Anestesiados
Señor director:
El politólogo, economista y consultor Diego Hidalgo ha titulado su más reciente libro con el mismo nombre que encabeza esta columna. En él, se refiere al protagonismo que los mastodontes tecnológicos, digitales e informáticos han adquirido en la posmodernidad. Su imperio ha llegado hasta lo más profundo de nuestra conciencia, atrapándonos, manipulándonos, esclavizándonos y conduciéndonos hacia el ostracismo. Las parejas y los hijos reinventados de esta era se han convertido en adictos virtuales, y están siendo bombardeados por información irrelevante procedente de diversas disciplinas. Sin apenas percatarnos, hemos depositado toda nuestra confianza en esta malintencionada invasión de corrientes irreverentes que atropellan y pisotean nuestra racionalidad.
La patética fractura del tejido social comenzó con la súbita llegada de internet, aparentemente gratuita. Silicon Valley, apoyado por esta red, se consolidó como la cuna del desarrollo tecnológico y atrajo a poderosos inversionistas y genios, quienes crearon grandes empresas y programas con el propósito de ganar enormes cantidades de dinero a través de la publicidad, sin cobrar a los usuarios. Marck Zuckerberg, el creador de Facebook, es consciente de que a través de fotos, videos y perfiles se optimiza el efecto adictivo, mientras que el fundador de Netflix declaró que su meta es que durmamos cada vez menos para que pasemos más tiempo viendo series.
Ellos entienden cómo aprovechar nuestra vulnerabilidad mental y caemos en la trampa. Entonces, en la joya de la corona el smartphone almacenan todo su arsenal digital. Con un diseño ultraliviano exclusivo, esta supercomputadora incluye teléfono, cámara fotográfica, televisión, juegos, filmadora, internet, GPS, linterna, reloj, calculadora, entre muchas otras aplicaciones. El teléfono inteligente siempre está atado a nuestras manos y responde a nuestro llamado en cualquier tiempo y escenario, violando todos los protocolos; incluso, en el momento más sublime de una liturgia, se activa el sonido de una notificación cualquiera.
El terreno más fértil y atractivo es el de los niños y jóvenes, quienes, deseosos de publicarlo todo, saberlo todo, espiar las vidas ajenas, impresionar a los demás con su imagen, recibir likes, imitar a los influenciadores, suscribirse a muchos canales y mirar la pantalla, descuidan la escuela, carecen de ambiciones, llevan una vida sedentaria, se alimentan mal y orinan en su habitación en botellas para no perder tiempo yendo al baño. Esta situación debería encender todas las alarmas. Los adultos no somos una excepción: a veces, sumergidos en la pantalla, algunos padres descuidan a sus bebés y los dejan a su suerte (en una ocasión, uno de estos incluso cayó al suelo desde la mesa del comedor); las reuniones familiares, con amigos o en el ámbito laboral, a menudo se ven interrumpidas por la aparición de estos tentadores manjares digitales que, como arte de magia, emergen de nuestros bolsillos.
El secuestro de nuestra atención nos tiene hipnotizados y, entonces, hemos bajado la guardia. Es el momento de escapar de un destino humillante que se cierne sobre nosotros. Es el momento de lanzar una contraofensiva, abandonar la ingenuidad, recuperar el control de nuestras vidas y aprovechar los beneficios de la tecnología sin quedar atrapados en ella.
Orlando Salgado Ramírez
Fuerza Aérea Colombiana
Señor director:
La FAC ¿Fuerza Aeroespacial? No seamos tan inocentes, tan ingenuos, no hagamos el oso, no hagamos el ridículo.
Atentamente,
Ciudadano