
En un mundo cada vez más acelerado y enfocado en lo individual, ayudar al prójimo se revela no solo como un acto de bondad, sino también como una poderosa herramienta para cuidar nuestra salud física y emocional. Diversos estudios científicos han demostrado que brindar apoyo a otros, ya sea mediante pequeñas acciones cotidianas o a través del voluntariado, ofrece beneficios tangibles para quien ayuda, convirtiéndose en una auténtica “medicina natural” para la mente y el cuerpo.
Las investigaciones señalan que las personas que dedican al menos cuatro horas semanales a ayudar a otros tienen hasta un 40% menos de riesgo de desarrollar hipertensión a mediano plazo. Este efecto se asocia con la reducción del estrés y la activación de mecanismos corporales de bienestar, como la liberación de endorfinas y dopamina, conocidas popularmente como las hormonas de la felicidad.
Los beneficios emocionales son igualmente significativos. Los psicólogos denominan helper’s high a la sensación de satisfacción y plenitud que experimenta el cerebro tras un acto altruista. Esta respuesta química mejora el estado de ánimo y contribuye a disminuir la ansiedad, la depresión y la sensación de soledad, problemas que afectan a millones de personas en todo el mundo.
Ayudar nos conecta con los demás, nos da propósito y nos hace sentir parte de algo más grande que nosotros mismos. Los vínculos que surgen a partir de la solidaridad fortalecen y amplían nuestras redes de apoyo y amistad, que protegen nuestra salud mental en los momentos difíciles. Además, la ciencia ha encontrado una relación directa entre el altruismo y la longevidad: quienes ayudan desinteresadamente tienden a vivir más tiempo, incluso después de considerar factores como dieta, ejercicio o nivel socioeconómico.
No se requieren grandes gestos para obtener estos beneficios. Acciones simples como escuchar a un amigo, colaborar en casa, donar ropa, acompañar a un vecino mayor o regalar palabras de aliento pueden marcar una gran diferencia, tanto para quien recibe la ayuda como para quien la ofrece.
En Manizales, existen múltiples espacios para ejercer la solidaridad. Un ejemplo es la Fundación Niños de los Andes, que desde la década de 1970 acompaña a niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad. Pronto presentarán una nueva función de su obra de teatro “Pinocho, un niño de verdad” en el Teatro Fundadores, una iniciativa que busca transformar vidas a través del arte y recaudar recursos para los niños de la fundación.
Los manizaleños nos hemos caracterizado siempre por nuestro espíritu servicial, la gentileza y la disposición para ayudar. Mantener viva esta herencia es un compromiso que fortalece nuestra ciudad.
Ayudar es un gesto cotidiano que trasciende, da sentido a nuestra existencia y fortalece nuestra salud mental, espiritual y física. A veces, la mejor medicina no se encuentra en una farmacia: está en tender la mano a los demás.