Solo ocho lustrabotas permanecen en los alrededores de la Catedral de Manizales, donde hace 30 años había decenas de ellos. Quienes llevan décadas en el oficio aseguran que ya no da para vivir. Aun así, todos los días se aferran a la clientela que les queda.

Fotos | Luis David Patiño | LA PATRIA Solo ocho lustrabotas permanecen en los alrededores de la Catedral de Manizales, donde hace 30 años había decenas de ellos. Quienes llevan décadas en el oficio aseguran que ya no da para vivir. Aun así, todos los días se aferran a la clientela que les queda.

Esto es para los viejos que nos metimos en esto y ya toca morir acá”, estas son las palabras de María Teresa Echeverry, lustrabotas que se ubica en toda la esquina de la Catedral Basílica, entre la carrera 22 con calle 22 del Centro de Manizales.

Ella llegó hace 30 años a ese sitio, le compró el puesto a un “viejo amigo” por $80 mil y desde eso trabaja ahí.

Teresa tiene 64 años, es de tez morena, pelo rojo revolcado, ojos claros y manos arrugadas y temblorosas que plasman los años de una persona que ha lustrado toda su vida, abre su puesto a las 10:00 a. m., es la que más tarde llega y se va, ya que espera a “los señores encorbatados” que salen de las oficinas.

Teresa y María Gloria Salgado son las únicas mujeres emboladoras del sector. “Habíamos 35 y ya no hay sino 8. La mayoría han muerto y los otros dos están enfermos. Yo creo que yo también termino acá”.

Guillermo Rivera lleva 14 años embolando cerca de la Catedral de Manizales.

 

El más joven

Kevin Gallo es el más joven de los lustradores de la zona, tiene 28 años y heredó el trabajo de su mamá. Con un tono de voz suave y una mirada más optimista que las de sus compañeros, agradece el trabajo que tiene y se siente feliz y orgulloso de ser lustrador, aunque enfatiza en que el trabajo del día a día es muy relativo y a duras penas da para sobrevivir.

Este trabajo en cualquier momento va a dejar de existir. Yo digo que a corto plazo hay que buscar otra cosa para hacer”.

Harold Ramírez busca a Kevin para lustrar sus zapatos cada 15 días.

Harold Ramírez, de 54 años, cliente fiel de Kevin cada 15 días va a que lustren sus botas. Todavía maneja el concepto de que los zapatos dicen mucho de una persona, por ende, le interesa mantenerlos bien lustrados. Al igual que todos, piensa que este trabajo va a desaparecer en un futuro no muy lejano.

“El cuero casi no es común en los zapatos, ya es todo sintético y al ser otro tipo de material, lógicamente la gente no lo va a lustrar. Con una limpiadita con agua los dejan listos”.

Kevin Gallo dice que para mucha gente los lustrabotas ya pasaron de moda, pero que si no fuera por eso, “este trabajito sería excelente”.

 

Sus mayores enemigos

Kevin asegura que lo más difícil son los días de invierno, ya que son muy complicados porque la gente casi no se hace lustrar los zapatos.

Todo es bueno hasta que llueve. Si empieza a llover prácticamente es apague y vamonos. Con la lluvia se hace complicado absolutamente todo”. Agrega también que las personas ya no se hacen lustrar porque la mayoría usan tenis.

Lo mismo afirma Juan de Jesús Beltrán, quien lleva 30 años en el lugar. Solo tiene una pierna y con su muleta se ayuda para acomodarse de la silla del cliente al suelo para iniciar su lustrada. “Nosotros tenemos lo que llamamos el champú, pero la mayoría de gente los lava en la casa, ese es el problema de los tenis”.

A pesar del gran flujo de personas que tiene Manizales en enero durante la Feria, para ellos es un problema ya que todos los días hay concierto o eventos en la Plaza de Bolívar y a ellos los hacen desocupar.

“En enero no es bueno. Solo son las ganancias de la mañana, después nos sacan a las 2:00 p. m. todos los días por los conciertos de la Feria”, agrega María Teresa.

“Como mínimo tengo que hacerme $16 mil para pagar el hotel. Me como un caldo de albóndiga que me vale $6 mil y ya son $22 mil. Por la guardada del puestico, me cobran $2 mil por la mañana y $2 mil por la tarde. En total tengo que hacerme, mínimo, $30 mil”: Juan de Jesús Beltrán.

 

El ocaso de los lustrabotas

Los lustrabotas de la Catedral de Manizales concuerdan en que están en una situación crítica, que a duras penas les da para sobrevivir y pagar la pieza donde duermen.

No ven un futuro para ellos por las tendencias de la moda y consideran que con el tiempo solo van a quedar en la memoria de quienes un día se hicieron lustrar o pasaron por las calles del Centro de la ciudad.

 

Ocho lustrabotas quedan a los alrededores de la Catedral. Todos concuerdan que sobreviven a duras penas con los pocos clientes fieles que tienen, la mayoría de ellos personas mayores. Ven un panorama negativo frente a su labor.

María Gloria Salgado es de Pácora, Caldas. Le heredó el trabajo a su papá y se vino para Manizales a una feria. Se quedó viviendo en la ciudad y ya lleva 35 años en la Catedral.

Para María Teresa Echeverry el trabajo de lustrabotas ya no es para jóvenes, puesto que no es un empleo donde se tenga una seguridad y cada vez es menos la gente que se hace lustrar. La mayoría de emboladores que quedan heredaron esa labor de sus padres.

Juan de Jesús 30 años antes se hacía 50 a 60 mil pesos. En la actualidad se hace entre 20 a 30 mil pesos que le sirven para pagar su almuerzo y habitación.

Lo que más dinero le deja a María Gloria son los turistas que vienen a visitar el centro de Manizales, dice que le pueden llegar a regalar 50 o 100 mil pesos

“Bajar bandera” es el término utilizado por los lustrabotas para indicar que ya realizaron su primera lustrada

María Teresa dice que a veces le ha tocado hasta dos días seguidos “Sin bajar bandera”.


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