Foto | Freddy Arango | LA PATRIA Mario Mendoza participó en la Feria del Libro de Manizales.
Mario Mendoza, el superventas colombiano, perdió la noción de cuándo fue la última vez que estuvo en Manizales por asuntos literarios o de cultura. Es un hombre calmo. Es el único escritor que ocupa un estand entero en la Feria del Libro de Bogotá.
Él se lo toma tranquilo, lo ve como los frutos que recoge del trabajo de 30 años, que él llama de base, como se hacía en la política. Habla de ese trabajo, de cómo es fruto de la responsabilidad, de la vejez y también del proceso creativo. Conversamos con él.
- Mario, ¿Tiene memoria de hace cuánto no venía a Manizales?
No, no me acuerdo del año. Vine hace un par de años, pero por asuntos personales a hacerme los exámenes médicos con un amigo que tengo acá, que es un gran neurólogo, un gran médico, en el Hospital de Caldas. Pero de resto no, por libros y por cultura hace mucho que no vengo.
- Usted es un hombre muy tranquilo. ¿Cómo recibe eso de tener un estand completo en la Feria del Libro de Bogotá? ¿A usted lo sorprende eso todavía?
La gente lo que no sabe, en una época de obsesión por el éxito rápido, por figurar es que las redes sociales nos han puesto como una especie de... casi delirio de la popularidad, ¿verdad? Entonces, a la gente eso le parece como: “¡Wow! Un stand, ¿no? Para solo un autor”. Pero cuando uno se pone a revisar con juicio, son 30 años de ir a casas de la cultura, son 30 años de estar en biblioteca pública, camellando con los lectores de las localidades, de los distintos barrios, son 30 años de estar en clubes de lectura, donde son 15, 20 personas, amas de casa, gente que está desempleada, gente que está estudiando, que trabaja en un call center, cualquier cosa. Y llego ahí y camellamos y camellamos un par de horitas sobre literatura. No siempre sobre mí, a veces hablo de otros autores, de otros temas. Entonces cuando uno suma 30 años, donde he sacrificado fines de semana, días de fiesta, de todo, es lo que antiguamente se llamaba trabajo de base, que se utilizaba en la política, ¿verdad? Para ir a los barrios populares, estar con los obreros, con la gente, digamos de abajo, creando o de alguna manera maquinando o planeando una revolución. Yo hice trabajo de base, pero en el plano de la cultura. Estuve muchos años por todo el país trabajando, en colegios, en instituciones públicas, en las veredas, en los pueblos. Entonces, 30 años después de estar sembrando, deshierbando, arando todo el tiempo, al final si eso da frutos, pues está bien, es lo normal, es como parte del oficio. Ahora, hubiera podido salir muy mal y hubiera podido no resultar, claro. Uno puede hacer trabajo de base y al final no lograr nada, pero en mi caso tuve la suerte de que funcionó, sí. Pero lo veo como un producto del trabajo, no tanto como éxito o popularidad, que me mareé o algo así. No.
- Porque además ha sido sostenido.
Sí, exacto. Los libros salen y se venden. Sí, y es algo que yo he venido construyendo.
Puerta de entrada
- Usted tiene una responsabilidad muy complicada y es que se volvió puerta de entrada para una cantidad de gente que no leía. A la que alguien le dijo: lee este texto de Mario Mendoza que es chévere, es distinto y te va a encarretar. Y esa gente entra por ahí. ¿Eso no lo presiona para la siguiente historia?
No, no, no. Yo siento una enorme responsabilidad en el sentido en que... Por ejemplo, tengo sueños o fantasías de retirarme y de irme a una isla abandonada o a una playa por allá, y no volverme a afeitar y a andar en bermudas y comer cualquier cosa y retirarme de la civilización como tal. Digamos, la línea mía sería la línea de Gauguin en las Islas de los Mares del Sur o la línea de Arthur Rimbaud en África. O la línea de Sir Henry de Hagar también.
- O de Sancho en la ínsula Barataria...
Sí, correcto, tal cual. Es como una fantasía o como un sueño de estar lejos de todo y de poder convertirme en un salvaje y no tener que estar pendiente de nada. Entonces la obra sí me obliga a ser muy responsable y a ese salvaje tenerlo controlado y decirle: “no, hay una obra, hay que defender, hay que sostener el oficio”. No se trabaja 30 años para tirar la puerta de pronto y salir y escaparse, ¿verdad? Entonces me ha obligado a una responsabilidad que yo agradezco, porque de lo contrario hubiera sido una historia muy distinta.
El ego decae con la edad
- Esto me lleva de alguna manera a Vírgenes y toxicómanos, porque hay algo de alter ego entonces allí con este par de chicos, el protagonista, que se va con sus compinches a escapar y desaparecen ¿hay algo de ese sueño ahí?
Hay algo. Mira, la enfermedad y la vejez son hermanas, o la discapacidad y la vejez son hermanas. Uno a los 30 años o a los 40 todavía está fuerte, muy potente, muy seguro de sí mismo, el ego se mantiene intacto porque uno siente que su cuerpo le responde bien. Pero en la medida en que uno va envejeciendo, va dándose cuenta que la máquina empieza a fallar, ¿verdad? Y uno se va desmoronando. Y se da cuenta que pierde confianza, seguridad en sí mismo. Pero todo eso no lo digo de manera negativa, lo digo de manera muy positiva, en el sentido en que lo obliga a uno a anular el ego. El ego es una cierta importancia personal que uno cree que tiene, pero en la medida en que te vas desmoronando en la vejez, vas sintiendo que no eres gran cosa, que te vas a morir, que vas camino, como todo el mundo, al matadero y que no tienes escapatoria, entonces eso te da una sensación de fugacidad, transitoriedad, que me parece muy positiva, porque envanecerse ahí es más difícil porque uno ya sabe que uno no es gran cosa. A mí eso me ha parecido una experiencia fascinante. Creo que en esos dos muchachos de Vírgenes y toxicómanos, hay algo de mí, pero es porque también siento que me voy desmoronando. Yo tuve dos accidentes durante la pandemia. Tuve un primer accidente en el que una moto me arrojó, yo venía en bicicleta, antes hacía mucho deporte y venía en bici y la moto me arrojó siete metros y terminé en una clínica con medio cuerpo destruido y cuando creía que me estaba mejorando, que ya estaba bien, no me sequé la planta de los pies en el baño esa toallita es la que a uno le salva la vida siempre a la salida de la ducha y yo salí acelerado y me fui de para atrás, eso es un segundo, y terminé yéndome y rompiéndome tres costillas en la parte de atrás, en la lumbar, pegado a la columna vertebral, donde es mucho más doloroso, respirar es imposible, dormir es muy difícil, y otra vez a llamar a la enfermera, no podía ni amarrarme los zapatos.
- Que está contado en Los vagabundos de Dios...
Exactamente, y empecé a fijarme, cuando ya pude caminar, cuando logré salir del apartamento y coger fuerza para caminar un poquito, empecé a darme cuenta que cuando iba para el supermercado o cuando iba para el banco, me fijaba en la rampa. Por ejemplo, hoy subiendo acá -hotel Estelar del Cable- , me fijé para poder subir la maleta y dije: “¡ah!, hay rampa, menos mal”. Ya me quedó algo y ahí me empecé a tropezar con los que iban en sillas de ruedas y con los que iban en muletas y yo con mi enfermera, igual, buscando la rampa porque subir y bajar los escalones me costaba mucho trabajo, y empecé a emparentarme con ellos y ya nos saludábamos. Yo: “hola, qué tal, buenos días…”, y empecé a saludarme con los discapacitados y dije: “ah, ok, así es como funciona el cuerpo enfermo, dañado, un poco lesionado, roto”, ¿verdad? Entonces sí, yo creo que yo los entendí bien a los dos muchachos de esa novela, los entendí bien. Y luego me tropecé con el juez José Alejandro Hoffman, que está citado al final en los agradecimientos. Él tiene una discapacidad también. Es increíble, es uno de los líderes de los derechos civiles y constitucionales de los discapacitados acá en Colombia y le hice muchas preguntas y él, por ejemplo, para poder entrar a su juzgado, tuvo que exigir una rampa porque no podía subir. Entonces, creo que así fui tejiendo y tejiendo esa visión de alguien que está al margen, que no es el tipo fuerte, bello. Atractivo, simpático, engreído, muy seguro de sí, sino el chico apocado que intenta pasar desapercibido, que se sienta en la última silla del salón porque tiene que dejar ahí las muletas, entonces yo creo que entendí bien a los chicos.
- ¿Y entendió bien al papá? Ese sufrimiento, ese doble dolor doble, no, triple dolor, un tipo racionalista, pero cómo chocó con otras visiones, un defensor de los derechos humanos al que le pasan cosas con las que tiene que confrontarse muy duro...
Pero no sé si te diste cuenta que ese personaje está confrontado con el otro, que es un senador corrupto…
- Está en balance, ¿está como en espejo?
Exactamente. A mí me iba sucediendo algo raro y es que ese tipo que me caía tan bién en las primeras páginas y el otro me caía fatal, de pronto se me fueron cruzando misteriosamente y el senador me iba apareciendo cada vez más significativo, importante y el otro se me iba desmoronando. Porque por ser tan racional precisamente y por ser tan buen tipo, en el fondo no ha estado preparado para la vida y para los golpes, porque la vida es dura, la vida es difícil, la vida es una prueba a golpes. Y el otro personaje que me parecía tan malvado, tan retorcido, tan sinuoso, me fue pareciendo interesante y me fue pareciendo un vitalista, que empecé a admirar sin querer y un poco a contracorriente y a contrapelo. Yo decía: “¿cómo voy a admirar a este tipo?” Pero sí, había algo en el tipo que era importante.
- ¿Te confrontó también?
Claro, por supuesto, no hay que ser tan racional, pero tampoco hay que pretender ser tan bueno. Los que son pretendida y exageradamente buenos, políticamente correctos, siempre serán un poco sospechosos.
- Bueno, y de ese tema racionalista también está el otro lado. ¿Cómo te metes con ese mundo metafísico, con ese mundo inexplicable, para hacerlo creíble? Porque veo que cada vez esto entra más en la literatura, pero no a todo mundo le sale.
De acuerdo. Yo había trabajado antes Paranormal Colombia, que fue un libro en el que Coqueteé bastante con el género, más desde el periodismo y desde el reportaje. Y había trabajado también un texto que era El libro de las revelaciones, un poco más en el plano de la minicrónica, pero dije: llegó el momento de hacerlo en la ficción ya, de hacerlo en la novela literariamente como tal. Entonces venía tomando notas, preparándome, esos dos libros me habían entrenado un poco. Para llegar ahí, y en la medida, como te decía ahora, que uno va envejeciendo, como narrador uno va teniendo la sensación de que ya no está tan seguro de qué es lo real. Cuando yo era joven esa línea era muy clara, pero ahora no me parece tan clara. Creo que esa línea de qué es real y qué no es real, por ejemplo, hoy en día en redes es muy difícil, es muy difícil. Uno dice esto es una fake news, esto es verdad, esto no es verdad, esto lo hicieron con inteligencia artificial, y uno ya como que no sabe qué pasó y qué no pasó. Y la gente también está creando verdad. Entonces la gente miente descaradamente en la política. La gente pública, por ejemplo, no hacen sino mentir descaradamente y lo dan por hecho y lo dan por real. Y de tanto repetirlo en las redes se hace real.
- Tanto que Byung Chul-Han dice que lo que se ha desvalorizado no es la verdad, sino la mentira. Porque la mentira antes pasaba a cuenta de cobro.
Claro, ya no, ya no, ya es de todos los días, ya no pasa nada. Entonces fui tejiendo ese primer plano para ir acercándome a un segundo plano y para ir yendo a un tercer plano. Entonces creo que lo fui haciendo como… creemos esto, vamos cuestionando y vamos dejando hasta que terminemos en el misterio. Lo que uno dice, pero esto qué es, no puede ser. Y tuve que mostrarle al lector algunos ejemplos para que vea que no es tan descabellado, que ya ha pasado. Por ejemplo, el caso de Greenberg. Un tipo que sale de su casa en 1994, un psicólogo, y desaparece. Nunca más vuelve. También hay ese misterio del tipo que sale y dice: “ya vengo, voy a comprar cigarrillos”. Y no regresa jamás. Y uno dice, sí, se pudo haber ido a otro lado, podía tener una amante, hizo un segundo hogar, salió del clóset y era gay y de pronto tenía una relación clandestina. Sí, pero es posible que haya pasado a quién sabe qué estado misterioso, a qué grado alterado de lo real que no sabemos. Entonces Greenberg para mí fue, por ejemplo, un caso muy importante para la novela. Yo hice un seminario con un historiador y un literato que están citados al final en los agradecimientos, donde estudiamos la teoría sintérgica de Greenberg, entonces la novela va tejiendo y tejiendo y tejiendo un plano para ir a un segundo, para ir a un tercero y yo voy lentamente graduando, sin que el lector, creo yo, se dé cuenta, hasta que cuando menos piensa ya el lector dice aquí qué pasó, dónde estoy, ¿verdad? Pero es pura teoría de Greenberg.
- En ese lugar también hay un tema que a mí me surge mucho con sus novelas, es todo ese mundo underground de Bogotá. Siempre es para abajo, donde existen esos submundos, donde las tribus se meten, donde desaparece un detective, todo eso, ¿por qué esa obsesión hacia abajo?
Una vez algún escritor, por allá en la década de los 50, dijo una frase demoledora. Haciendo alusión a Bogotá, dijo: “con esta ciudad no se puede hacer literatura”. Como diciendo... ¿quiere ser escritor?, váyase a Barcelona, a Nueva York, a París, pero usted aquí con esta ciudad conventual, fría, monacal, en donde la gente es déspota, arrogante, engreída, petulante, agresiva, aquí no hay mar, no hay playa, no hay un río, no hay barcos. ¿Cómo hace literatura, usted, aquí? Y esa frase fue tremenda. Y esa frase duró hasta bien entrados los 70, en donde estábamos condenados a que nosotros no podíamos hacer literatura. Fíjate que nuestro Nobel es de Barranquilla, pues de Aracataca, pero como escritor formado está en La Cueva, que es el grupo de Barranquilla. O sea, puerto, cosmopolitismo, etc. Y Gabo termina en París y termina en México. Entonces, luego Álvaro Mutis, que es de otro lado, en fin, luego el boom del nadaísmo, nada pasaba por Bogotá. Y la literatura urbana tampoco, porque los primeros fueron los de Medellín. Los escritores de Medellín fueron los más dados al toque urbano. Fue necesario que llegáramos nosotros en los noventa, tarde, muy tarde, para decir, vamos a entrar con toda. Y la gran ventaja que yo tuve es que me desclasé muy rápido. Yo era un muchacho de clase media, ilustrada, y de pronto empaqué maletas, me fui y tuve que vivir en pensiones de estudiante y tuve que vivir muy mal, arrastrado a pie a la universidad y de la universidad de regreso a la pensión a pie, comiendo corrientazo, etc., viviendo en el centro de la ciudad y empezó el contacto con la Bogotá profunda. Entonces yo iba tomando notas, yo iba tomando notas, los mismos vecinos de la pensión, sus historias, eran increíbles todas, y yo dije, esto no está narrado, yo no he leído en la literatura colombiana esto. Cuando soy estudiante de literatura, se publica Sin remedio, de Antonio Caballero, que es una gran novela, donde está Bogotá, pero es una Bogotá distinta, maravillosa, a mí me gusta mucho esa novela. Me parece que es un precursor de lo que es la literatura urbana bogotana, pero yo dije: no está lo que yo he vivido y lo que sigo viviendo todos los días, aquí yo tengo que narrar esto, ¿verdad? Y en el 85... Ya dos años después, cuando estoy terminando literatura, mi compañero de clase mata 29 personas en la ciudad, mi compañero de tesis termina siendo un spree killer, un asesino relámpago, y yo estoy ya condenado, no tengo salida, no tengo escapatoria y tengo que entrar a la ciudad profunda con toda. Entonces, creo que desde el comienzo lo tuve claro.
- Cómo logras incorporar el lenguaje de los jóvenes para coger esa tesitura en las dos chicas, en los dos chicos, por ejemplo, en Vírgenes y toxicómanos. ¿Cómo trabajas el lenguaje?
Es raro, porque fíjate que yo estoy en contacto permanente con los muchachos. Cuando voy a los clubes de lectura, y es curioso porque siento que mi cuerpo ha envejecido, pero psíquicamente no. Es uno de los problemas de envejecer, porque uno sabe que ya es una persona de edad, uno se ve en el espejo y dice: ¿quién es ese tipo que está ahí? Pero uno mentalmente no va proporcional al cuerpo, el cuerpo envejece más rápido, pero la mente se mantiene como cuando uno tenía 30, 28, entonces sigo teniendo la misma energía mental, el mismo humor, el mismo desparpajo, pero el cuerpo ya es el de un tipo de edad, entonces eso produce una disociación esquizofrénica, eso puede generar un poco de miedo incluso, un poco de terror. Irse viendo en el espejo es una experiencia macabra, pero mi psique no, mi psique es una psique muy juvenil, entonces yo estoy con los muchachos todo el tiempo en contacto y estoy atento. A los giros del lenguaje, a los chistes, al humor, ¿no? Y me divierte mucho. Y lo otro es que a mí me gusta mucho el rap, a mí me gustan los raperos, me gustan un montón. Entonces también el rap es muy sonoro, musical, ¿no? Y tiene unos giros del lenguaje que son chéveres. Entonces yo también a veces escucho rap.
- Bueno Mario, ¿Leer es resistir? Uno lee el libro y entiende perfectamente lo que quieres decir, pero ese título me cuestiona mucho porque me queda un poco como la gente que tuitea y no actúa. ¿De dónde salió ese título?
Mira, a mí hay algo que me fatiga mucho de las redes en general, de todas, y es que han hecho un exceso de apología del ego, del yo, yo, yo, yo, yo, yo, pronombre personal de primera persona del singular.

- A eso lo llamo yoísmo.
Nosotros jamás en la vida nos tomamos una selfi, jamás. Y nunca nos la tomamos por una razón muy simple, porque incluso el diseño de la cámara no lo permitía. Uno para poner el dedo en el obturador y darle la vuelta a la cámara y hacer clic. A nadie se le ocurría eso. La cámara está diseñada para ir hacia los demás, hacia vosotros, ellos, ellas, el mundo, el paisaje, la montaña, las nubes. Hoy en día solo existe el yo, no hay nada más. Entonces yo en el restaurante, clic, no, yo acá de viaje, yo en el aeropuerto, yo en tal lado, Lo que dice Byung-Chul Han, la gente se vigila a sí misma, ya ni siquiera hay necesidad de vigilarlos, ellos se vigilan, uno le escoge la red y uno sabe dónde están, dónde comieron, con quién, quiénes son sus amigos, todo. Entonces, las redes son una obsesión patológica. por el pronombre personal de la primera persona del singular. La biblioteca, la lectura, la literatura es exactamente lo contrario. Es el camino opuesto, ¿verdad? Uno abre una novela y uno abre otra. Una novela no es concéntrate en ti de nuevo, no, no, no. La novela es que uno abre Sobre héroes y tumbas y de repente es Fernando Vidal Olmos y se va uno en la vida de ese tipo que es un paranoico clínico que cree que los ciegos tienen una secta y que se están encontrando en los subterráneos de la ciudad y uno se va con ese tipo y uno pasa días y días, y yo me olvido de mí, y ya ni siquiera mi vida me importa, o ni siquiera comer o almorzar o desayunar, yo quiero saber qué le pasó a Fernando Vidal Olmos, ¿verdad? Uno abre Crimen y castigo, y uno se va con Rodia Raskolnikov y Rodia Raskolnikov decide asesinar a esa mujer que es una usurera que está en la parte de afuera de la universidad. Y qué privilegio tan increíble estar días enteros metido en un estudiante universitario de la Rusia del siglo XIX. Eso es un privilegio increíble. A mí me parece una de las grandes tesoros de la humanidad. A mí me parece que es salir de sí mismo y conectar con otra gente. Y cuando uno es un lector de literatura, uno es musulmán, uno es budista, uno es judío. Uno es gay, uno es trans, uno es héroe, uno es villano, uno es asesino serial, uno es de derecha, uno es de izquierda, radical y revolucionario, uno es un poco todo. Entonces uno dice, ¿qué es lo que uno le envidia a una persona que lee? Eso, que es como, no sé, tiene algo que uno dice, hay una riqueza, hay una pluralidad, una multiplicidad, no se matricula rápidamente, duda mucho. de sus opiniones, sabe oír, le interesa el otro, está pendiente, lo atrae la historia del otro permanentemente. Entonces, es un llamado a las nuevas generaciones a que no se pierdan esa riqueza, a que no se dejen atrapar tanto por las redes, a que no se crean eso de la popularidad, de los likes, de decir: “ay, yo subí un post, voy a mirar cuánta gente me hizo like”. No, qué pereza. Entonces yo me salí de redes por eso y no tengo ninguna. No tengo Instagram, no tengo Facebook, no tengo TikTok, no tengo nada. La única que tengo, que es muy privada, es WhatsApp por trabajo, porque no me la he podido quitar, ¿verdad? Pero el día que me la pueda quitar, me la quito. Como decía un editor que tuve. Dijo una frase que me encantó, dijo: “Cómo ha empeorado mi vida desde que tengo WhatsApp”. Apenas salió whatsapp dijo eso y yo nunca olvidé esa frase y es tal cual, pero el día que pueda me la quito también, que me llamen.
- Y a todos los chicos y a todas las chicas que van y te escuchan, que son como una secta Mario Mendoza, como las de tus libros ¿cómo los logras convencer de que prueben a dejar el celular un rato?
Creo que ellos están cansados, están agotados. Además, se están matando, se están suicidando, varios de ellos, acuérdense en las universidades los problemas que hay con las tasas de suicidio, la depresión es terrible, terrible, terrible, la depresión es una constante. Yo entré y salí con mi madre, muchos años de instituciones mentales, porque era paciente psiquiátrica, y en las instituciones mentales me los encontraba todo el tiempo, destruidos, desechos, menores de edad, discapacidad. 16, 15 años, chicas y chicos completamente acabados con dos o tres intentos de suicidio, unas depresiones bestiales. Entonces, no, ellos saben que nosotros les vendimos un mundo muy feo. Y que nosotros con la tecnología y con los celulares y los computadores y los tablets les vendimos un universo muy macabro, muy siniestro. Y ellos están asfixiados, ellos están presos ahí. Entonces, cuando yo explico un poco qué es leer, y cuando publiqué Leer es resistir, por ejemplo, ellos se dieron cuenta que ahí había una salida, que era verdad, que ahí había una puerta, había un aire fresco, había algo que podía liberarlos de esa neoesclavitud. Y lo han puesto en práctica y de ahí viene ese colectivo que yo voy reuniendo, que es el de los lectores, que a mí me gusta mucho, yo lo disfruto. Además, los respeto y los estimo mucho.
- Mario, muchas gracias. Y con esta visión positiva, me encanta que terminemos esta entrevista. Un placer enorme. Y esperamos que no dejes pasar tanto tiempo para volver a Manizales.
No, no, no, tengo que venir en algún momento, porque también haré una gira al final de año, porque vamos a estrenar una serie en Netflix sobre Campo Elías,, pero no tiene que ver con Satanás. Es sobre él, Campo Elías. Es una serie de ficción. La escribió Ana María Parra, que es una guionista increíble. Yo estuve en el cuarto de escritura en el writing room, pero ella es la guionista y la serie yo creo que está muy bien. Yo creo que es la historia de él como estudiante de literatura y cómo un joven va hacia la literatura como creador y el otro va a convertirse en un asesino múltiple tremendo. Yo creo que la serie está muy bien y haremos una gira, yo creo, sobre la serie de Netflix, entonces de pronto ahí nos volvemos a ver.
Haga clic aquí y encuentre más información de LA PATRIA.
Síganos en Facebook, Instagram, YouTube, X, Spotify, TikTok y en nuestro canal de WhatsApp, para que reciba noticias de última hora y más contenidos.