Ilustración/Banrepública/Papel Salmón
En el marco del proyecto “Mujeres escritoras centenarias del Gran Caldas, II etapa” del Banco de la República, Adriana Villegas Botero habló sobre la escritora Claudina Múnera Mejía, el miércoles 24 de julio.
Adriana Villegas Botero*
El nombre de Claudina Múnera Mejía no aparece en los libros sobre historia de la literatura de Caldas. Si a algunos les resulta familiar es porque así se llaman la Escuela Normal Superior de Aguadas y el centro educativo de la vereda La Corrala, en Caldas, Antioquia. Ambas instituciones educativas homenajean a la maestra Claudina Múnera, de quien el neriano Joaquín Ospina Vallejo vaticinó en 1929 que sería recordada como pedagoga.
Escribió ensayos
Claudia Múnera no publicó libros. A comienzos del siglo XX esta fue una situación común a otras escritoras no solo de la región o el país, sino del continente. Publicar un libro era algo muy solemne para una mujer, ese ser que, según el canon de la época, estaba llamado a convertirse en “el ángel del hogar” y a perpetuar con su existencia el cuerpo mariano, virginal, puro y abnegado que la religión reservaba para ella, bien fuera en el cuidado de los hijos y la familia o, en el caso de las solteras, en la vida dedicada a las obras de caridad.
Son numerosas las autoras de finales del siglo XIX y comienzos del XX que jamás publicaron un libro y sin embargo hoy se reconocen como escritoras. Empezaron con diarios y cartas y luego saltaron a las páginas efímeras de los periódicos y revistas. Así firmaron con su nombre, o con seudónimos, poemas, novelas, cuentos, prosas líricas y otro tipo de piezas literarias.
Claudina Múnera no solo no publicó libros, sino que además tampoco escribió poemas, novelas ni prosas líricas o místicas, y sin embargo es clarísimo que es una de las escritoras más significativas de la primera mitad del siglo XX en Caldas, porque se atrevió a trabajar un género extraño y comprometedor para las mujeres de su tiempo: escribió ensayos, que son la forma literaria en la que un autor desnuda de manera más explícita sus ideas y su capacidad de disertación. Lo hizo en una época en la que a las mujeres escritoras las insultaban diciéndoles “bachilleras”, que equivale a decir hoy “igualadas”, porque una mujer intelectual era una provocación. Como si fuera poco, el tema de sus ensayos también fue novedoso en la región: escribió sobre los derechos de las mujeres en textos que ella denominaba “conferencias”: los leía en radio o ante un público y luego los transcribía en la prensa local y en revistas nacionales.
Su labor pedagógica
La profesora Claudina Múnera nació en Aguadas el 23 de abril de 1877 (¡el Día del Idioma!) y murió en Manizales el 16 de octubre de 1939. Fue la sexta de los siete hijos de Cornelio Múnera Piedrahíta y Trinidad Mejía Roldán, quienes llegaron a Aguadas procedentes de San Pedro de los Milagros (Antioquia). En una época en la que el acceso a la educación básica de las mujeres era aún exótico, Claudina Múnera logró graduarse de la Normal de Medellín y luego se devolvió a Aguadas, en donde fue rectora del Colegio Oficial de Señoritas, y que en 1955 se convirtió en la Normal Superior Claudina Múnera. En 1929 se trasladó a Manizales para fundar el Liceo de Señoritas, que dirigió hasta su muerte. En este Liceo estudió sus primeros años la poeta Maruja Vieira, quien años más tarde escribió un poema y una prosa inspirada en su maestra Claudina.
En favor de la mujer
Múnera Mejía alternó su labor pedagógica con su compromiso con las causas feministas: representó a Colombia en conferencias internacionales de mujeres en Lima (1924-1925), Panamá (1926) y Buenos Aires (1928) y organizó junto a Georgina Fletcher el Cuarto Congreso Internacional de Mujeres realizado en Bogotá en 1930.
El feminismo de Claudina Múnera es muy distante a los feminismos contemporáneos, pero esas primeras reivindicaciones abrieron camino a las actuales. Resulta obvio que la discusión sobre el aborto y la libre sexualidad no hacía parte del repertorio feminista de los años 30, pero incluso las batallas sufragistas que se libraban en el Reino Unido desde finales del siglo XIX aún no calaban en esta parte del continente. El feminismo que promovía Claudina Múnera y que se debatía en los congresos internacionales reclamaba derechos aún más urgentes para las mujeres suramericanas, empezando por el derecho a la educación y también el derecho al trabajo, que reclamaron en forma más radical mujeres de la época como María Cano y Betsabé Espinal. Resulta interesante que Claudina Múnera intenta convencer a la audiencia masculina sobre estos derechos con fórmulas más condescendientes, argumentando que ayudan a fortalecer la economía doméstica, un discurso afín a los años posteriores a la Gran Depresión del 29. Los textos de Claudina Múnera, que lucen hoy ultraconservadores, avanzan en un difícil equilibrio en el que ella promueve una participación más activa de la mujer en la sociedad y al mismo tiempo tranquiliza a quienes ven en ese avance un peligro para la estructura familiar, argumentando que las ciencias domésticas que ella pregona contribuyen a la austeridad del hogar y fortalecen el rol de la crianza en la sociedad católica.
Un cuento
Claudina Múnera publicó en los años 20 y 30 en periódicos de Manizales como LA PATRIA y La Voz de Caldas, y en revistas de circulación nacional como Letras y encajes. Su obra evidencia un ejercicio de pensamiento y argumentación sobre el rol de la mujer en sociedades profundamente conservadoras, pero, además, tiene valor por la calidad del lenguaje. Son notables, por ejemplo, las descripciones de paisajes y costumbres de los países que visita, y así algunas piezas pueden leerse no sólo como ensayos sino también como relatos de viaje. A ello se suma, además, que en 1932 publicó “Bertha”, su único cuento hallado hasta este momento.
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Fragmento
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BERTHA
Cuento de 1932
Con los pañolones de trapo con que solíamos tocarnos, armábamos en varios segundos otros tantos ranchitos que tenían como soporte la baranda, y allí a cazar moscas. Provistas de frascos de boca ancha, las íbamos amontonando en la transparente cárcel donde, apretujadas, sin aire, permanecían hasta la hora en que, llamadas de nuevo al salón, íbamos a escribir. Y como entonces no se osaba la muy simple letra americana, sino la de acentuados y gruesos perfiles, y quien no apretaba la pluma hasta dejar surcos como ríos en los gruesos, a la manera de aquellos que la mano inexperta traza en el primer mapa, no sabía este arte, llegaba el momento en que las infelices encarceladas entraban en acción: libres de la prisión por nuestra crueldad inventada, caían sobre las planas, y atontadas, vacilantes, incapaces de servirse de sus alas, iban dibujando sobre las blancas placas, complicados arabescos, grandiosas combinaciones orientales, que bien quisieran los moros para los frisos de sus mezquitas. Luego el gemir y desesperarse de las propietarias de aquella obra destinada a obtener un uno enorme por su falta de orden y aseo en las tareas, y el gozar de las autoras de tal crimen, que la mayoría de las veces quedaba impune.
*Doctora en literatura. Docente de la Universidad de Manizales.