Reproducción | LA PATRIA
Jorge Manrique Grisales, periodista manizaleño, es el autor de Armero La furia de un volcán y el olvido de los hombres. Se puede encontrar ya en librerías.
Jorge Manrique Grisales*
LA PATRIA | Manizales
Un día de julio de 1843, Marcelino Palacio, uno de los pioneros de la expansión de Antioquia la Grande hacia el sur, recibió en la población de Arma, donde residía, una carta del señor E. Nicholls, quien le solicitaba amablemente acompañar una excursión científica al páramo del Ruiz. Primero tenía que ir a Salamina a encontrarse con un ciudadano alemán vinculado a la explotación de oro en Marmato, y de allí, emprender la travesía hasta la cresta de la cordillera Central.
Palacio viajó a Salamina, como le indicaba la carta, y allí se encontró con Guillermo Degenhard y Ramón Henao. Comprobó que el asunto era más grande que lo que se imaginaba, pues las personas con quienes se reunió tenían lista una recua de mulas cargadas con víveres e instrumentos de ciencia como barómetros, higrómetros y otros utilizados en las tareas de agrimensura.
Los expedicionarios tomaron el camino que conducía a la población de Neira, un enclave de la colonización antioqueña, y de allí cogieron rumbo hacia el río Chinchiná. Prosiguieron por un camino de arriería hacia lo que más tarde se conocería como la aldea de María (hoy, Villamaría), cruzaron el río Chinchiná y encararon la cordillera hasta el alto del Roble.
La caravana hacía escalas en los tambos existentes, y en otras ocasiones improvisaba campamentos siguiendo los antiguos caminos de indios. A medida que se ascendía, el paisaje se tornaba cada vez más desolado.
Estando ya en las sabanas paramunas, contemplaron manadas de ganado vacuno abandonado allí por sus dueños desde los tiempos de la colonia, y que gracias a la soledad de esos parajes se habían vuelto salvajes, al punto de que tuvieron que cambiar de ruta, pues los toros se pusieron alerta y en actitud de defender su reino de los intrusos. Manuel de Pombo, quien hizo esta misma travesía años después, los describió como animales pequeños, oscuros, de cuernos cortos y rizados en el cuello.
Después del susto por causa de los toros salvajes, recibió a los expedicionarios un paisaje de pajonales propio del clima de páramo, con plantas de baja estatura, y más arriba, un ejército de frailejones que, como soldados, le hacían frente al helado viento del Ruiz. Tras pasar el paisaje lunar de la lava congelada en el tiempo y de atravesar el valle de las tumbas donde los indígenas carrapas enterraban a sus caciques, Palacio y sus acompañantes contemplaron el viejo cráter de La Olleta.
El paisaje de la nieve era impresionante y cubría prácticamente una sierra que se prolongaba hacia el sur cobijando los actuales nevados de Santa Isabel, El Cisne, El Quindío y El Tolima, de acuerdo con las crónicas de la época. De hecho, desde mucho antes, durante tiempos en que recorrieron el territorio las tropas del conquistador Jorge Robledo y sus capitanes, se hablaba de la “sierra nevada de Cartago”.
El interés primordial del alemán y sus ayudantes se enfocaba en la posibilidad de que la montaña estuviera repleta de minerales; especialmente, oro y plata. Por eso, comenzaron a hacer pruebas sobre el terreno y en las fuentes de agua que nacían en las nieves perpetuas. A pesar de que los experimentos no auguraban la presencia de metales preciosos, Palacio no abandonó la idea, y posteriormente subió a la cumbre nevada varias veces.
En una de esas excursiones ascendió, en enero de 1845, junto con Antonio M. Arango, Victoriano Arango, Andrés Escobar, Nicolás Echeverri, Agapito Montaño y Jenaro Arango. Cuenta el padre Fabo, en su Historia de la ciudad de Manizales, que, llegando a las sabanas paramunas del Ruiz, un toro salvaje puso en aprietos a Jenaro Arango, quien tuvo que treparse a un árbol para no terminar en las astas del bovino. Aparte de los toros, los exploradores observaron ciervos que no huían de la presencia humana y, más bien, se acercaban a curiosear a los intrusos.
Tanto los vacunos como los cérvidos se convirtieron en fuente de carne para los caminantes que los cazaron para su sustento los diez días que estuvieron allí.
Otra excursión que ascendió al nevado ese mismo año, en busca de rutas que conectaran con Mariquita y Ambalema, observó los estragos dejados por el deshielo que tuvo lugar el 19 de febrero de 1845 por el cañón del río Lagunilla que dejó en el valle donde desemboca más de 1.000 muertos. Después de evaluar el terreno, concluyeron que no era posible abrir un camino por allí y regresaron a Cartago, para atravesar la cordillera por el paso del Quindío. Tomaron rumbo a Ibagué, a Lérida y, de nuevo, al nevado del Ruiz.
Dice el padre Fabo en su libro que a Joaquín Arango y Elías Gonzáles se les encomendó no solo la apertura del camino hacia Lérida pasando por el páramo del Ruiz, sino también, la tarea de averiguar qué pasaba con una columna de humo que salía por entre las rocas, cerca de los sabanales donde aparecieron los toros salvajes.
Cuenta el mismo Joaquín Arango que después de perderse en el camino y recuperar el rumbo, por fin llegaron al sitio de la humareda. Comprobaron que el vapor provenía de una fuente de agua que al caer en cascada se evaporaba. Era agua caliente, por lo que metió en esta sus pies, lacerados por el camino, y al día siguiente estaban deshinchados y sanos. Era una fuente termal, y más arriba encontraron otra con las mismas características, pero con un fuerte olor a azufre.
Todo procedía de las entrañas de un volcán que no era muy conocido.
El interés en el nevado
Desde el siglo XVIII, el volcán nevado del Ruiz había sido explorado por colonos y extranjeros, tanto por el flanco que da al Magdalena como por el que mira al Cauca, en busca de minas de oro y plata. Por esta razón, y por los cultivos de tabaco y cacao en las tierras bajas, la región ya contaba con más población que la que existía cuando el volcán hizo erupción en 1595.
Por el flanco occidental del volcán avanzó imparable, en el siglo XIX, la colonización antioqueña hacia la cuchilla donde finalmente se fundaría Manizales, mientras que hacia el oriente los cabildos y las autoridades nacionales abrían más caminos para conectar la meseta cundiboyacense con el suroccidente de la República de la Nueva Granada, nombre que adoptó el territorio tras la disolución de la Gran Colombia, en 1831.
La fascinación por la zona y sus potenciales riquezas minerales hizo que algunos exploradores se interesaran en visitar el nevado del Ruiz desde el siglo XVIII; entre ellos, Juan José D´Elhuyar, oriundo de Logroño, España, un minerólogo que llegó a poseer grandes extensiones de dicho páramo, donde realizó exploraciones científicas que le permitieron concluir que allí había un volcán, debido a los farallones de lava sólida y a los restos de piedra pómez.
Con él empezó a existir una tradición de propiedad que siguió con su viuda, Josefa de Bastida y Lee, quien vendió y alquiló terrenos en estos páramos, según documentos que existen en notarías de Mariquita e Ibagué.
Posteriormente, en 1801, llegó a Cartagena Alejandro Von Humboldt. Remontó el río Magdalena, y de Honda se dirigió a Mariquita, donde visitó las minas de plata de Santa Ana, que le había descrito en cartas su amigo Juan José D’Elhuyar, quien ya había fallecido.
Humboldt se dirigió luego a Santafé de Bogotá, donde conoció personalmente al director de la Expedición Botánica, José Celestino Mutis. Tras algunos meses en la capital del Nuevo Reino de Granada, se dirigió a Popayán atravesando la cordillera Central por el paso del Quindío.
En todo su recorrido hizo mediciones con sus instrumentos para determinar, entre otras cosas, las temperaturas y la presión atmosférica de los sitios que recorrió. En su obra Cosmos, mencionó varias veces el volcán del Ruiz, por referencias que de este hicieron otros exploradores, como el alemán Degenhart y Juan Bautista Boussingault.
Otro explorador que pasó por el Ruiz fue el ilustrado Miguel de Santiesteban de Silva, un naturalista, economista y matemático vinculado a la Expedición Botánica, y gran conocedor de las quinas americanas que ayudó a catalogar en los alrededores de Santafé de Bogotá. En su diario, relata su travesía por la cuenca del río Lagunilla y las dificultades que planteaba cruzarlo cuando se crecía.
Por otra parte, el científico y militar Francisco José de Caldas, quien hizo parte de la generación de la Expedición Botánica con el sabio Mutis, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, también se refirió en su Semanario del Nuevo Reino de Granada a los nevados de la cordillera Central, que podía observar, con la ayuda de telescopios, desde el Observatorio Astronómico de Santafé de Bogotá. Señaló estar convencido que en algún punto de la montaña existía un cráter, al que adjudicó un terremoto ocurrido en la villa de Honda en junio de 1805.
De esta forma y por distintas razones, la zona del volcán Nevado del Ruiz fue explorada siguiendo los caminos de los indios que buscaban los lomos de las montañas para descender y luego volver a subir, como explica el historiador Albeiro Valencia Llano.
El reto de cruzar el páramo del Ruiz
Tras la fundación de Manizales, fue prioritario abrir una vía para conectar la ciudad con Honda y Ambalema. Había dos posibilidades: una era la conocida como el camino de El Ruiz, que seguía la ruta Manizales-termales-cueva de Gualí-cueva del Toro-cueva de Nieto-Murillo-Líbano-Ambalema, y que se hizo en 1850. La otra era conocida como el camino de Aguacatal, o de La Elvira. Su construcción empezó en 1865, y tenía la ventaja de evitar el paso por el Nevado del Ruiz.
Cruzaba la cordillera siguiendo la ruta Manizales-La Elvira-páramo de Aguacatal- Soledad-Mariquita. El historiador Albeiro Valencia menciona un tercer camino, conocido como el de Moravia, construido en 1890, por iniciativa privada, mediante concesión, y usado en especial para el tránsito de bueyes, pues dicho medio de transporte era muy apetecido por los comerciantes, ya que estos animales tenían mayor estabilidad en los caminos difíciles —especialmente, en temporada invernal—, aparte de que la mercancía no sufría daños. Esta vía tenía un peaje y abarcaba la ruta Manizales-río Guacaica-La Rocallosa-fonda Los Sauces-fonda Venteadero-La Plancha-San Pablo-La Línea-La Moravia-Brasil-Mesones-Fresno-Mariquita.
Al despuntar el siglo XX, seguían en uso los viejos caminos indios y de arrieros, por lo cual se propuso en 1910 la construcción de un cable aéreo de 73 kilómetros entre Manizales y Mariquita, para mover grandes cantidades de café, plátanos, azúcar y otros productos.
Desde Mariquita, el cable transportaba hacia Manizales telas, libros, petróleo, granos y maquinaria. La obra se inauguró once años más tarde, el 2 de febrero de 1921, tras sortear dificultades para la importación de los equipos, a causa de la Primera Guerra Mundial. Las vagonetas cruzaban la cordillera a 3.800 metros sobre el nivel del mar, a un costado de los glaciares del nevado del Ruiz, a temperaturas muy bajas.
A finales de la década de 1920, comenzó a proyectarse una carretera para poder viajar en carro hasta el Magdalena. Sin embargo, el proyecto debió ser aplazado por la depresión de los años treinta en Estados Unidos, y que también afectó la economía colombiana.
De nuevo, la agreste geografía de la cordillera Central planteaba grandes retos. Después de varios años, se optó por trazar la vía bordeando el flanco de otro volcán: el de Cerro Bravo, el cual presentaba en su geología piedras gigantes y restos de un pasado violento de erupciones explosivas, que hicieron necesario labrar el carreteable en la roca viva, con la ayuda de dinamita, picos, palas y recuas de mulas para remover el material, pues no existía en esa época la maquinaria pesada con la que hoy se hacen y se despejan las vías.
Al mediodía del 24 de noviembre de 1941, partió de Armero una caravana encabezada por el entonces presidente de la República, Eduardo Santos, con el propósito de llegar a Manizales en carro y así dar por inaugurada una carretera que en ese entonces era destapada, pero vital para conectar el centro con el occidente del país pasando por el páramo del Ruiz.
* Periodista y escritor manizaleño. Cubrió la tragedia de Armero como reportero y desde entonces ha publicado artículos y capítulos de libros sobre este suceso. Es doctor en Comunicación de la Universidad de Huelva (España) y actualmente hace parte de la Red Euroamericana de investigadores en competencias mediáticas (Alfamed). Ha sido docente de las universidades Inpahu, Central, Nacional del Deporte.
Presentaciones del libro
* 15 de noviembre en el Primer Encuentro de Escritores de Armero, en Armero-Guayabal.
* 20 de noviembre en la Librería Nacional del Oeste, en Cali
* 22 de noviembre en la Galería Santa Fe (Bogotá), organizado por el proyecto Ningún lugar a donde ir.
Otros libros

* Armero 40 años, 40 historias. Autor: Mario Villalobos Osorio (editorial Aguilar).

* ¿Por qué 25.000 muertos por una erupción anunciada? Su verdadera historia. Del caldense José Ómar Gómez Mejía, Autopublicación.
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