Ocaso de un remanso
 Señor director:  
      
 Por allá en un tiempo, cuando las lloviznas de un amanecer se transformaron en rubias tardes asidas por las manos de las penumbras de un ayer para internarse en las profundas bóvedas de una noche sin fin, nació una hermosa villa con sabor a montaña nadando en la piscina de aguas cristalinas, al pie de una majestuosa mole de  hielo cuidando desde las alturas la paz perpetua, en un concierto de profundos encantos cimarrones, besando con su boca fría, los labios dulces de un cielo azul que invita a soñar preludios de un mágico romance, entre la belleza y la sabiduría en una heráldica ciudad llena de encantos y memorables páginas de acendrada intelectualidad.
El tesón, el ingenio y la perspicacia artística de sus moradores, arquitectos industriosos y proactivos, fueron engrosando el cuerpo físico un prospecto de poblado que luego no cabría en el nido de su propia historia. La avalancha de los días fue urdiendo con la paciencia sabia de un artesano, finos delineamientos que configuraron el perfil primoroso de una gran princesa que no tardó mucho en graduarse de reina en el escenario de la belleza universal. Ciudad egregia con áureos retoques de hidalguía, de aristocracia y con finos rasgos de dignidad y grandeza, se levanta colosal en medio de sus cuitas, desafiando la adversidad para sembrar esperanzas en medio de las vicisitudes como pruebas indeclinables para ascender a la cima de la su prosperidad. Miríadas de celebridades fueron apareciendo en el cielo azul como cosecha del cultivo de las fibras intelectuales en el mundo sagrado del intelecto, naciendo así los grandes pilares de un presente exuberante y un futuro con grandeza de eternidad.
Ciudad construida sobre una arisca topografía, adornada de riachuelos, de faldas, de gente que desafía las alturas columpiándose de los hilos invisibles de los abismos con la altivez de una raza edificada con alma de acero y corazón de niño.
Una ciudad pletórica de sueños, de jardines que cuelgan de anheladas esperanzas, una ciudad sin puertas y un corazón abierto generosamente para dar abrigo sin límites a quienes anhelan vivir bajo su manto, en una ciudad soñada y llena de arrullos
encantados que merece decirle: muchas gracias.
Esta encantadora ciudad, otrora Atenas suramericana, pasó a ser ciudad universitaria, que acoge con materno manto a una gran muchachada que desea saborear al más alto nivel la quintaesencia del conocimiento como herramienta imprescindible en el desarrollo humano.
Una generación de hombres probos, titanes del desarrollo, con la enjundia de personajes que aprecian las alturas como símbolo de grandeza y crecimiento y de ahí, nuestra inmarcesible catedral como símbolo fehaciente de la pujanza y fortaleza de de una abigarrada generación que supo valorar la expresión religiosa como patrimonio y testimonio de nuestros antepasados.
Duele sí, que quienes la han liderado administrativamente, muchos de ellos con falacias y sofismas, hayan desviado sus buenas intenciones y aprovechándose de las personas inocentes e incautas, se han apropiado de lo ajeno para guardarlo en sus bolsos como algo propio.
Duele sí, que lleguen los mesías, los charlatanes y los culebreros con caras de redentores y, sin escrúpulos y sin principios éticos, terminan siendo timadores de primera línea.
Duele sí, que todo ese pasado de gloria haya sido enterrado en la caneca de la conformidad y hayamos terminado en una resiliencia patológica.
Duele sí, que hayamos caído en la indolencia, en la abulia, en la apatía y parece que nos acostamos a dormir la siesta propia de las marmotas de la cual no volvimos a despertar.
Cordialmente
Elceario de J. Arias Aristizábal  

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