En la fábula política y sindical que vivimos, gatos y ratones conviven en una pradera que parece de los hermanos Grimm, pero cuyas consecuencias son en el mundo de la vida real.
El dicho popular reza: “No importa el color del gato, sino que cace ratones”, es decir, la discusión no está en el remoquete, el pelaje o el discurso del felino, sino en su capacidad para cumplir tareas. Trasladado al mundo sindical: no debería importar quién gobierne, los sindicatos deben mantener su independencia y autonomía para exigir lo que corresponde.
En Colombia, sin embargo, vemos que las mayorías que dirigen organizaciones como Fecode, sindicato del cual hago parte como afiliado a Educal, y la CUT Nacional, parecen haber olvidado este precepto básico. Por simpatías políticas con el Gobierno de Petro, lo tratan como “amigo” y han optado por el silencio frente a incumplimientos graves: desde el caótico nuevo modelo de salud del magisterio y los escándalos de corrupción y hasta acuerdos sindicales que no se cumplen. Siendo ratones, se fían en la cercanía con el minino y hasta se sienten compadres.
Históricamente, la derecha nunca ha escondido su intención de debilitar y hasta desaparecer a los sindicatos. No obstante, la historia demuestra que también gobiernos “progresistas” han usado sus garras. Un ejemplo cercano: en Ecuador, bajo un gobierno de izquierda, se disolvió en el 2016 a la histórica Unión Nacional de Educadores (UNE), maniobra que la ONU, HRW y diversos organismos internacionales calificaron como un ataque a la libertad sindical.
La medida fue un ataque contra una organización con más de medio siglo de lucha, y dejó claro que los ataques a las organizaciones gremiales provienen de todo el espectro político. Otros países también han visto cómo gobiernos que se presentaban como populares terminaron menguando a sindicatos incómodos.
De ahí la necesidad de no olvidar que los sindicatos son organizaciones plurales, donde caben todas las personas más allá de sus afinidades partidarias. Son espacios de lucha colectiva, de democracia, y su razón de ser es la exigencia frente al patrón, en este caso el Estado Central. Si el sindicato se casa con un gobierno corre el riesgo de ser cazado por sus incumplimientos y devorado por su desprestigio: “El ratoncillo ignorante” de José Rosas Moreno, pero que se cree el más astuto.
Hoy, muchos vemos con angustia cómo las mayorías de la dirección sindical han reemplazado la independencia por la lealtad política, el mandamiento colectivo por la disciplina partidaria. Pero no menos cierto es que no todas las voces del sindicalismo se alinean con esa postura. Hay quienes seguimos defendiendo la autonomía y la independencia, porque entendemos que amigo es el ratón del queso.
La lección de esta fábula es clara: un sindicato que renuncia a su independencia es presa fácil del gato. La defensa de la autonomía sindical no es un capricho, es la condición de existencia de los sindicatos en cualquier democracia. Cuando los quieren silenciar, cooptar o disolver, estamos ante prácticas de regímenes totalitarios.
El reto es no dejarse encantar por el verso grandilocuente del felino, ni ser hipnotizado como el hechicero del viejo castillo, que se convirtió en ratón y fue devorado por el gato con botas: “no me mile así, señol gato”, suplicaba el roedor cuando era inevitable su destino.