Amos y señores de la sordera generalizada
Señor Director:
Todo indica que marchamos cada vez más rápida y masivamente hacia una sociedad sorda, por tanto, indiferente al ruido. Cafeterías, restaurantes, salas de espera, bares, etc,, etc., etc, con dos y más televisores encendidos y a todo volumen, sin que nadie se moleste. Igual que hicieron carrera los espacios que anuncian estar libres de humo de cigarrillo, hoy urge hallar sitios cerrados de concurrencia pública que anuncien: “Espacio libre de televisores” (y ojalá de usuarios de celulares incapaces de escuchar sus audios a un volumen moderado).
En las calles, ni hablar. Cada día se suman seguidores a la insana moda de agregar ruidos innecesarios a los vehículos automotores, seguramente con la intención de poder sobresalir entre la sordera generalizada. Para tal fin han convertido los silenciadores en ensordecedores.
Con nostalgia se comprueba que hasta hace poco tiempo el ruido era todavía molesto. Así quedó reflejado en el Artículo 1 del Capítulo I del Código Nacional de Transito, que al definir su ámbito de aplicación y sus principios dice: “Todo colombiano tiene derecho a circular libremente por el territorio nacional, pero está sujeto a la intervención y reglamentación de las autoridades para garantía de la seguridad y comodidad de los habitantes, … para la preservación de un ambiente sano y la protección del uso común del espacio público”.
Más adelante, en el Capítulo IX, sobre Protección Ambiental, el mismo Código dice: “Se prohíbe el uso de sirenas en vehículos particulares; el uso de cornetas en el perímetro urbano; el uso e instalación, en cualquier vehículo destinado a la circulación en vías públicas, de toda clase de dispositivos o accesorios diseñados para producir ruido, tales como válvulas, resonadores y pitos adaptados a los sistemas de bajo y de frenos de aire; el uso de resonadores en el escape de gases de cualquier fuente móvil y la circulación de vehículos que no cuenten con sistema de silenciador en correcto estado de funcionamiento”
Algún José Saramago encontraría en las ciudades modernas, empezando por la nuestra, abundantes fuentes de inspiración para elaborar un ensayo sobre la sordera, pero a diferencia del magistral que el genial portugués escribió sobre la ceguera, éste no sería de ficción. Le bastaría observar la forma en que todos los días y a cualquier hora los infractores de la última norma citada pasan por las propias narices – pues las orejas ya no les prestan mayor servicio- de los agentes de tránsito y de las autoridades que los nombran y supuestamente los capacitan, haciendo alarde de sus modernos y potentes resonadores, sin que aquellos se inmuten y sin que estos desadaptados reciban siquiera un comparendo pedagógico que les invite a consultar sobre si su sordera los habilita para ser conductores responsables..
Entendería uno que haya conductores que maliciosamente consiguen incumplir otras normas cuya infracción sólo puede descubrirse después de una minuciosa inspección (por ejemplo, en un retén), pero es absolutamente incomprensible e injustificable que los amos del ruido se paseen tan desafiante e impunemente. A decir verdad, más que de una infracción, se trata de una burla a las autoridades y a la salud pública.
¿Será posible demandar por omisión en el cumplimiento de sus funciones a las autoridades locales responsables de vigilar y sancionar estos comportamientos?
Jorge O. López V.
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