Bachilleres Amigos
Señor Director:
Fuimos veintiséis los estudiantes que recibimos el diploma de bachiller otorgado por el Colegio San Luis Gonzaga de Manizales el 19 de noviembre de 1964, hace la friolera de cincuenta y ocho años. El acto solemne de graduación tuvo lugar en el nunca bien lamentado Teatro Olimpia; la ceremonia comenzó a las once de la mañana, si mal no recuerdo. Fungía como rector del colegio el padre Libardo Martínez, S.J., pacoreño por más señas.
El paso del tiempo ha registrado el fallecimiento de varios compañeros; son ellos Carlos Alberto Arango Pinzón, Alberto Hernández Osorio, César López Campo, Francisco Javier Marín Ramírez, Jorge Mejía Jaramillo y Carlos Alberto Villegas Arango. Un buen número de integrantes del grupo reside fuera de esta ciudad: Guillermo Alzate López en España, Guillermo Betancur López, Alejandro Botero Botero en Medellín, Luis Guillermo Flórez Henao en Bogotá, Luis Gonzalo Gómez Álvarez en Cali, Emiliano Henao Botero, Francisco Javier López Latorre en Circasia, Carlos Aurelio Londoño Arango en Cali, su hermano Víctor Eduardo en Bogotá, Gonzalo Marín Correa, Jesús Mauricio Mesa Navia en Chile, Jorge Eduardo Patiño Londoño y Mario Quintero Duque.
Así las cosas, somos pocos los que aún existimos, vegetamos y todavía nos movemos en este, “el mejor vividero del mundo”, la capital del departamento de Caldas, que fue fundada y edificada “contra la expresa voluntad de Dios”, como se decía antaño. “Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora, / campos de soledad y mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa”: quiero decir que “semos” meros seis, media docena a lo sumo, los que acudimos a nuestra hebdomadaria cita (hebdomadaria=semanal): Carlos Alberto Gómez Álvarez, Luis Fernando Ocampo Poppe, Germán Upegui Latorre, Luis Vélez Restrepo, Aurelio Villegas Villegas y el suscrito. Germán no siempre acude, pues se trasladó a Circasia; no obstante, con frecuencia hace el esfuerzo de subir hasta este nido de águilas. Leonidas Robledo Palacio no asiste, debido a sus condiciones de salud; vive en Tierra Viva (Gallinazo, Villamaría). Bernardo Anzola Arango no se graduó con nosotros pero hizo parte del grupo en quinto de bachillerato y en ocasiones participa del programa.
Estos supérstites llevamos algo así como un lustro reuniéndonos semanalmente. Primero los lunes, luego los miércoles; al principio en Juan Valdés, últimamente en el café Iguana, de Cable Plaza. El que madruga más llega aproximadamente a las cuatro de la tarde y se apodera de una mesa, a la cual acceden poco a poco los condiscípulos. El cambio de sede se debió al invierno prolongado, a la lluvia y al viento frío, condiciones meteorológicas que me hicieron recordar la revista del Súper Ratón en la que aparece sobre la localidad de Ratolandia un ratón malévolo y además mago, que pronuncia este poético y ominoso conjuro: “Y ahora, con gran emoción / pido de todo corazón / que haya viento, frío, nieve; / que la nevada no sea leve / y que forme la gran capa / que todo lo cubre y tapa”.
¿En qué consiste la reunión? ¿Cuál es el orden del día? El punto principal es el encuentro: vernos, saludarnos, preguntar cómo estamos y qué hicimos hace poco, qué hay de nuestras familias, etc. Luego sigue el echar carreta o botar corriente sobre todo lo divino y lo humano: el clima, la economía, la política del país y la situación internacional, los descubrimientos e inventos de la ciencia y hasta la situación de la Iglesia y de la religión. Enseguida viene el “algo”, muy sabroso, servido por dependientes venezolanas jóvenes, bonitas y muy decentes. Mientras despachamos el condumio seguimos pontificando (o por lo menos opinando) acerca de diversos asuntos. Y cuando empieza a oscurecer, me levanto y me despido de los compañeros como se despidió un contertulio de Olafo y Chiripa en la taberna: “Adiós, señores, la gloria me llama”. No sobra aclarar que, acto seguido, Chiripa le explicó a Olafo: “Su esposa se llama Gloria”.
La Biblia, en el Antiguo Testamento, en el sagrado libro del Sirácida o Sirácides, el libro sapiencial de Ben Sirá, más conocido como el Eclesiástico, “en el capítulo que vos hallaredes que se escribe” -según se expresa Cervantes en el prólogo del Quijote- dice así con inspirado acento: “Al amigo fiel tenlo por amigo; el que lo encuentra, encuentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor; un amigo fiel es un talismán: el que teme a Dios lo alcanza; su camarada será como él y sus acciones como su título… No deseches al amigo viejo, porque al nuevo no lo conoces; amigo nuevo es vino nuevo: deja que envejezca y lo beberás… quien critica a un amigo destruye la amistad. Aunque hayas empuñado la espada contra el amigo, no pierdas la esperanza, que aún hay remedio; aunque hayas abierto la boca contra el amigo, no temas, puedes reconciliarte… No me avergüenzo de saludar a un amigo ni me escondo de su vista… El amigo fiel peleará contra tu enemigo, empuñará contra él el escudo. No olvides al amigo durante el combate ni lo abandones al repartir el botín”.
Al acercarse el final del siglo XX pasaban por la televisión colombiana, en Sábados Felices o en Don Chinche, al Chinche Ulloa y a su novia Rosalbita, además de otros personajes típicos, como el doctor Pardito, todos los cuales acudían con frecuencia al bar La Amistad, en la capital de la República. Pues bien, la amistad es lo que nos lleva a reunirnos cada ocho días. De la amistad escribió Aristóteles que “es lo más necesario en la vida”.
Jaime Pinzón Medina, presbítero
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