, sino a la vida(...)(...)Es más, tengo razón para pensar que mi alma, teniendo una morada tan agradable en mi cuerpo, que no encuentra en él otra cosa que paz, amor y armonía, no solo entre sus humores, sino entre mi razón y mis sentidos, está sumamente contenta y complacida con su situación actual (...). Estos discursos de Cornaro y las Cartas a Lucilio, de Séneca, pienso que nos enseñan a vivir bien.
 William Giraldo Giraldo  

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