“Fórmula físico-química” 
del caballo criollo colombiano
Señor Director:

Expresada en los términos más sencillos es BRÍO + SUAVIDAD. El brío es el componente “químico”, como se explicará a continuación; la suavidad no se refiere al pelaje o a las crines, por supuesto suaves, sino a los movimientos, razón por la cual es el componente “físico”.
Ahora bien, el brío se puede caracterizar mediante tres palabras: sangre, fuego y nervios. El criollo nacional es de sangre caliente, como el árabe, como el purasangre inglés; es un animal de temperamento, de “temperatura”. Fuego viene a ser sinónimo de empuje, de ímpetu; por eso se dice que nuestro caballo es fogoso. Por su parte, los nervios lo determinan como una raza de reflejos instantáneos, de reacciones inmediatas.
Es de advertir que esta fórmula se aplica perfectamente a todas y a cada una de las modalidades del caballo colombiano: trote y galope, troche y galope, troche puro, paso fino. Los ejemplares presentan, en cualquier modalidad, suavidad y brío.
En la fórmula no entra la belleza, y esta ausencia es cosa lamentable. Pero hay que reconocer que más de la mitad de la cabaña nacional está integrada por especímenes muy angostos; mirados de frente aparecen estrechos de tórax, y observados desde atrás se muestran estrechos en el tercio posterior. Además, no pocos ejemplares tienen el perfil frontonasal convexo (acarnerado) o subconvexo, antiestético. Y, como si lo anterior fuera poco, la mayoría de ellos no exhibe arco en el cuello, y algunos hasta tienen el cuello invertido.
Claro está que hay caballos criollos colombianos bonitos, pero los muy hermosos son minoría.
Don Cecilio Rojas

Una vida  de honor 
Señor Director: 

Adela Tirado Hayek un ser humano de excelencia que tuve la oportunidad de conocer a través de su ejemplo, de su personalidad anclada en valores, en principios; en su forma radical de ver la vida y de construirla al lado de su amor: su Molina querido, compañero incansable y amoroso; de sus hijos, sus viejos amados, sus hermanos, su familia. 
Compartí con ella cuatro años de estudios en Licenciatura en Orientación y Consejeria de la Universidad Católica, mientras crecían sus hijos y los míos; niños que fueron compañía de interminables jornadas de estudio y de escritura en una vieja máquina portátil que tecleaba acompasada las letras, a la par que iban apareciendo cuartillas de textos donde dejábamos impreso nuestro pensamiento, nuestras dudas, nuestros aciertos y desaciertos, nuestras propuestas que al final transformaron esta tarea hermosa de educar y de asesorar comportamentalmente a muchos estudiantes y sus familias. Aprendimos juntas que ser Maestro es una misión de grandeza, noble y trascendente, que se hace en cada instante, en cada acompañamiento, para ir descubriendo tesoros inmensos, escondidos quizá en rebeldías, en silencios, en ausencias que a través de nuestra labor se iban perfilando hasta aparecer un nuevo ser, un nuevo ciudadano capaz de enfrentar el mundo y dar fruto a través de su trabajo, de su obra. 
Ser Psicoorientadora fue su mayor orgullo, una pasión que llevó por muchos años como una misión improntada en su alma generosa y alegre. 
Ser madre le llenó su corazón de momentos inolvidables, hermosos, únicos; bastaba escucharla hablar de sus hijos: Kevin y Óscar Iván para saberla realizada, feliz, satisfecha de sus logros profesionales en el campo de la investigación y la docencia, seres humanos de honra igual que sus padres y sus abuelos.
Como esposa supo mantener el amor de un hombre sencillo, lleno de sabiduría y de prudencia, el hombre que hasta el final fue su soporte, su compañero, su fortaleza.
Como amiga, no hay palabras para ponderar lo que significaba tener su confianza y cariño.
Esta mujer maravillosa y querida se marchó al cielo dejando una huella imborrable en los corazones de quienes fuimos bendecidos con su vida: una vida de honor convertida hoy en camino y guia. 
María Celmira Toro Martinez

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