*** La fuerzas de policía deben seguir brindando seguridad en los espectáculos públicos ***
Señor director:
Las Fuerzas del Orden no pueden ser desplazadas de la vigilancia y control en la seguridad, para los ciudadanos que asisten a los espectáculos públicos, muchos de ellos con numerosa asistencia. La Fuerza Pública es más respetada y confiable en las estrategias de Orden. Hay que decir que los grandes y buenos espectáculos requieren muchas inversiones y esfuerzos de los privados, para que vengan ahora burócratas a querer desentenderse con las responsarlo a las empresas que generan entretenimientos y variedades para la población, además de que pagan altos impuestos, lo que les traería elevación grande en los costos de producción. Reitero: no se puede olvidar que estas empresas pagan altos impuestos. La idea es pésima desde el punto de vista de la Seguridad y Orden. Y es otra forma de desestimular a la empresa privada con gravámenes adicionales.
Rogelio Vallejo Obando
Entre la nostalgia y la esperanza
Señor director:
Antaño fui educado en un hogar humilde y feliz. Mi madre se dedicaba a las labores de la casa y al cuidado de sus hijos. Mi padre salía muy temprano a cultivar, cosechar y desmalezar la tierra. De regreso, en la noche, él recibía de mamá un informe detallado de lo sucedido y actuaba en consecuencia.
La economía solo alcanzaba para suplir las necesidades básicas, y aunque la educación era gratuita, debíamos caminar largas distancias para acceder a la escuela. Mi madre y mi maestro hablaban el mismo idioma y, de común acuerdo, aplicaban los correctivos que ameritaba nuestra desobediencia.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, dos hechos inéditos debilitaron esos fuertes lazos de unión del núcleo familiar y opacaron las relaciones con la escuela. Veamos.
La Guerra Fría asumió las secuelas dejadas por la Segunda Guerra Mundial. Los países que estuvieron en contienda quedaron con profundas heridas económicas y con bastante ansiedad por recuperarse. Y apareció “el milagro”. El analista de mercados Victor Lebow propuso una estrategia apoyada en el consumismo. Dijo: “Nuestra economía exige que hagamos del consumo nuestro estilo de vida, que busquemos nuestra satisfacción espiritual y el ego en el consumo […] Necesitamos que se consuman cosas, se quemen, se sustituyan y se tiren a un ritmo cada vez más rápido”. De inmediato dichas naciones respondieron al llamado. Aparecieron los centros comerciales con hermosos productos terminados que despertaron el apetito consumista de las personas. En adelante no hubo vuelta atrás. La economía del hogar se desplomó y la madre lo abandonó en busca de empleo. Los hijos quedaron a la deriva, la escuela se acomodó a estas nuevas exigencias y de paso arrebató el tiempo del mediodía para compartir en familia.
A partir de 1969 la pelota quedó en el campo de la tecnología. Se ensambló el primer chip y con él despegó la era incontrolada de la electrónica. La internet, los dispositivos portátiles, las plataformas digitales y la inteligencia artificial tocaron las puertas del mercado y llegaron para quedarse. Estos nuevos actores están penetrando hasta las entrañas mismas del ser humano con el propósito de acorralarlo, manipularlo y esclavizarlo. Ahora, el exclusivo diseño del smartphone, atado a nuestras manos, acude a nuestro atemporal llamado, en cualquier escenario, violando todos los protocolos.
La tóxica combinación entre la sociedad de consumo y el arsenal digital ha creado adicción en los humanos, reinventó las familias y dio vida a las parejas y los niños “modernos”. El peligroso coctel de consumismo y mundo digital genera inquietudes y preocupaciones, porque si seguimos la misma dirección, corremos el riesgo de ser desplazados en el trabajo, juzgados y medicados por seres de metal, y educados por extraños humanoides.
Un probable y fatal desenlace puede atenuarse si llegamos a acuerdos no solo para debilitar las corrientes irreverentes que amenazan la racionalidad, sino también para lograr que la humanidad siga conservando la capacidad de que sus individuos, más que pertenecer a una especie, puedan continuar siendo personas.
Orlando Salgado Ramírez