El deporte infantil debe ser un espacio seguro, no una descarga emocional de los padres.

Foto | Cortesía La Razón | LA PATRIA

Los hijos no deben cargar con las frustraciones emocionales de sus padres. La violencia de los adultos daña el espacio de juego y aprendizaje infantil. ¡No avergüence a sus hijos, piense antes!

La forma en que los adultos manejan sus emociones influye directamente en la experiencia deportiva de niños y adolescentes. Así lo afirma Sandra Bibiana Campuzano Castro, psicóloga, magíster en Educación y Desarrollo Humano, y docente de tiempo completo en la Universidad Católica Luis Amigó, de Manizales

Señala que la inteligencia emocional no solo permite establecer relaciones saludables, sino también acompañar de forma adecuada a los hijos en procesos deportivos.

Campuzano explica que, según Daniel Goleman, la inteligencia emocional incluye cinco competencias clave: autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales. "Un padre que no regula sus emociones puede generar presión, transmitir críticas o adoptar actitudes agresivas que terminan afectando el bienestar del menor", afirma.

Durante eventos deportivos, especialmente en el fútbol, es común observar padres que gritan, discuten con árbitros, critican a sus hijos o los comparan con otros jugadores. Estas actitudes, más que apoyar, generan frustración y estrés.

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Sandra Bibiana Campuzano Castro, psicóloga, magíster en Educación y Desarrollo Humano

 

Por eso, Campuzano Castro propone siete estrategias concretas para que los adultos acompañen con inteligencia emocional:

  1. Practicar la autoconciencia emocional: identificar lo que se siente antes y durante el partido.

  2. Regular las propias emociones: utilizar técnicas como la respiración profunda o contar hasta diez antes de reaccionar.

  3. Enfocarse en el proceso, no solo en el resultado: valorar el esfuerzo, la disciplina y el trabajo en equipo.

  4. Validar las emociones del hijo: permitir que el niño exprese lo que siente sin juzgarlo.

  5. Modelar respeto y empatía: actuar con calma y respeto frente a entrenadores, árbitros y otros padres.

  6. Enseñar resiliencia y motivación interna: reforzar la capacidad de aprender de los errores y mantener la humildad en la victoria.

  7. Separar el rol de padre del de entrenador: centrarse en el acompañamiento emocional y dejar la instrucción técnica al entrenador.

“La idea es que el deporte sea una experiencia de aprendizaje, disfrute y crecimiento, y eso se logra cuando los padres también aprenden a gestionar sus emociones”, concluye la docente.

 

“El deporte no debe ser un campo de batalla emocional”

La psicóloga clínica Melissa Molina Ossa analiza las emociones que desbordan a algunos padres en eventos deportivos de sus hijos. Estas reacciones, que van desde gritos hasta actos de violencia, reflejan heridas personales y frustraciones no resueltas que terminan por dañar el ambiente de aprendizaje y juego de los niños.

Cuando los padres acompañan a sus hijos a competencias deportivas, se espera que ese acompañamiento sea una experiencia de apoyo, aliento y aprendizaje. Sin embargo, en muchos casos, lo que se convierte en protagonista es la exaltación, los gritos y, en los peores escenarios, la violencia física y verbal. Melissa Molina Ossa, psicóloga clínica, ofrece una mirada profunda sobre lo que hay detrás de estas reacciones.

“Esto que pasa en algunos padres durante los partidos de sus hijos, cuando insultan, gritan o incluso entran a la cancha, puede parecer simplemente un problema de mal comportamiento. Pero emocionalmente suele ser mucho más complejo”, explica Molina.

Para la especialista, estos comportamientos muchas veces no nacen de la intención de hacer daño, sino del deseo de proteger o ver triunfar a sus hijos, aunque esa protección esté mal canalizada.

“Lo que se activa ahí es una historia de expectativas, frustraciones y necesidades no resueltas. Cuando no hay herramientas para tramitar esas emociones, terminan saliendo de la peor manera: desbordadas y reactivas”.

Uno de los puntos que más preocupa a la psicóloga es cómo, en medio de estas situaciones, los hijos se convierten en una especie de extensión emocional de los padres. “Se pierde algo fundamental: el respeto por el niño como sujeto. Tiene derecho a disfrutar, a equivocarse, a aprender sin miedo, y sin tener que cargar con la tarea de hacer feliz al adulto”.

Este tipo de actitudes no solo generan momentos incómodos y violentos en los partidos, sino que dejan huella en los menores. “A ningún niño le gusta ver a su mamá o papá llegar a esos extremos. Eso genera vergüenza, angustia y mucha confusión”.

Molina insiste en que el rol del adulto no es reprimir las emociones, sino aprender a identificarlas y gestionarlas. “No se trata de negar la rabia o la frustración. Estas son emociones humanas. Lo que no está bien es la violencia, la agresión, el romper las normas y el respeto por el espacio del juego”.

Los partidos, afirma, también son una oportunidad para que los hijos aprendan a manejar la dificultad, y para que los padres hagan una pausa y se pregunten: ¿por qué me duele tanto que mi hijo no juegue o pierda? ¿Qué historia emocional se activa en mí en ese momento?

Estas preguntas, que parecen simples, pueden abrir procesos de autoconocimiento profundo. Molina recomienda buscar apoyo psicológico cuando estas emociones se desbordan con frecuencia.

“No porque uno esté mal, sino porque crecer como adultos también es cuidar la forma en que acompañamos a nuestros hijos. A veces no basta con querer hacerlo bien. Necesitamos entender desde dónde lo estamos haciendo”.

El mensaje de fondo es claro: el deporte debe ser un espacio para jugar, aprender y crecer. No un escenario para que los adultos descarguen sus frustraciones. Reconocer el error, dialogar y decirle a un hijo: “eso que hice no estuvo bien, estoy trabajando para cambiarlo”, también es formar.

Las emociones son normales, la violencia no

Frustrarse porque el hijo no juega o pierde es normal. Lo que no se debe permitir es que esa frustración se exprese con violencia, humillaciones o faltas de respeto. El ejemplo del adulto es la lección más fuerte que recibe un niño en esos momentos.

 

 


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