Nuestro Santo Padre, el papa
Señor director:
Una de las características de todo buen católico, es el amor a la Iglesia. Y éste tiene, entre sus manifestaciones irrenunciables, el amor al Papa. Un amor que hunde sus raíces en la fe: es que creemos que el Sumo Pontífice es el Cristo visible, aquel que ha sido puesto por Dios para conducir la grey, como Pastor supremo, hacia los prados eternos; es que profesamos que el Espíritu Santo cumple en él, de manera especial, la promesa hecha por Jesucristo a los Apóstoles ; es que cuando en el Credo confesamos nuestra fe en la apostolicidad de la Iglesia, estamos proclamando nuestra convicción de que el Papa es el auténtico sucesor de Pedro. Nuestro amor al Papa no es un servilismo estúpido, ni emocional ni mental; y mucho menos una especie de apego sentimentaloide, parecido al que muchos tienen por los ídolos de barro que fabrican los medios de comunicación. ¡No! Es sentido de Iglesia; es, reitero, cuestión de fe; es adhesión a una Iglesia que su divino Fundador quiso jerárquica. Y por eso nos mantenemos atentos a sus enseñanzas y adherimos a ellas con fidelidad indeclinable; y por eso la persona del santo Padre, su vida y su trabajo, están presentes en nuestra diaria y filial oración.
Afirmar, como lo hace el señor Vargas, que el Papa Francisco ha ido situando sus alfiles, calculadamente, en la conformación del colegio cardenalicio, para asegurar que de algún modo su sucesor siga su misma línea de pensamiento y acción, es algo teñido de una suspicacia sin fundamento alguno; no, no es así, a la manera de nuestros gobernantes politiqueros, como el santo Padre actúa. ¿Con qué fundamento osa este señor atribuirle al Pontífice esa matrería? Sostener que “nada ha cambiado en cuanto al papel de las mujeres” en la Iglesia, es sencillamente mostrar que no conoce – o deliberadamente oculta – las valentísimas decisiones que este Papa ha tomado relacionadas con el rol de la mujer en la Iglesia.
Contra la forma sombría en que allí se augura lo que será la herencia espiritual que un día, ojalá muy lejano, dejará nuestro Santo Padre Francisco a la Iglesia y al mundo, - el pontífice de 85 años, así se despacha el columnista, vive el ocaso de su papado y se va quedando con poco que mostrar para la historia…” -nosotros estamos ya seguros de que él ha sido un regalo maravilloso de Dios. Sigamos atendiendo, con devoción y cariño nacidos de la fe, la petición que nos hace de rezar por él.
Mario García Isaza
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