Qué odio
Señor director:
Tomé La Patria del sábado 11 de marzo, en el que pequeñitas, dan la noticia que temía llegara a darse alguna vez, después de pasar hace un mes por Palestina, y ver esa inmensa área de cemento, con dos viejos solitarios mirando hacia la nada, en donde antes fue su acogedor parque. Y pasó igual la vez que fui a la población caldense que empezó su historia en 1539, Anserma, donde hasta abandonan las típicas casas de construcción antioqueña con techos de teja, aleros y balcones, para arruinadas tumbarlas, en la vi que su historiado parque fue convertido en una cancha de cemento en la que unos muchachos jugaban fútbol con porterías de extremo a extremo.
Y la noticia pasada, confirmó mi miedo. Se lee que el alcalde de Neira, se propuso ahora dañar el parque antes de irse, llenarlo de cemento que es lo que hacen con los contratistas bajo cualquier pretexto. En ese hermoso lugar arbolado donde las niñas, los muchachos, todas las gentes se encuentran, se sientan en las bancas y lo recorren alegres, y escuchan en ese marco que la engalana, su magnífica banda juvenil, premiada casi siempre, el señor quiere cementar su memoria en un desencantado parqueadero o no se qué, antes de irse, y contra la voluntad de los neiranos se consiguió el apoyo de jueces que detestan los árboles y el verde, para buscarle los recovecos a la ley, que nunca ha sido decidida en previsión de lo que nos espera. Y Corpocaldas, que todo lo que sea tumbar árboles lo apoya, cuando no es que asiste a sentir el placer, tan manizaleño, de verlos caer, calló. Tampoco de Corpocaldas, según La Patria de la misma fecha en otra noticia, fueron a impedir la tala de árboles en la vereda San Roque de Samaná -semejante paraíso-, que sus habitantes lloraban y desesperados tuvieron que acudir a la policía.
Pero a veces pasa lo contrario, pues la misma policía, a la que llamaron, según me contó dolido un taxista en la noche del miércoles, cuando con sus vecinos contempló impotente frente a su casa en Villamaría, cómo le cortaban brazos y ramas sin piedad al viejo y enhiesto eucalipto que aman, hasta desfigurarlo, lo que hizo fue colaborarles a los amputadores.
El mundo clamando, y ni en Manizales, ni en Caldas, hay quien defienda la conservación de los árboles.
Atentamente
Hernando Salazar Patiño
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