Ricardo Holguín, maestro de danza, falleció a los 52 años en Pereira. Estudiantes, compañeros y colegas lo recuerdan por impulsar el folclore en Risaralda 

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Ricardo Holguín, maestro de danza, falleció a los 52 años en Pereira. Estudiantes, compañeros y colegas lo recuerdan por impulsar el folclore en Risaralda 

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La muerte deja a su paso planes incompletos. Las palabras que no se dirán, los abrazos suspendidos en el aire, las sonrisas silenciosas. Por eso cuando una persona muere, también se lleva una parte de quienes estuvieron cerca de esa vida. 

No contenta con llevarse a un ser vivo, la muerte apaga también las ilusiones de los seres que planearon un encuentro más, una cita, un almuerzo, un viaje que sirviera para alimentar la fuerza de una amistad, la pasión por el arte o simplemente, para esparcir el pensamiento. 

Lo único que la muerte no puede arrebatarle a la vida, son los recuerdos y el legado. En esas cápsulas que se guardan con nostalgia quedará siempre el sentimiento de la confesión en bus, o la mañana donde la enseñanza fue faro que iluminó el camino, la luz que guió la vida de muchas personas.

Eso sienten quienes conocieron a Ricardo Holguín Santa, conocido cariñosamente como Richi, un hombre excepcional que llegó de Córdoba a Pereira, para demostrar que la pasión por el arte es el mejor camino para transformar la sociedad. 

Cada paso, cada coreografía y cada sonrisa en el escenario eran una extensión de su espíritu alegre y apasionado. Fue maestro de danza, gestor cultural, bailarín y buen amigo. Su legado marcó a una generación que hoy lo llora, especialmente en Risaralda. 

La sonrisa del Caribe

Holguín llegó a Pereira en la década de los ochenta. Según recuerda Henry Calderón, maestro en danza tradicional y formador de procesos identitarios, Ricardo arribó para estudiar en la Universidad Tecnológica y pronto se integró a la naciente Escuela Departamental de Danzas, bajo su dirección.

“Ricardo hace de la danza su proyecto de vida. No solo fue un bailarín tradicional o un intérprete del folclor cafetero, también fue un gran diseñador de vestuarios, un coreógrafo y un educador apasionado”, recordó Calderón.

Durante 15 años hizo parte de la Escuela Departamental, donde destacó por su interpretación de los ritmos tradicionales tanto del Caribe como del interior del país. 

Su talento lo llevó luego a integrarse al grupo de danzas de la Universidad Tecnológica de Pereira, consolidándose como uno de los grandes exponentes del folclor en la región.

Un formador que sembró pasión

Para Rocío Pérez Romero, quien compartió con él más de dos décadas de vida artística, Richi fue un motor de entusiasmo y sensibilidad.

“Nos contagió mucha pasión por la danza, por hacer las cosas bien. La mejor versión de Ricardo era cuando bailaba”, recuerda.

Su paso por el grupo Trietnias marcó un antes y un después en la escena local. Rocío evoca los viajes, los festivales y las largas jornadas de ensayo como los momentos donde Holguín irradiaba más alegría. Uno de los recuerdos más vívidos ocurrió en 2009, cuando el grupo viajó a Francia y de manera inesperada le abrió su corazón.

“Previo al viaje, Ricardo tuvo un accidente que casi le cuesta la vida. Estando en el bus viajando de Madrid (España) a Saintes (Francia), me abrazó y lloró. Me dijo que no podía creer que estuviera allí, vivo, cumpliendo ese sueño. Fue de las pocas veces que mostró su vulnerabilidad”, cuenta Rocío conmovida.

La Guacherna y el Folclorito: su legado en las aulas

Más allá de los escenarios, Ricardo fue un pedagogo incansable. Durante más de diez años formó a generaciones de estudiantes en el colegio Cristo Rey de Dosquebradas, donde creó el proyecto El Folclorito, un encuentro artístico que permitió a cientos de niñas explorar su talento y sensibilidad a través del folclor colombiano.

Además, fue el pionero de La Guacherna, un colectivo danzario y musical que animaba eventos sociales con una mezcla de color, ritmo y creatividad.

“Fue uno de los primeros que se atrevió a unir la danza tradicional con la animación escénica y la creación de personajes. Marcó un camino que hoy siguen muchas agrupaciones en la ciudad”, resaltó Calderón Vargas.

Un hermano en la danza

A esa memoria se suma la voz de Ana Yerica Serna Valencia, amiga y compañera de vida artística durante más de tres décadas, quien recuerda con amor y gratitud su paso por la danza y por la vida.

“Richi fue un ser humano cálido, tranquilo y pacificador. No le gustaban los conflictos ni las habladurías; siempre trataba, por todos los medios, de minimizar los malentendidos. Era un amigo leal, responsable, honesto y correcto, con un alma noble que irradiaba serenidad".

Ana recuerda las pasiones de Ricardo como una de las claves para entender quién fue él y la importancia suya dentro y fuera de los escenarios.

"Amaba la libertad, la política, las obras sociales, los gatos y, sobre todo, el mar: su amado mar. Siempre estuvo comprometido con sus principios, sus creencias y sus afectos. Era amable, servicial, preocupado por los demás, sin egoísmo ni vanidad".

Un artista integral y humano

A lo largo de su carrera, Holguín también fue jurado en concursos folclóricos nacionales, diseñador de vestuarios y maquillador artístico para reinas y eventos institucionales. 

Su creatividad trascendió los escenarios, extendiéndose a proyectos con impacto social, especialmente con personas en condición de discapacidad, a quienes acompañó desde la danza como una herramienta de inclusión y expresión.

“Era un hombre enamorado de los procesos identitarios, de enseñar desde el respeto y la sensibilidad. Hoy, muchas de las agrupaciones que él formó llegaron a despedirlo con lágrimas y gratitud”, relató Henry Calderón.

Ricardo Holguín partió joven, con poco más de cincuenta años, pero dejó una huella que trasciende el tiempo. 

"Hoy Richi deja un gran vacío, pero también una huella imborrable. Su recuerdo será siempre motivo de alegría, admiración y orgullo. Gracias por todo lo vivido, mi amado Richi. Hoy no despido a un amigo, despido a un hermano”, dijo Ana.

En cada escenario donde se levanta un pañuelo, donde un grupo ensaya un bambuco, tambora, fandango, su espíritu sigue bailando.

 


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